Sergio Méndez Arceo en la UAP
l arzobispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, se distinguió por su solidaridad hacia la UAP en los tiempos en que fue objeto de todo un cúmulo de agresiones por parte de las fuerzas más reaccionarias de Puebla, quienes se habían propuesto aniquilar a la institución al estar persuadidas de que ésta era "un baluarte del comunismo internacional". Aunque la ofensiva de referencia se inició desde la década de los sesenta al estallar el movimiento de Reforma Universitaria que se propuso transformar la vida académica y cultural de la universidad de acuerdo a los cambios que se habían suscitado en el país y en el mundo es en la década de los setenta cuando tal ofensiva no se detiene en contemplaciones, llegando incluso al crimen con tal de intimidar al movimiento democrático de la universidad. Así, en julio de 1972 cae asesinado Joel Arriaga Navarro, destacado dirigente de dicho movimiento, y en diciembre del mismo año corre la misma suerte Enrique Cabrera Barroso, uno de los líderes universitarios más apreciados por la comunidad universitaria. Ante ese ambiente de violencia, el movimiento democrático de la UAP recurrió a la solidaridad de diversas personalidades del país políticos, científicos, intelectuales, artistas, periodistas etc. a efecto de que contribuyesen a desactivar el complot contra la institución porque, de proseguir, ello no sólo amenazaba con propiciar nuevas víctimas entre los universitarios, sino también con generar un clima de tensión que trajese consigo el rompimiento total de la estabilidad política del estado de Puebla. Así, el 17 de julio de 1970 respondiendo a la invitación que le formularan los estudiantes de la Preparatoria Popular el Arzobispo de Cuernavaca acudió a la UAP, exponiendo una brillante y emotiva conferencia en la llamada, por los universitarios, Plaza de la Democracia. Al evento acudieron cientos de personas, deseosas de escuchar su mensaje. Aparte de manifestar su identificación con los ideales de la Reforma Universitaria, Méndez Arceo expuso sus puntos de vista y sus planteamientos acerca de la renovación que necesitaba la Iglesia Católica. A este respecto subrayó que "la verdadera razón del cambio de la Iglesia es la palabra de Dios, es el pobre, el hambriento, el que clama justicia, el preso condenado sin culpa o aquel que convicto y confeso no recibe el trato humano". 1 Enfatizó que las estructuras de la Iglesia tenían que ser transformadas a efecto de que estuviese en condiciones de cumplir su compromiso con los pobres. "Me duele expresó que la Iglesia no haya visto los signos de los tiempos. Siempre vamos a la zaga" 2. Entre los principales temas que abordó fue el referente a la necesaria unidad entre católicos y marxistas en aras de abrirle paso a una sociedad más justa. A este respecto dijo: "El marxismo y el cristianismo caminan juntos en busca de la realización del hombre, para encontrar la Tierra Nueva y el Cielo Nuevo. Yo me siento vinculado estrechamente con mis hermanos marxistas, y en mi juventud me movió más un personaje comunista de una novela, La Noche Quedó Atrás, que San Luis Gonzaga"3 El Arzobispo de Cuernavaca, aunque manifestó sus coincidencias con el pensamiento marxista, exhortó a los estudiantes a compenetrarse con el Evangelio: "Si son capaces de conocer a Marx y a Mao Tse Tung, sean capaces de conocer a Cristo. Conozcan el Evangelio y la palabra de Dios, que es lo más explosivo y lo más revolucionario que existe, y transmítanla cada quien a las personas que se encuentren dentro de su radio de acción." 