Año 2, número 11
H. Puebla de Zaragoza a 10 de junio de 1999

La revolución maderista en Puebla
y los estudiantes del Colegio del Estado

Por: Humberto Sotelo Mendoza

El señor don Francisco I. Madero en el Colegio del Estado en el año de 1911. Fotografía y texto tomado de El Colegio del Estado de Puebla de Alberto Pérez Peña, 1925

 

n capítulo poco conocido del estallido de la Revolución en Puebla es el relativo a la participación de los estudiantes del Colegio del Estado en el movimiento maderista. Ciertamente se sabe con amplitud que en el mismo participó un núcleo entusiasta de aquéllos—encabezado por personalidades como Alfonso G. Alarcón, Gil Jiménez, Luis Sánchez Pontón y otros— el cual, aparte de tributarle un caluroso recibimiento a Francisco I. Madero, se integró al movimiento armado portando consigo el estandarte del Colegio.

Estas versiones son verdaderas, empero las mismas suelen no estar acompañadas de la descripción —y menos del análisis— de los hechos que llevaron a los estudiantes a tomar tal decisión.

En estas notas precisamente perseguimos el propósito de contribuir a que la comunidad universitaria tenga un panorama más amplio de dicha problemática. Para tal efecto, nos apoyaremos en la monografía histórica Génesis de la Revolución en el Estado de Puebla, escrito por Atenedoro Gámez. Esta obra fue publicada en 1960, a raíz de la celebración del sesquicentenario de la independencia nacional y del cincuentenario de la Revolución Mexicana.

I.- Serdán logra atraer a
los estudiantes a la causa maderista

omo es del conocimiento público, en vísperas del estallido de la Revolución de 1910 a lo largo y ancho del país se formó una constelación de clubes encaminados a respaldar la causa maderista. Dada la inexistencia de partidos políticos auténticos, esas instancias se convirtieron en la principal forma de organización de los sectores sociales y los grupos que anhelaban la destrucción del régimen de Porfirio Díaz.

Empero, como suele suceder en las contiendas políticas intensas, los diversos promotores de los clubes se afanaban por tener presencia preponderante en la dirección del movimiento antirreeleccionista, por lo cual urdían diversas iniciativas encaminadas a desplazar a quienes podían convertirse en un obstáculo para tal objetivo. Desde luego ello afectaba la unidad y la cohesión del movimiento, dado que en no pocas ocasiones la contienda de referencia llegaba a adquirir los sesgos de una verdadera lucha caínica.

Así, en lo que concierne a Puebla, aunque el club creado por Aquiles Serdán —Luz y Progreso— se convierte inequívocamente en el principal adalid de la causa maderista en la entidad, no tardan en surgir otros clubes que intentan disputarle la hegemonía en el movimiento antirreeleccionista poblano. Así, dos días después de fundado Luz y Progreso, nace a la vida el Club Regeneración, y poco después surgen el Ignacio Zaragoza y el Club Antirreeleccionista Poblano. Los líderes de estos clubes, si bien anhelaban la desaparición de la dictadura, estaban muy lejos de llegar al extremo de tomar las armas en aras de este objetivo. Escribe al respecto Atenedoro Gámez: "Cumplida su misión en el terreno del voto, no todos fueron al campo de la lucha armada, como antes no todos quisieron hacerse protagonistas de crónicas sensacionales, que fue lo que distinguió al Luz y Progreso, convertido en su oportunidad en Junta Revolucionaria" (pág. 45).

Así las cosas, Serdán se ve ante la necesidad de desplegar todas sus energías con tal de conseguir adeptos para su causa, consiguiendo al poco tiempo dar un golpe espectacular: logró que los estudiantes del Colegio del Estado, de la Escuela Normal y de la Universidad Católica se sumaran al movimiento antirreeleccionista. Atenedoro Gámez describe esta iniciativa en los términos siguientes: "Desde la imprenta de Carrillito, valiéndose de colaboradores infatigables, resueltos a todo y de lealtad acrisolada.....Allí, finalmente (Serdán) alcanzó su más sonado triunfo, el único diplomático que obtuvo en su corta pero intensísima vida pública: lograr que los estudiantes del Colegio del Estado, de la Escuela Normal y la Universidad Católica hicieran causa común, con los antirreeleccionistas.." (pág. 72).

