La
educación religiosa como crisol Por Luz Marina Morales* *Investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP
a educación en la Nueva España fue dirigida hacia la implantación de patrones culturales que buscaban colocar a cada individuo en sus quehaceres según el grupo cultural a que pertenecía. Es necesario comprender este principio para entender la labor educativa en la época colonial, pues a través de los tres siglos de sometimiento, el imperio español se esforzó todo lo que pudo para lograr que sus vasallos americanos se incorporaran al proyecto social y económico de la Corona. Pero la iglesia impuso sus esquemas; por consiguiente, las circunstancias locales terminaron por imponer sus exigencias coadyuvantes a su manera de educar y al proceso de evolución y crecimiento, de este modo los principios morales y las buenas costumbres establecidas por la iglesia, fueron más eficaces que cualquier otra forma de reglamentación y en ello tuvieron mucho que ver las comunidades religiosas que fueron instalándose en las diferentes regiones del virreinato. Dentro del proceso de evolución que fue sucediéndose, el centro del interés educativo fue desplazándose paulatinamente de una formación religiosa como único bien valioso hacia la ampliación de estudios prácticos para todos los grupos sociales y para los dos sexos; quizá la primera tendencia se manifestó a mediados del siglo XVI, debido al fervor misionero, y la segunda, después de la mitad del XVIII cuando predominó el criterio utilitario que buscaba una formación práctica en las ciencias, en las técnicas y en la capacitación de hombres y mujeres para un trabajo más productivo, sin dejar olvidado el sentir religioso. A medida que la sociedad iba evolucionando a lo largo de los trescientos años de vida colonial, en la Nueva España se presentaron cambios sociales, políticos y económicos creando diversas formas de convivencia y explotación. La expansión de las ciudades vino acompañada del interés del refinamiento en las costumbres, la ostentación de la riqueza, de títulos y honores, de jerarquización social, del interés por las ceremonias religiosas y por la valoración de la cultura.1 Los sacerdotes fueron los portadores de las artes, de las letras y de la cultura europea e imitados por las familias españolas y criollas social, política y económicamente influyentes, enriqueciendo así la academia de los colegios religiosos como los de la Compañía de Jesús. En estos claustros y muy especialmente en el del Espíritu Santo se fundó la cultura mexicana nacida de fuentes americanas, europeas y cristianas. De toda esta semilla regada, la de Puebla fructificó en varias mentes formadas por los jesuitas en dicho colegio, ahí se abrió una ventana al mundo europeo que consolidó un pensamiento de unidad que fue precisamente el nuevo pensamiento mexicano cuajado hacia la segunda mitad del siglo XVIII y que puede considerarse como génesis de la modernidad de los principios teóricos de la independencia. Este pensamiento considera a la patria como un ente distinto e independiente de España, surgido como una nueva realidad al incluir el legado indígena y resaltar en toda su valía esta aportación. Como consecuencia de la expulsión de los Jesuitas, el pensamiento maduró e irradió por el mundo europeo una cultura auténtica mexicana nacida en la exaltación que producía la medida tomada por Carlos III y en la defensa que los jesuitas tomaron en sus manos de la polémica en boga sobre la degeneración de los americanos. Así nació el humanismo criollo que nos equiparaba en capacidad e inteligencia a cualquiera de los pueblos existentes. Francisco Javier Clavijero * Nació en el puerto de Veracruz en 1731; murió en Bolonia, Italia, en 1787. Desde pequeño tuvo oportunidad de aprender las costumbres de los indígenas y diversas materias que le agradaban como la poesía, la botánica, etc. como lo trae Maneiro en su Vida de algunos mexicanos, parte tercera, pág. 29. Estudiando en el Colegio de San Ignacio de Puebla, sintió grandes deseos de aprender las lenguas indígenas, deseos que cristalizaron años más tarde cuando las aprendió, especialmente el mexicano. (Maneiro, pág. 33). En el Colegio de San Jerónimo de la misma ciudad estudió gramática, y filosofía en el de San Ignacio. (Maneiro pág. 32). Habiendo entrado en la Compañía de Jesús en 1748 hizo dos años de noviciado y luego pasó a Puebla, en el Colegio del Espíritu Santo, a repetir en un año la filosofía. Fue entonces cuando se dio a la lectura de Newton, Gassendi, Descartes, Leibniz y otros filósofos y científicos de moda entonces. En 1751 fue inscrito en el segundo año de teología en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México y tuvo que interrumpir la ciencia sagrada por haber sido nombrado Prefecto de Estudios de San Ildefonso. Después de un año volvió a San Pedro y San Pablo para cursar el tercer año de teología (Maneiro, págs. 42-44). Todavía antes de ordenarse tuvo que enseñar retórica por no haber cumplido los veintidós años. Notable en su prosa, Clavijero refleja sobre todo en sus obras históricas la inquietud por reivindicar la cultura precortesiana y la figura indígena. En virtud del decreto de expulsión emitido por Carlos III, en 1767 abandona la patria y se refugia con sus demás hermanos de religión en Bolonia. Allí escribió su obra monumental Storia Antica del Messico, que editó Gregorio Biasini en Cesena entre 1789 y 91 en 4 vols. Sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres en la ciudad de México.