4 Como era de esperarse, las palabras pronunciadas por Méndez Arceo en la UAP desataron una oleada de indignación entre los sectores más conservadores del clero católico de México y de Puebla, y entre las fuerzas más retrogradas de la entidad. En su edición del 21 de julio de 1979, El Sol de Puebla publicaba, a ocho columnas: "Mons. Méndez Arceo provocó tormenta". Estas palabras reflejaban inequívocamente el sentir que prevaleció entre los sectores y fuerzas de referencia. Así, la Unión de Católicos Anticomunistas Mexicanos (UDECAM), a través de su presidente, ingeniero Anacleto González Flores, expresó: "Es de agradecérsele a Méndez Arceo que cada día hable más claro. Así cada vez será menor el número de personas desorientadas acerca de lo que él representa. Ahora ya se ha definido como un líder de la Revolución Mundial"5. Diversas autoridades religiosas y sacerdotes del clero reaccionario enderezaron también sus aristas contra el Arzobispo de Cuernavaca. Así, el párroco de Libres, Puebla, manifestó: "(Méndez Arceo) criticó al Papa, al Gobierno, a la Iglesia...Aún se atrevió a burlarse de la Virgen María. ¡Infamia! ". Y, en una actitud no precisamente digna del mejor cristiano, el párroco citado agregó: "Los mexicanos sabemos cobrar (sic) esas palabras rompiéndole (sic) la boca a los deslenguados (sic) que injurian a nuestras madres, ¡cuidado don Sergio, la Virgen María es nuestra madre!"6 Aunque ese tipo de expresiones estaban muy lejos de intimidar a Méndez Arceo se trataba no sólo de un hombre profundamente convencido de sus ideas, sino también de una persona valerosa y recia no dejaban de lastimarle profundamente en su fuero interno, dado que era un auténtico católico, consecuente con el mensaje de Cristo, que recomienda amar tanto a los amigos como a los enemigos. La visita de don Sergio a la UAP en julio de 1970 dejó una impronta imborrable en la comunidad universitaria. Más adelante aquél continuó respaldando a nuestra institución, cada vez que los enemigos de la misma proseguían en sus intentos por desestabilizarla. No es casual, en ese sentido, que los Comités de Lucha estudiantiles le consideraran como uno de sus invitados especiales en la Jornada Nacional de Apoyo a la UAP, que habría de celebrarse del 21 al 1 de diciembre de 1972, año en que la institución sufrió una de las más crueles embestidas de la derecha poblana. Los universitarios de la UAP tenemos una gran deuda con don Sergio, tomando en cuenta todo el respaldo que nos brindó en los años aciagos de la década de los setenta. Por ello estamos obligados a rendirle un homenaje a su memoria. NOTAS 1. El Sol de Puebla, 18 de julio de 1970. 2. Novedades de Puebla, 19 de julio de 1970. 3. El Sol de Puebla, 19 de julio de 1970. 4. La Opinión, 18 de julio de 1970. 5. El Sol de Puebla, 21 de julio de 1979. Los subrayados son nuestros. 6. El Sol de Puebla, 24 de julio de 1970. Sergio de Cuernavaca Por: María Luisa Puente Lutteroth* *Ma. Luisa Puente Lutteroth, profesora e investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Autora del libro Hacia una historia mínima de la Iglesia en México. El trabajo, Sergio de Cuernavaca fue publicado inicialmente en la Revista X y su reproducción se hace con la autorización verbal del director Braulio Peralta.
ra frecuente escuchar en torno suyo una mezcla de designaciones diferentes y opuestas. Algunas para descalificarlo: "una voz fuera del coro", "un hombre que hace política y no religión", "el obispo rojo". Otras que reconocían y elogiaban su compromiso, su entrega a las causas de los necesitados concretada en presencias nacionales e internacionales: apoyos, denuncias, palabras de reconocimiento; diálogos y reflexiones que impulsaban procesos de cambio y transformación social tan debatidos como las revoluciones cubana y sandinista, las causas socialistas. Algunos le llamaron "un profeta para nuestro tiempo", "el patriarca de América", "el patriarca de la solidaridad y de la dignidad humana", "obispo benemérito del mundo" y "un pastor en la tormenta". ¿Quién fue este hombre? ¿Cuáles son sus rasgos más relevantes? Sergio Méndez Arceo (Tlalpan 1907-México 1992) vivió su infancia en Huarachita. Michoacán, hoy Villamar, y después de su paso por el Colegio de Infantes y el Seminario Conciliar de México se trasladó a Roma para ingresar en el Colegio Pío Latinoamericano (fundado en 1858 por Pío IX para formar al clero selecto de América Latina). Así, a través de la formación del clero se garantizaba la romanización de la Iglesia Latinoamericana. Su contacto en Roma con seminaristas de diferentes países del continente le introdujo