Se trató, en efecto, de una jugada maestra. El hecho de atraer a la causa maderista a la clase estudiantil de Puebla desbordaba el simple hecho de agregar más fuerzas a la misma : significaba incorporar a uno de los sectores más distinguidos y apreciados por la sociedad poblana. Para comprender esto habría que recordar que en esa época ser estudiante —y particularmente estudiante del Colegio del Estado— era un verdadero privilegio, dado que muy pocos grupos sociales podían darse ese lujo.

Nuestro autor describe esa realidad en términos muy gráficos: "En las más remotas rancherías, en los más altos vecindarios de la Sierra, de Huauchinango a Tehuacán, el ser alumno de ese plantel equivalía a la más grande distinción que podía obtener un poblano mozo en su tierra....Mucho significaba entonces ser alumno del Colegio del Estado. Hasta los que reventaban, al hacerse viejos, a falta de otro motivo de orgullo y de consuelo se estiraban un poco: 'Soy de los del Colegio del Estado' " (pág. 77).

Es de comprenderse, en consecuencia, el júbilo que invadió a Aquiles Serdán al lograr incorporar a los estudiantes del Colegio del Estado —y de los otros planteles—: ¡Los estudiantes están con el Pueblo!, "¡Los estudiantes están con el pueblo!"—dicen las crónicas que se puso a gritar, eufórico, por las calles de la ciudad.

Sin embargo, el apóstol poblano de la Revolución Mexicana de ningún modo pretendía convertir a la clase estudiantil en punta de lanza de su proyecto revolucionario, ¿por qué? Porque estaba conciente de los peligros que se derivaban del mismo. En su fuero interno sabía muy bien que la lucha a fondo contra la dictadura implicaba arriesgar la vida misma. Entonces, ¿por qué se alegró tanto por el respaldo de los estudiantes al movimiento? Porque, reiteramos, en la medida que los mismos rompieran con el régimen, ello coadyuvaba al propósito de deslegitimar al gobierno de Porfirio Díaz, quien, al igual que la mayoría de los dictadores de la época, le gustaba presentarse como un "hombre ilustrado", por lo cual solía jactarse del respaldo a su administración de los principales sectores intelectuales del país: estudiantes, profesionistas, humanistas, escritores, artistas, etc.

No es casual, por consiguiente, que la noticia de la incorporación de los estudiantes del Colegio del Estado al movimiento antirreeleccionista causase una gran expectación, no sólo a nivel estatal sino también nacional. Comenta al respecto Atenedoro Gámez: "La actitud que asumieron los estudiantes del Colegio del Estado fue de tal significación para el antirreeleccionismo local...que la referida actitud estudiantil fue comentada en toda la República y se hizo de ella amplio motivo de ataque para la dictadura" (pág. 81).

II.- Los estudiantes deciden recibir a Madero

na vez que la mayoría de los estudiantes de la principal institución educativa de Puebla deciden sumarse al movimiento antirreeleccionista, de inmediato proceden a tomar medidas a efecto de participar de manera organizada en el mismo.

De esta forma la Directiva de la Sociedad de Estudiantes del Colegio del Estado, encabezada por Alfonso G. Alarcón y Luis Sánchez Pontón, lanza la iniciativa de convocar a la grey estudiantil en el salón destinado a la clase de matemáticas del primer año, que era el más espacioso. A tal grado llegó el éxito de la convocatoria que este espacio se vió incapacitado para albergar a la gran cantidad de estudiantes que arribaron al acto, llenos de regocijo por participar en dicha faena histórica.

Según algunas versiones Alfonso G. Alarcón —a quien caracterizaba su ferviente adhesión a Madero— fue el responsable de haber propiciado la intromisión de los alumnos del Colegio en el movimiento antirreeleccionista, pero la verdad de las cosas es que la mayoría de los mismos ya estaban embargados plenamente de la euforia maderista, por lo cual no fue necesario ni siquiera abrir una discusión para confirmar su sentir al respecto. Ciertamente algunos alumnos del Colegio que se oponían rotundamente a que los estudiantes del mismo participaran a favor de Madero —como Manuel L. Márquez1, a quienes sus condiscípulos apodaban "El roto"— intentaron hacer uso de la palabra, pero fueron acallados por el clamor trepidente que imperaba en la sesión, en el que prevalecían frases como las siguientes: "¡Somos antirreeleccionistas!", "¡Vamos a recibir a Madero!"