* Tomado de Hombres Célebres de Puebla, por adopción, tomo II. Márquez, Montiel, Joaquín, editorial Jus. México, 1955, págs. 97- 98.
El Colegio del Espíritu Santo
"... el genio ignaciano bruñó los cerebros de la naciente patria y grabó en ellos el lema de la ambición que no puede satisfacerse con nada que no sea lo absoluto y a la mayor gloria de Dios" 2
l colegio del Espíritu Santo fundado en 1587,3 fue un centro cultural y de avanzada experimentación científica, sede de cátedras y discusiones de las corrientes del pensamiento generadas básicamente en Europa; gracias a los jesuitas y a su novedoso método de enseñanza, que se proponía proporcionar a los estudiantes una sólida formación en los fundamentos de la gramática, establecer un orden jerárquico y progresivo en planes y programas de estudio según la capacidad de los alumnos y los requisitos propios de cada materia o disciplina formalizando la asistencia permanente a clases y acompañando las lecciones impartidas de abundantes ejercicios para mejorar su aprendizaje,4 se fueron formando no sólo futuros sacerdotes sino personajes destacados en la oratoria, en las ciencias, en la literatura y en la política y sus métodos podríamos decir que fueron usados por todas las instituciones educativas de la Nueva España. Fue el lugar de estudio más importante de la región desde su fundación hasta terminar el siglo XIX, siendo un centro de discusión de alto nivel y distinguiéndose en él artistas, escritores, pensadores políticos y científicos que usando el colegio como trampolín escalaban posiciones de poder tanto en la región como en el país, porque desde la perspectiva histórica, el colegio ha sido el espacio en el que se han formado generaciones de élite educada y el sitio donde se han conjugado sus expectativas políticas, intelectuales e ideológicas. Del colegio han surgido a través de los siglos personajes que han destacado en todos los ámbitos del conocimiento llenando de orgullo, satisfacción y confianza a los poblanos, pues ha ofrecido a la juventud de todos los tiempos posibilidades de prestigio y ascenso social.5
Para el siglo XVIII los tres colegios jesuitas, San Ildelfonso, San Javier y el Espíritu Santo, tenían cátedras de retórica, poesía, gramática, lenguas indígenas, sagradas escrituras, moral, derecho canónico, teología y filosofía; 6 en ellos se preparaban para ingresar a las carreras de derecho, medicina o para ser sacerdotes y escritores; por consiguiente, podemos afirmar que los jesuitas contribuyeron grandemente en el progreso educativo de Puebla y su región y el colegio del Espíritu Santo fue el crisol de donde emergieron las mentes más preclaras de la Puebla virreinal y del siglo XIX como fueron Francisco Javier Alegre, Francisco Javier Clavijero, José Rafael Campoy, Juan Luis Maneiro, Pedro José Márquez, Carlos de Sigüenza y Góngora, Andrés Cavo, Andrés de Arze y Miranda entre otros. El colegio ha sido el centro aglutinador del pensamiento tanto de los siglos XVII, XVIII y XIX como de las primeras décadas del recién acabado siglo XX; a través suyo y sin importar las diferentes denominaciones que ha tenido, (Colegio del Espíritu Santo, Real Colegio Carolino, Colegio del Estado y Universidad Autónoma de Puebla) Puebla ha cumplido con el deber de educar y formar a las juventudes de la región. De los personajes arriba mencionados vamos a tomar como ejemplo a Francisco Javier Clavijero teniendo en cuenta que fue el artífice de cambios modernizadores de los programas de estudio de los colegios jesuitas, que su obra fue universal y con ella dio a conocer a la tierra novohispana. Debido a la ignorancia que de nuestras culturas tenían los europeos, nos catalogaban como inferiores, el padre Clavijero les demostró lo contrario. A la manera de los grandes jesuitas de su tiempo, el