en la percepción de las convergencias y divergencias que caracterizan la trayectoria político cultural de esta América nuestra. Creador de historia rdenado sacerdote en 1934, sus estudios de doctorado en Historia culminaron con una tesis que documentó en el Archivo de Indias en Sevilla en torno de La política de la Corona y la santa sede en la creación de los obispados de América Latina. Esta actividad le hizo penetrar en un espacio que más tarde él valoraría como una fuente de humildad y sentido de autocrítica en la comprensión del misterio de una Iglesia que, históricamente, se concreta en una institución con creyentes y funcionarios condicionados por una estructura social en conflicto. Así, él distinguía "entre lo permanente del cristianismo y sus formas y realizaciones históricas cambiantes"1 muchas veces asociadas con poderes públicos o "privados" en sus proyectos de dominación. Su amor por la investigación histórica nunca terminó. Aunque dejó de tener condiciones para continuarla al asumir su función de obispo de la diócesis de Cuernavaca. En 1952 este sacerdote de 45 años escuchó y aceptó el llamado para desempeñar el servicio pastoral. Cuando en su traslado a Cuernavaca para recibir la consagración episcopal llegó a los límites entre los estados de Morelos y México, tuvo un gesto insólito en aquel momento: besar la tierra de la diócesis a la que en adelante serviría. Eso también selló todo un cambio en su vida. Se celebraba precisamente el cuarto centenario de la erección de la Real y Pontificia Universidad de México, y don Sergio publicó un estudio cuya contribución singular fue documentar los antecedentes institucionales de la cultura superior en la Nueva España, los colegios de Tlatelolco , de San Nicolás en Pátzcuaro y de San Juan de Letrán, y hacer explícitos los aportes que en este aspecto realizaron franciscanos, dominicos y agustinos, las tres primeras órdenes en llegar al nuevo territorio novohispano. En su trabajo destaca la participación continua y colectiva de las máximas autoridades de la Nueva España (obispo, ayuntamiento y virrey) para tramitar la Real Provisión que dio origen a la máxima casa de estudios de nuestro país.2 A partir de entonces, en lugar de investigar la historia, tuvo la ocasión de hacer historia. Una historia que permitió ver, con más claridad que otras, los conflictos y tensiones que se generan cuando un hombre, y en este caso un obispo, fortalece su convicción de renovar la Iglesia la de piedra y la comunidad humana y así responder con más pertinencia y eficacia a las necesidades del mundo contemporáneo. El Concilio Vaticano II y la reunión de obispos latinoamericanos en Medellín, que impulsaron una mayor congruencia en las tareas eclesiales, convergieron con muchas de sus iniciativas, las que quedaron confirmadas: la necesidad no sólo de un acercamiento con el mundo, sino de una apertura y aprendizaje de los valores vivenciados por muchos seres humanos que no son creyentes pero que apuestan su vida por construir condiciones sociales en las que se pueda reconocer la dignidad de todos los seres humanos y la capacidad y vocación de la que están dotados para ser corresponsables en la construcción de un mundo más justo y fraterno; el mayor involucramiento de los creyentes en la construcción de su Iglesia viva; el acercamiento directo con la palabra de Dios escrita y acontecida como él tanto reiteraba: (la Biblia y los hechos cotidianos); la corresponsabilidad conjunta en el desempeño de la misión y, por lo mismo, el acompañamiento directo a las luchas y caminos que recorren hombres y mujeres, los pobres y miserables, los indígenas, todos los seres humanos que sufren las consecuencias de una forma de estructuración social que se sostiene en las mayorías a la que, precisamente, excluye de los beneficios. En este punto es importante destacar que Méndez Arceo fue uno de los primeros obispos que incorporó a su lenguaje el uso claro del femenino como una forma de hacer explícita la vocación y dignidad de la mujer. Una convicción con riesgos