Acto seguido los estudiantes decidieron tomar el estandarte de la institución, a efecto de enarbolarlo en las jornadas de lucha que habrían de presentarse. Aunque por el momento se opuso a ello de manera tajante el secretario del Colegio, don José María Carreto, no tardaron los muchachos en salirse con la suya.

Mientras tanto, los principales clubes y otros organismos que simpatizaban con Francisco I. Madero se disponían a preparar la llegada de éste. En el programa que se elaboró al respecto se le concedió a los estudiantes del Colegio del Estado —de consuno con los alumnos del Instituto Normalista y de la Universidad Católica— el honor de encabezar la comitiva que habría de recibir al apóstol del movimiento antirreeleccionista. Después de ellos se encontrarían los clubes poblanos, por "orden de antigüedad". El día 15 de mayo de 1910 se programó una reunión en la Plazuela de San José, a las 8:30, de donde se partiría hacia el Paseo Bravo, donde tendría verificativo un mitin, a las 10. Y, para las 17 horas, se programó una reunión de las mesas directivas de los clubes "con el fin de ofrecer sus respetos a nuestros integérrimos candidatos".


1. Siendo gobernador del Estado (1936-1941), el general Maximino Avila Camacho, Manuel L. Márquez fue el último rector del Colegio del Estado (1937), y el primer rector de la Universidad de Puebla (1937).

III.- Madero en Puebla

a llegada de Francisco I. Madero a Puebla fue apoteótica. "Nunca, —observa Atenedoro Gámez— ni en la llegada de Porfirio Díaz, años atrás; nunca después, ni en la llegada del señor Madero un año más tarde, ya triunfador, se ha hecho a un hombre recepción más concurrida y entusiasta en Puebla" (pág. 107). Y agrega: "La llegada de Francisco I. Madero a Puebla despertó en los poblanos un sentimiento de viva simpatía por él y para su causa. No hay cosa que conmueva más a las multitudes y aun a los hombres aislados, que un acto de verdadero valor civil y el del candidato antirreeleccionista era de esos que inflaman a los ciudadanos más tímidos, no sólo porque se enfrentaba con un régimen poderoso, sino porque venía a ponerse a merced de gobernantes arbitrarios, capaces de cualquier violencia" (pág. 109).

La aglomeración en las calles fue impresionante. Según algunos periódicos de la época, se encontraban presentes no menos de 25 mil personas. Tan sólo los clubes lograron llevar a cinco mil de sus miembros.

Como era de esperar, los adláteres de Porfirio Díaz en la entidad —comenzando por el gobernador de Puebla, Mucio P. Martínez, y el temido jefe de la policía, Miguel Cabrera— hicieron todo lo que estuvo a su alcance para boicotear el evento, pero sus esfuerzos resultaron inútiles: el entusiasmo popular hacia Madero les impidió recurrir a medidas extremas.

En la misma noche de su llegada, desde un balcón del Hotel del Jardín, Madero dirigió una salutación al pueblo, en la que expresó: "Esta manifestación que me hacéis, demuestra el grado de tiranía que soportáis".

Miles de ciudadanos fueron a manifestarle su respaldo. Hubo necesidad de establecer guardias al lado del candidato para dar paso a las personas que deseaban saludarlo, pues de otro modo hubiera sido imposible conservar el orden a su alrededor.

La calurosa recepción de que fue objeto en Puebla contribuyó enormemente a elevar la moral de la causa antirreeleccionista constituyéndose, sin duda, en uno de los hitos más importantes de la misma. Madero habría de exclamar: "...Allá en Puebla, señores, presencié la manifestación más entusiasta y vehemente del sentimiento nacional".

El éxito del acto se debió principalmente al infatigable trabajo de los clubes —principalmente el encabezado por Aquiles Serdán—, empero a ello contribuyó también de manera fundamental la entusiasta participación de los estudiantes del Colegio del Estado, quienes durante la jornada desplegaron una intensa labor —ora repartiendo propaganda, ora participando en la brigadas que tenían a su cargo la seguridad de Madero, ora desarrollando labores de proselitismo— contribuyendo así con su grano de arena a la causa antirreeleccionista.