insigne humanista Francisco Javier Clavijero, fue un destacado maestro innovador, gran pensador filósofo y políglota que se distinguió por su sólida y extensa cultura. Dedicó su existencia al estudio de las raíces de nuestra herencia dando a conocer al mundo nuestra cultura. Fue un veracruzano criollo nacido en 1731, hijo de un español que trabajaba para la administración de la Nueva España, 7 motivo por el cual su familia fue viajera constante, sobre todo en regiones de poblamiento indígena donde Francisco Javier conoció todo lo referente a los indios, sus costumbres, su naturaleza y la forma de hacer producir la tierra, que sin duda fueron los principios básicos para los estudios sobre su historia. En 1743 sus padres lo enviaron a esta ciudad de Puebla para que realizara estudios de gramática y filosofía con los jesuitas, 8 cuatro años después ingresó al seminario a estudiar teología empezando así su carrera sacerdotal que culminó en la orden de San Ignacio en 1755 9 , ahondando en los campos del saber y de las lenguas; estudió ciencias, teología, latín, griego, francés, inglés, portugués, italiano y alemán y tenía conocimiento del náhuatl que había aprendido desde niño. El comprender todos estos idiomas le permitió leer directamente la literatura, el pensamiento y los escritos de no pocos autores. Por 1751 se dedicó nuevamente a la filosofía estudiando a Enrique Luis Duhamel, Samuel Purchas, Renato Descartes, al abate Pedro Gassendi, Isaac Newton y a Gottfried Guillermo Leibniz,10 ahí le nació el interés por las corrientes del pensamiento moderno que lo llevaron a concebir una transformación de los estudios científicos y filosóficos en la Nueva España; habiendo sido preceptor y maestro, incluso antes de ordenarse, luchó por abrir las mentes de sus discípulos a esas nuevas formas de pensar en las que sobre todo se tuvieran en cuenta los descubrimientos recientes en las ciencias y el saber contemporáneo, modificando los viejos conceptos en que se basaba la enseñanza. Su facilidad de palabra y la profundidad de su pensamiento fueron el fundamento para que sus superiores después de reconvenirlo en repetidas ocasiones por el no cabal cumplimiento de sus deberes como jesuita, reconocieran la conveniencia de permitirle dedicarse a las tareas que para él eran de mayor importancia en el campo de la ciencia y la cultura; pues lejos de confinarse en la teología, extendió sus conocimientos a las ciencias físicas, exactas y naturales y formó su espíritu artístico en la música, y su gusto literario en el estudio de los clásicos latinos y castellanos como Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes, Sor Juana Inés de la Cruz, Fray Benito Jerónimo Feijóo, y el angelopolitano Parra.11 Como filósofo de la historia adoptó la visión providencialista que admitía la intervención externa de Dios y del demonio sin negar la importancia trascendente de las causas secundarias en el desarrollo de los eventos históricos, buscando siempre la última causa racional y la explicación del proceso histórico en la idea de una providencia supervisora que conducía los asuntos humanos en acción conjunta con la libre voluntad del hombre. Su método histórico fue apreciado por basarse en la verdad, por su sentido crítico y por su objetividad.12