ara lograr una iglesia en la que se favoreciera cada día mejor la participación de hombres y mujeres en todas las decisiones, muchos escalones había que subir, muchos pasos había que dar. Muchos obstáculos tuvo que vencer, muchos muros tuvo que renovar. En espacios que parecían vedados a los hombres de fe, don Sergio se hizo presente. Con profundo amor y fidelidad a su Iglesia, expresados con gran responsabilidad a su tiempo y; sobre todo, con gran libertad, estableció desafiantes diálogos en lo que podemos designar como "las fronteras de la Iglesia". Esos espacios donde hombres y mujeres comprometidos con proyectos históricos de cambio no osaban ni acercarse y a los que, al contrario, señalaban límites infranqueables, fueron derribados por don Sergio con su presencia, su congruencia y su palabra. Por eso su vida fue una historia de conflictos, de tormentas, de momentos de soledad y compañía, de verdores y frutos inesperados. Una serie de innovaciones significativas acompañaron su caminar tanto dentro de la Iglesia como en su presencia pública en lo político y social. Fue tal la fuerza de sus iniciativas, que se incidía, se "afectaba" lo que durante un largo tiempo no había sido tocado: la liturgia, el uso del español, la lectura directa de la Biblia, la solidaridad con las luchas sociales que equivalía a la Iglesia, en un campo prohibido, la política. Pero incluso, dentro de la institución religiosa misma, al modificar en muros y paredes los colores, las imágenes y los retablos, mentalidades y tradiciones de varios siglos se sintieron amenazadas. Las manifestaciones de desacuerdo no se hicieron esperar, aunque se alternaban con grupos que percibieron poco a poco el objetivo de las modificaciones y que, incluso, participaron en el proceso de las decisiones. En 1957 se inició la remodelación de la actual catedral, templo principal del conjunto conventual franciscano (de estilo romántico-gótico del siglo XVI, posteriormente parroquia trasladada al clero secular en el siglo XVIII y elevada a catedral en 1891 cuando se creó la diócesis de Cuernavaca, con el objetivo de recuperar los valores plásticos de ese pasado. Estos quedaron ocultos con el paso de los años. También se buscaba lograr que esa readecuación del templo fuese una pedagogía catequética y una teología de la relación con Dios. Dicha pedagogía acercaba a los creyentes al misterio central del cristianismo sin que se diluyera en una serie de devociones, mismas que es necesario ubicar en el proceso general de la historia de la fe. El pueblo mismo poco a poco fue contribuyendo con pequeños donativos a la reconstrucción y adaptación del recinto. Méndez Arceo comprobó, por el registro que se llevaba, que la restauración de la catedral fue "obra del pueblo fiel de Morelos", pues la cantidad mayor fue la suma de miles de pequeñas aportaciones. Se dio el caso del cambio de contenido de las palabras que acompañaban al pequeño óbolo mensual: "no me gusta tata obispo", "ya me está gustando", "está quedando muy bonita". Tal parece que este cambio es símbolo también del proceso de transformación interior de muchos creyentes que inicialmente manifestaron su inconformidad ante los cambios y que posteriormente expresaron no sólo su aprobación, sino su aprendizaje y la certeza de que se había iniciado un camino que podría acercarlos con más fidelidad a la fe. Los comentarios sobre la misa dominical en la catedral, acompañada con música de mariachis (llamada panamericana y que recogía melodías de diferentes países, fundamentalmente mexicanas, chilenas y brasileñas), empezaban a recorrer el mundo y a atraer a cientos de creyentes y no creyentes de otros países. Las homilías, la palabra del obispo, enmarcada siempre por un análisis de la realidad, contenía interrogantes, denuncias y propuestas para responder a acontecimientos nacionales e internacionales. La cercanía con su pueblo en Morelos lo entrenó en la capacidad de dejarse convertir por quienes están directamente inmersos en la conflictiva realidad social. Esa conversión simultánea facilitaba poner de manifiesto que el Evangelio no es neutro ante los problemas sociales. Por