Un grupo de estudiantes revolucionarios de corazón y convicciones, al servicio de la causa reivindicadora. Fotografía y texto tomado de Don Quijote, revista mensual estudiantil del Colegio del Estado. Tomo II, número 18, 3 de noviembre

 

El rotundo éxito de la jornada maderista en Puebla tuvo una amplia resonancia en todo el país, echando por la borda el mito de que el estado de Puebla era un baluarte inexpugnable del régimen porfirista.

Ello suscitó la indignación del gobernador Mucio P. Martínez quien, en cuanto Madero abandonó la entidad, rumbo al estado de Veracruz, ordenó desplegar una feroz persecución contra los antirreeleccionistas. Como era de esperar, el principal blanco de su ira fueron Aquiles Serdán y sus partidarios, no pocos de los cuales fueron llevados arbitrariamente a prisión. Aunque tales medidas represivas propiciaron un repliegue momentáneo de la causa maderista en Puebla, a fin de cuentas contribuyeron a que los clubes estrecharan sus lazos, dejando de lado sus diferencias y sus pugnas por el predominio de la dirección del movimiento antirreeleccionista.

Pese a la ininterrumpidas redadas de los esbirros de Miguel Cabrera, los maderistas poblanos continuaron con sus actividades, con miras a las elecciones que habrían de celebrarse en junio de 1910. Aunque Serdán estaba convencido de que las mismas habrían de convertirse en una farsa —tal como sucedió— en ningún momento exhortó a sus correligionarios a actuar al margen de los marcos legales impuestos por la dictadura. Sin embargo ello no le valió ningún tipo de consideraciones, dado que continuó siendo sometido a una estricta vigilancia por parte de la policía estatal. De hecho no estuvo en condiciones de intervenir directamente en los trabajos electorales.

IV.- Los estudiantes contra el fraude electoral

al como temían los partidarios de Madero, el proceso electoral fue empañado por el fraude y por cientos de maquinaciones. Escribe Atenedoro Gámez: "Afirmar que hubo elecciones es afirmar una mentira. No puede llamarse elección a la por tantos años tradicional y oficial maniobra de hacer instalar por algunos empleados mesas electorales, en las que sólo hacían acto de presencia los instaladores, el Jefe de la Sección, en cuya casa, generalmente, se hacía la pantomima y dos o tres empleados municipales, encargados de hacer actas, llenar varios esqueletos, boletas y formar en suma, el expediente de la mesa que le correspondía" (pág. 147).

De este modo expiraba la última esperanza del pueblo mexicano de que el régimen porfirista decidiera apegarse a la legalidad. Fue así como la preparación de la lucha armada se impuso como el único medio de legítima defensa de quienes aspiraban a que México se convirtiese en una nación democrática.

A poco tiempo de celebrarse las elecciones Serdán —valiéndose de cuanta estratagema tuvo a la mano— convocó a todos los antirreeleccionistas de la entidad a efecto de solicitar la anulación del proceso electoral. Asimismo, los llamó a organizar una gran manifestación de protesta el 7 de julio de 1910.

Los estudiantes del Colegio del Estado fueron los primeros en responder a dicho llamado. De este modo la mesa directiva de la agrupación estudiantil del Colegio —como se ha dicho, encabezada por Alfonso G. Alarcón y por Luis Sánchez Pontón— se aprestó a participar en la manifestación mencionada.

Las autoridades, al enterarse de dicha iniciativa, le comunicaron inmediatamente a la organización estudiantil que no permitirían la realización de ese evento, esgrimiendo todo tipo de amenazas. Los representantes de la mesa directiva protestaron enérgicamente ante dicha orden arbitraria, empero, en aras de no proporcionarle al gobierno pretextos para incurrir en atropellos y desmanes, decidieron acatar la decisión.

Sin embargo, la mayoría de los estudiantes del Colegio —comenzando por los mismos Alfonso G. Alarcón y Luis Sánchez Pontón— decidieron finalmente participar en la manifestación convocada por Aquiles Serdán, corraborando así la firmeza de sus ideales y su plena identificación con la causa antirreeleccionista. Escribe nuestro autor: "Con ese gesto la audacia estudiantil sobrepasó los límites tolerables por las autoridades... Cabe advertir que, si la Escuela Normal, el Instituto Metodista y la Universidad Católica respaldaban la actitud estudiantil, fue el Colegio del Estado quien tomó la iniciativa para la protesta; en primer lugar, porque su grupo de votantes era el mayor número, y en segundo término porque era el más capacitado, intelectual y moralmente, para asumir responsabilidades" (pág. 156. Las cursivas son nuestras).