Cuando los jesuitas llegaron a Italia expulsados de América y de España en 1767, encontraron a la Europa pensante enfrascada en la polémica sobre el cuestionamiento del valor del descubrimiento, generada por la supuesta inferioridad de nuestra raza, Clavijero se unió inmediatamente a las filas de los otros jesuitas que refutaban a Jorge Luis Leclerc de Buffón, Cornelius de Paw, Reynal, Gage y William Robertson, quienes habían dado alguna respetabilidad científica a la teoría sobre la degeneración de los americanos. El resultado final de su defensa fue su Historia Antigua de México, primer estudio exclusivo sobre el México prehispánico. Era una clara y brillante síntesis acerca de las instituciones que habían integrado la realidad cultural del México precortesiano, presentada con un criterio abierto y significativos propósitos universales. El libro fue publicado en italiano, lengua a la que él mismo lo tradujo, en inglés y en alemán. Esta difusión lo lanzó a la fama internacional pues creó un nuevo interés en la antigüedad azteca, sirvió de base para la rectificación de muchas distorsiones sobre el continente y fomentó el espíritu regionalista americano que a la larga llevó a buscar la independencia.13 Luis Villoro dice al respecto:
Su amor por la patria fue mucho más allá, también escribió la historia de Baja California, ensayos sobre lo que debía implementar la Nueva España para acrecentar el comercio y activar su economía y proyectos dirigidos a lograr una más adecuada explotación de los recursos naturales para mejorar las condiciones de vida de los compatriotas. Ocupado en esos menesteres la muerte lo alcanzó en Bolonia en 1787 cuando apenas tenía cincuenta y cinco años. Sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres en la ciudad de México. Bien, después de haber presentado a grandes rasgos el papel que tuvieron los jesuitas en la educación de la juventud poblana en los siglos pasados, especialmente Clavijero, y reflexionar al respecto, podemos concluir que: Cuando una cultura impone su dominio sobre otra aparece un fenómeno de aculturación o sea un intercambio de rasgos culturales entre vencedores y vencidos que da origen a una nueva cultura cuya característica primordial es ser inherente al nuevo hombre producto de esas dos culturas, y como toda cultura, tiene una naturaleza simbólica, hundida en sus raíces y fuertemente unida en su evolución; las estructuras que se forman a través del tiempo no se destruyen ni se sepultan totalmente por los cambios de los hombres y de las instituciones; por consiguiente, el panorama cultural no puede apreciarse solamente por el lustre de hoy, sino explorando hacia el fondo las lejanías y siguiendo con la imaginación el trabajo de los siglos, las reminiscencias de antaño y la fuerza oscura y subterránea de las raíces de los pueblos que penetran hasta las entrañas de la tierra.
Las instituciones educativas y culturales creadas por los jesuitas contribuyeron muy preponderantemente a fomentar la inteligencia poblana en toda la gama del conocimiento en boga de la época, misma en la que se fundamentó nuestra idiosincrasia, nuestro comportamiento y nuestra cultura. A pesar de que el acento colonizador fue único, penetrante e imperativo y sin concesiones, los hombres, las instituciones y los centros generadores de cultura [y de riqueza] colocaron a Puebla en el segundo lugar del virreinato, después de la capital. Este logro se debió al ahínco de estos hombres a quienes les debemos el conocimiento del ideal humano de esos tiempos y los modos que emplearon para lograrlo; no podríamos apreciar muchos rasgos de nuestro presente sin evocar y comprender las influencias de ese pasado. Es necesario recordar que la conquista fue como todas las conquistas, brutal e impositiva y destruyó el ritmo y la armonía de los vencidos para imponer sus cánones que no eran precisamente los más adelantados de Europa; por lo cual, somos el resultado de una cultura en atraso respecto al resto de Europa occidental y otra, la americana, en apogeo, pero con retraso respecto a la civilización venida del "mar océano", heredamos lo bueno y lo malo de las dos y con ello hemos vivido durante todos estos siglos. Es necesario reivindicarnos, Puebla que fue eje cultural y centro aglutinador del comercio durante gran parte de la colonia, debe retomar su rumbo y acelerar el paso para volver a ser el fusor de la cultura, la educación y la riqueza que dé vida y bienestar a la juventud. En el antiguo colegio del Espíritu Santo recae mucha de esa responsabilidad. 1