eso su condena al intervencionismo del gobierno estadounidense en la guerra de Vietnam; por eso la excomunión a los torturadores, su visita a los presos políticos en el movimiento del 68, sus denuncias a los dictadores del momento, su apoyo a las luchas laborales y su acompañamiento pastoral a toda clase de lucha por los derechos humanos. Don Sergio estaba convencido de que la Constitución Mexicana en muchos aspectos era una ficción jurídica que señalaba restricciones no cumplidas por gente de Iglesia ni observadas por los gobiernos. Unas eran las palabras, la formulación jurídica, y otra muy lejana la realidad que se vivía. La Carta de Anenecuilco3 recoge su pensamiento en este sentido. Sus primeros contactos con intelectuales manifestaban su gran conocimiento de la cultura occidental cristiana y los deseos de encontrar los mejores mecanismos de transmisión. Convencido de los valores occidentales en los que había abrevado por tanto tiempo, nunca abjuró de los mismos, pero su mirada acogió con interés los nuevos valores que se forjaban en sus diócesis, en México y América Latina y que se hacían evidentes al acompañar las luchas obreras, campesinas, a los presos políticos, etcétera. Por diferentes razones, don Sergio fue invitado a tribunas universitarias. Allí dejó explícita la necesidad de relativizar la Iglesia y ubicarla en un horizonte mayor. El reino de dios, decía, no se agota ni se identifica con la Iglesia que, además, como toda institución humana, está inserta en los vaivenes históricos y en los riesgos de vincularse con poderes que contradicen el mensaje central del Evangelio. 1968 es el año en que la juventud, vinculada con otros actores sociales, se manifiesta para poner límites a la concentración de un poder represor. Fue también para la diócesis de Cuernavaca un año de especial tensión: el caso del CIDOC de Iván Illich, espacio de formación para los misioneros que darían servicios en algún país de América Latina; el sicoanálisis introducido por Gregorio Lemercier y su conflicto con el Vaticano4, y la visita de don Sergio a los presos políticos en Lecumberri5, donde les expresó su regocijo y solidaridad por su trabajo en pro de la liberación. El obispo manifestó en su homilía del siguiente domingo las razones pastorales que lo llevaron a realizar esta visita y su convicción de que el cristianismo debe condenar cualquier forma de injusticia, y de que "no es posible tolerar ésta en nombre del mantenimiento del orden, la paz interior, el prestigio exterior..." El sueño de la patria grande nte la disyuntiva que generalmente se presenta a todo el pueblo creyente, y de manera más directa a los altos funcionarios de una Iglesia, de vincularse con el poder y/o a cualquier expresión de los grupos dominantes, o en unión con los sometidos y desde ellos y con ellos luchar por la transformación de una sociedad, don Sergio eligió con claridad la segunda opción. Pero esa postura siempre es una amenaza para instituciones y gobernantes. Incluso fue lo que generó una animadversión de otras autoridades episcopales de su misma institución religiosa. Además, cuando se apuesta a una transformación estructural de la sociedad no es posible limitarse a las fronteras locales, así que el obispo hacía explícita la insoslayable dimensión latinoamericana. Seducido por el sueño de la patria grande que sólo puede ser América Latina liberada, acogió a perseguidos y refugiados que encontraron asilo en nuestro México, abierto a quienes luchan por causas nobles y justas en sus propios países, y transitó por caminos lejanos para acompañar y apoyar los esfuerzos y luchas en la construcción de nuevas formas sociales que se daban en Cuba, Chile, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Haití y otros países del continente y del Caribe. Su solidaridad con esos procesos de liberación la expresó de muchas maneras. Una de sus cualidades era su apertura. No iba dirigida a católicos o cristianos, ni se requería ser creyente para entrar en diálogo con él. Se solidarizaba con todo ser humano que luchaba por un mundo mejor, independientemente