De esta manera, desafiando las amenazas del gobierno de Mucio P. Martínez, los estudiantes del Colegio acudieron a la manifestación convocada por Aquiles Serdán, que habría de celebrarse a las nueve de la noche del 7 de julio de 1910, en la Plazuela de San José. Ahí se encontraron con una inmensa multitud, deseosa de manifestar su descontento por el fraude electoral.

El presidente señor Francisco I. Madero rodeado de algunos estudiantes que identificados con él, siguieron la bandera de la causa revolucionaria. Fotografía y texto tomado de Don Quijote , revista mensual estudiantil del Colegio del Estado. Tomo II, número 18, 3 de noviembre

 

Como se temía, las fuerzas policiacas al mando del odiado Miguel Cabrera emprendieron una feroz represión contra los manifestantes, y, sin distingo alguno, arremetieron con saña contra mujeres, ancianos y niños, dejando una estela de muerte y desolación. Este hecho —que aquí no abordaremos con amplitud dado que este mismo número de Tiempo Universitario aparece un ensayo —escrito por Manuel Frías Olvera— dedicado expresamente al análisis del mismo— habría de convertirse en uno de los capítulos más negros de la historia del régimen porfirista, que en vísperas de su derrumbe actuó como suelen actuar las bestias heridas: atacando salvajemente a todos aquéllos que osan acercarse a sus fauces.

Los esbirros de Cabrera, no contentos con los heridos y muertos que dejaron en la Plazuela de San José y por las calles adyacentes, no descansaron hasta aprehender a quienes consideraron los principales organizadores de la manifestación. Así, aparte de encarcelar a cientos de los seguidores de Aquiles Serdán, aprehendieron también a los líderes estudiantiles más destacados del Colegio del Estado, entre ellos a los multicitados Alfonso G. Alarcón y Luis Sánchez Pontón.

Sin embargo, lejos de amilanarse los estudiantes del Colegio ante la detención de sus líderes, por el contrario se reagruparon como un solo hombre para exigir la liberación de los mismos. A lo largo y ancho del estado de Puebla, e incluso del país, los estudiantes dieron a conocer su postura a través de consignas como las siguientes: "Apenas hay dos en la cárcel, faltamos todavía muchos"..."No por eso varían nuestras ideas, como no variará la cárcel las de nuestros susodichos compañeros"..."El gobierno nos ha declarado una hostilidad sin tregua. Nosotros, a la vez se la declaramos a él".

Este gesto de valentía, sin duda, debería registrarse entre las páginas más brillantes de la historia del estado de Puebla y de México. Atenedoro Gámez observa: "Fue entonces que la juventud poblana dio el espectáculo de virilidad juvenil más emocionante y enternecedor que consignan los fastos de nuestra historia y que sigue en heroísmo a aquel otro, más brillante pero no menos abnegado de los jóvenes cadetes de Chapultepec" (pág. 166).

Pocos meses después —con el sacrificio de los hermanos Serdán en noviembre de 1910— daba inicio la epopeya de la Revolución Mexicana.

Cuentan las crónicas de la época que, en medio del fragor de algunas de las batallas más cruentas de la Revolución, era posible distinguir en medio del humo y del fuego de la metralla al estandarte del Colegio del Estado. Quizás a este respecto se con (funden) la historia y el mito, pero lo cierto es que sí hubo brigadas de estudiantes del Colegio que llevaron consigo el pendón de la universidad al movimiento revolucionario.

De este modo nuestra institución —gracias al idealismo de sus estudiantes— dejó su huella en los anales de la Revolución de 1910, que habría de convertirse en el hecho decisivo de la historia moderna de México.

La gloriosa tradición revolucionaria del Colegio del Estado influyó poderosamente en las futuras generaciones de universitarios, tal como sucedió en las décadas de los sesenta y los setenta, cuando estalla el Movimiento de Reforma Universitaria que se propuso la modernización académica y cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, y la erradicción del autoritarismo y la prepotencia de unos gobernantes que, olvidándose de los ideales de la Revolución —gracias a la cual se encontraban en el poder— actuaban como si intentasen revivir los funestos métodos y prácticas de los esbirros de Porfirio Díaz.