GONZALBO, Aizpuro, Pilar, Las mujeres en la Nueva España, educación
y vida cotidiana, México, El Colegio de México, 1987, primera edición,
Introducción. Cosme
Furlong Malpica, promotor
osme Damián Furlong Malpica fue hijo de Diego (James) Furlong Downes y Anna Rita Gertrudis Malpica Rodríguez, nació en Puebla el 27 de septiembre de 1797, siendo bautizado en el Sagrario de la Catedral el mismo día de su nacimiento.1 Fue regidor del ayuntamiento en 1827; elegido alcalde de segundo voto en 1829, año en que también fungió como consejero de Estado. A la muerte de su hermano Patricio en 1833, fue nombrado gobernador interino para terminar el periodo , al concluirlo fue declarado gobernador constitucional. Por su iniciativa el Congreso del Estado decretó, el 18 de marzo de 1834, un plan de estudios para el Colegio del Estado (hoy Universidad Autónoma de Puebla), suprimiendo las cátedras de teología, estableciendo, además, la obligatoriedad a la educación pública y gratuita. De ese decreto transcribimos cuatro de los 19 incisos: " 1- El Colegio del Espíritu Santo se denominará en lo sucesivo colegio de San Jerónimo y San Ignacio del Estado libre y soberano de Puebla. " 2- Abolido como queda el traje talar, el de los colegiales para las asistencias y actos públicos de comunidad será honesto y negro, llevando en la solapa del frac el distintivo que acordare el gobierno. " 3- La enseñanza de cualquiera facultad en dicho colegio se dará pública y gratuitamente. " 4- Cuidará el gobierno con todo celo y constancia que no se enseñen o inspiren máximas opuestas al sistema que nos rige, ni a las leyes fundamentales de la Nación y el Estado.2 " El decreto educativo contribuyó a exacerbar el odio de las corrientes conservadoras en contra del gobierno republicano, por tal motivo el Congreso acordó el 2 de abril de 1834 la expulsión de los clérigos Miguel Sánchez Oropeza, Cayetano Gayo, José María Oller, Nicolás Zavo, Angel Alonso y Pantiga, Ignacio Garnica, José Mariano Marín, Camilo Zamacona, Bernardo Mier y al historiador Francisco Javier de la Peña quienes conspiraban en los conventos de San Agustín y Santo Domingo bajo el lema de religión y fueros. Además, el 12 de abril de ese año, Cosme Furlong decretó la prohibición de publicar, sin la aprobación del congreso, edictos del obispado que prohibían algunos libros. Con todas esas medidas los conservadores exaltados acudieron a Santa Anna quien ordenó al general Luis Quintanar sitiar la ciudad de Puebla, defendida durante dos meses con las armas en la mano, por el gobernador Furlong quien había obtenido apoyo de los gobernadores de Oaxaca y Veracruz para sofocar la rebelión que con el nombre de religión y fueros pretendía privilegios para el ejército y el clero. En este periodo Cosme Furlong dio muestras de imaginación y convicción de los principios liberales. Fue sustituido por el gobernador general Manuel Rincón. Después de estos hechos vivió en retiro político ocupado en sus negocios y en algunos cargos militares hasta el gobierno liberal de Juan Mugica y Osorio, (1848-1853) en el que desempeñó varios cargos. En abril fue nombrado consejero de Estado, en noviembre senador suplente de José María Lafragua y en diciembre del año siguiente nuevamente consejero. A la renuncia del señor Mugica y Osorio en 1853, fue nuevamente encargado de la gubernatura. Murió en Puebla a los 64 años de edad el 21 de noviembre de 1861.3 Antes de su muerte fue testigo del triunfo liberal. Notas 1 Archivo del Sagrario
de la Catedral, libro de bautizos número 84, foja 49.
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