de su filiación y postura religiosa. De ahí su participación activa en foros internacionales de búsqueda y solidaridad: Cristianos por el Socialismo, la Conferencia Cristiana por la Paz, el Tribunal Permanente de los Pueblos, el Secretariado Internacional de Solidaridad Oscar Arnulfo Romero, etcétera. En 1983, al cumplir 75 años, de acuerdo con el derecho canónico, presentó su renuncia, que le fue aceptada de inmediato. Don Sergio había estado exhortando a los fieles, sacerdotes y religiosas de la diócesis a vivir su separación como una experiencia de creatividad. De ahí en adelante innumerables seguidores lo adoptaron como su obispo y consideraban que su catedral se había ensanchado a tal grado que carecía de muros. Se había configurado una catedral no de piedra, sino viva y abierta, a donde todos y todas podían entrar. En síntesis, este hombre tan controvertido y activo luchó siempre por ser congruente con su percepción del espíritu cristiano y de su misión pastoral. Invitaba a los que le rodeaban a ejercer su libertad en la toma de decisiones, siempre como un acto consecuente y posterior a una reflexión personal y discernimiento colectivo. Siempre contemplaba como prioritario escuchar a los demás, estar atento a otros puntos de vista, a otras necesidades, a otras formas de enfrentar los problemas y tratar de resolverlos. Convencido de que el sistema capitalista está estructurado con mecanismos que concentran riqueza y poder y, por lo mismo, son generadores de injusticia permanente y creciente, Méndez Arceo apoyaba toda lucha de reivindicación y transformación social en México y en otros países del continente.6 Con la misma actitud de amor entrañable a su Iglesia, pero con crítica de hijo adulto de la misma, hacía explícita su "opción utópica y crítica por el socialismo"7 y con gran capacidad de análisis distinguía entre los comportamientos acertados y desafortunados de los actores involucrados en esos acontecimientos. No es posible comprender la riqueza y complejidad de su conducta si sólo se atiende la dimensión política e internacional de sus comportamientos públicos. Es indispensable escuchar de él mismo ese camino de espiritualidad8 que puede dar cuenta de su vida, ya que sus esfuerzos se orientaron a convertirse cada vez más al Dios cristiano y a concretar, en el ejercicio de sus derechos y el desempeño de sus deberes, un alejamiento de los ídolos del tener más y el afán de poder presentados por el capitalismo con la ayuda significativa de la institución eclesiástica. Por eso sus denuncias continuas, asociadas siempre con el anuncio y la acción solidaria con pueblos y personas en lucha por su liberación. 1. Baltazar López Bucio, Don Sergio Méndez Arceo, Un profeta para nuestro tiempo, Ediciones Dabar y Secretariado Social Mexicano, México, 1993. 2. El Centro de Estudios sobre la Universidad (Cesa) ofreció la primera edición facsimilar de esta obra que cuenta además con un apéndice documental. La Real y Pontifica Universidad de México. Antecedentes, tramitación y despacho de las reales cédulas de erección, UNAM, México, 1990. 3. Documento entregado al candidato Luis Echeverría Alvarez. Se puede localizar en Historia General de la Iglesia en América Latina, tomo V, México, Ediciones Paulinas-Sigueme-CEHILA, Salamanca, 1984, págs. 478-480. 4. Este conflicto está ampliamente documentado en el libro de Luis Suárez Cuernavaca ante el Vaticano, Edit. Grijalbo, México, 1970. 5. Entre los 90 presos políticos visitados se encontraban José Revueltas, Manuel Marcué Pardiñas, Ramón Danzós Palomino, Gilberto Rincón Gallardo y Gilberto Guevara Niebla... 6. Para el tema de su apoyo al socialismo como alternativa al capitalismo, ver Carlos Fazio, La cruz y el martillo, Joaquín Mortiz y Planeta, México, 1987. 7. Carta de Sergio Méndez Arceo a Salvador Allende, 29 de julio de 1973. 8. Para conocer su pensamiento es pertinente acudir a sus homilías publicadas. Uno de estos libros es Compromiso cristiano y liberación, Vol. I, Centro de Estudios Ecuménicos-Nuevomar, México, 1985.
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