El último crimen colectivo del porfiriato

Por: Manuel Frías Olvera*

ientras, en Puebla, estos acontecimientos habían provocado una gran agitación, especialmente entre los estudiantes del prestigiado Colegio del Estado, donde en sus escuelas de Leyes y Medicina principalmente se levantó una ola de protestas contra la falsa nueva elección del dictador.

A pesar de esa amenaza preñada de malos augurios, la juventud de ese tiempo, llevada por el fuego de sus ideales, decidió realizar su protesta; al efecto, los promotores citaron para la concentración cívica de todos sus elementos y de la ciudadanía en el viejo jardín público de San José, precisamente en el lado norte, donde entonces se encontraban las ruinas del viejo cuartel de San José, el cual por su falta de uso estaba abandonado y ruinoso; pero a pesar de ello su interior fue utilizado por los organizadores del acto para almacenar allí momentáneamente algunos cientos de antorchas de madera, pues se pensaba que siendo el acto nocturno llamaría más la atención y además se prestaría a dar facilidad para acudir a él a millares de empleados, estudiantes y obreros que durante el día estaban impedidos de acudir debido a sus respectivas labores.

Y así, se citó para las nueve de la noche de aquel día sereno y confiado del mes de junio de 1910.

La ruta de la manifestación se había señalado por lo que es actualmente la calle 2 norte, que desemboca en la plaza principal o zócalo, donde se había planeado verificar un mitin, a continuación del cual seguiría la manifestación por lo que es hoy la Avenida de la Reforma hasta el entonces llamado Paseo Nuevo, hoy Paseo Bravo, donde habría un mitin final y después de él se disolvería la columna.

La gente respondió con mucho entusiasmo, ya que para la hora citada la amplia plazuela de San José estaba henchida de manifestantes, a quienes seguramente la presencia de otros cientos de ciudadanos que como ellos repudiaban la dictadura, los llenó de alegría, mientras se organizaba la columna y se encendían las antorchas que se habían repartido.

Había una gran masa de hombres, pero también se habían sumado un gran número de mujeres y niños, principalmente de las clases populares; aquello tomó el aspecto de una gran feria cuando surgió una guitarra y comenzaron a entonar canciones de intención contra el régimen imperante.

La multitud, más o menos organizada, comenzó a desplegarse, desembocando en la entonces llamada con resabio colonial Primera Calle Real de San José, cuando ya avanzada la columna hacia la siguiente calle, de pronto aparecieron al trote largo de sus recios caballos cuyas herraduras sacaban chispas en el empedrado, varios escuadrones de la tropa rural, cuyos jinetes comenzaron a repartir sablazos a diestra y siniestra, atacando a la ciudadanía inerme y sorprendida y comenzaron a caer en aquella ocasión como segados por un vendaval de muerte hombres, mujeres y niños en medio de imprecaciones de los caídos, gritos de angustia de las mujeres y lloro de los niños; como hubo alguna reacción defensiva de parte de los hombres manifestantes, que con las antorchas que portaban intentaron quemar a los caballos y a los jinetes, éstos se exacerbaron y entonces los golpes de los sables, que al principio habían sido de planazo, se convirtieron en criminales golpes de filo.

El joven revolucionario Juan Andreu Almazán a la puerta de la celda en la Penitenciaría, adonde fue internado por sus ideas revolucionarias (De un periódico de 1910). Fotografía y texto tomado de El Colegio del Estado de Puebla de Alberto Pérez Peña, 1925

 

Ante lo pavoroso de esta situación se inició la desbandada de la ciudadanía; fue una verdadera noche de tragedia, pues hubo cientos de heridos y muchos muertos, la sangre corría, no literalmente, sino de hecho, por aquellas calles de la ciudad en esa triste ocasión que enlutó y llenó de dolor a muchos hogares poblanos.

Inexplicablemente, hasta hoy la historia ha soslayado ese hecho rigurosamente cierto que enlutó a Puebla por su amor a la libertad y que además demostró una vez más la crueldad criminal de la mente de quienes encabezaron aquella dictadura caciquil que soportaba toda la nación es esos tiempos.

La acción policiaca continuó al aprehender a los principales organizadores, y así fueron encarcelados los entonces estudiantes de Medicina Gil Jiménez y Alfonso G. Alarcón; los de Leyes Luis Sánchez Pontón y Rafael Vendrell, y los ya casi médicos Salvador R. Guzmán, Gonzalo Bautista Castillo, Melitón Flores Islas, el estudiante normalista Aurelio M. Aja y otros muchos, que al igual que otras decenas de ciudadanos, fueron consignados y multados.

La policía buscaba afanosamente a quien consideraba como el principal agitador rebelde, al joven zapatero Aquiles Serdán Alatriste, que en aquella ocasión se salvó de ser preso por la lealtad y la serenidad de un amigo y partidiario suyo, el humilde cargador llamado Andrés Robles, quien precisamente por motivo de su humilde oficio llegaba tarde a la cita en la plazuela de San José, minutos antes de que se iniciara la manifestación, y al pasar por las calles aledañas vio subrepticia concentración de la caballería rural entre las sombras de las calles cercanas y tuvo oportunidad de oír al paso la consigna de que habría que "quebrar" en ese acto al bien conocido Aquiles Serdán.

Al escuchar eso, que se propalaba entre la soldadesca, apresuró el paso y alcanzó a su amigo Aquiles, precisamente cuando éste, en el interior del derruido cuartel de San José, trataba de que se improvisaran más antorchas, pues no habían alcanzado las que tenían y que ya se habían repartido, debido a la multitud que había concurrido al acto.

Al columbrarlo desde lejos, Robles corrió hacia él y apartándolo de las gentes que le rodeaban, le informó de lo que acababa de ver y escuchar, y en eso estaban cuando se inició el ataque de los rurales. Aquiles, sin embargo, intentó ir a encararse con la situación, pero fue detenido por sus amigos, entre ellos Manuel Velázquez y el propio Robles, quienes rápidamente lo convencieron de la inutilidad de su decisión y le recordaron que como cabeza del grupo era necesario que no cayera tan fácilmente en garras de los enemigos del pueblo; en eso se inició la tumultuaria desbandada de los manifestantes entre gritos, ayes de los heridos y deprecaciones, e insultos de los atacantes, entre el relincho de los caballos que galopaban aquella noche contra la Patria.

Aquiles, al darse cuenta de lo inútil que sería cualquier actitud de protesta de su parte, salió seguido de sus dos amigos, y Robles lo llevó a ocultarse a la propia humilde accesoria donde moraba, en el entonces apartado barrio de Xonaca, donde Aquiles pasó varios días mientras se iba asentando la persecución policiaca en su contra.

Mientras, decenas de manifestantes apresados recobraban su libertad a base de pago de multas, amonestaciones y amenazas policiacas en caso de reincidir.

Se hizo un gran silencio alrededor de esos hechos, tanto en la prensa local como en la nacional; no los mencionaron, a pesar de que hubo muchos muertos y cientos de lesionados. Las autoridades imponían ese silencio pensando que así pronto se acabaría la oposición con lo que llamaba "haber aplicado un buen escarmiento".

Sin embargo, esa serie de crímenes masivos cometidos por la dictadura tuvieron el efecto de inflamar más el espíritu de rebeldía del pueblo contra la opresión, y entonces por primera vez se unificó la opinión pública en Puebla; pero en la Puebla popular, contra el régimen criminal del caciquismo porfiriano.

Aquel espíritu cívico naciente se reflejó en la abundancia de los volantes impresos que pasaban de mano en mano y en los cuales, bien los estudiantes del Colegio del Estado, bien los obreros de los círculos políticos, o bien los integrantes de los clubes cívicos, criticaban abiertamente al gobierno y le señalaron sus lacras; ello se explica porqué entonces, como hoy, toda proporción guardada, no existía una prensa verdaderamente independiente y libre, mucho menos en aquella época.

Lo cierto es que la criminal masacre de San José, como se le llamó, cometida por el porfiriato en Puebla, no fue un sacrificio estéril, ya que sirvió para hacer conciencia en contra de todo aquel podrido e inmoral régimen que imperaba.

* Manuel Frías Olvera, nace en Querétaro, Qro. el 3 de junio de 1915. Estudió en el Colegio del Estado de Puebla, hoy BUAP, en donde obtiene el grado de licenciado en derecho, fue catedrático de Etica e Historia Universal en la preparatoria universitaria y en la Escuela de Derecho. Como funcionario público ocupó diversos cargos. Colaborador asiduo de la revista estudiantil Don Quijote y autor de varios libros entre ellos Historia de la Revolución Mexicana en el Estado de Puebla, de donde se extrajo texto aquí publicado.

 

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