Mariano
Joaquín de Anzures;
n día de agosto de 1795 ingresó al Hospital de San Pedro una mujer con rabia, enfermedad que se decía había curado una señora con la hierba Quauhizquiztli o planta de escobas, por lo que el comisionado José Ignacio Doménech1 mandó traer esta hierba de Huamantla para que se la dieran a la paciente que estaba agonizando. Reunió después a los facultativos del hospital, don Mariano de Anzures y don José González, "Médico y cirujano de créditos justos en el vezindario", y pidió se le diese a la enferma una dosis que había preparado don Antonio de Cal, boticario mayor del hospital.2 Los resultados para Doménech fueron notables y de inmediato le notificó al virrey: "A los dos minutos recobró la mujer los sentidos perfectamente, miraba como atónita a los concurrentes, y dijo: "bendito sea Dios, vengo del otro mundo: ¿qué bebida es esta que me ha dado la vida? Dénme más". Respiraba con libertad, ella misma se hacia aire con su paño y un sombrero; apagaba de un soplo una vela; bebía agua por su mano, se alegraba de verla, sin espasmos ni convulsiones, ... y recibió de rodillas la bendición de este señor obispo, que quiso ser testigo ocular de esta admirable curación.3 Por su parte Anzures y los demás facultativos opinaron que la enferma padecía la verdadera hidrofobia, producida por el contagio o veneno que había recibido en una mordida de una perrilla en el labio inferior, tres meses antes, sin actuarse hasta la noche del veintidós de agosto... "Al día siguiente sintió la enferma dificultad de deglución, y en la respiración ya comenzó a ofenderse del ayre atmosférico levemente agitado, y últimamente, en el día veinte y quatro, ya fueron los symptomas más manifiestos. De inmediato, la rabiosa fue sangrada liberalmente, y estuvo tomando cenizas de cangrejo de río, aconsejadas por el práctico Mead, en vista de que Galeno dice que ninguno ha perecido de aquellos a quienes tal medicina se ministró". Cuando llegó la hierba, que el comisario hizo venir "con su eficacia sin tamaño", desde luego fue administrada, como queda dicho, porque "ni era tiempo de hacer crítica, ni nada se arriesgaba en el desesperado mal". Pasado el general asombro de la escena arriba descrita, los profesores discutieron "atendiendo a la falta de fuerzas o debilidad de la enferma, si se la debía extraer más sangre, y por qué medios, y todos, después de prolijas reflexiones, acordamos que convenía la extracción por sanguijuelas, en la garganta, y por dos ventosas sajadas en las escápulas", sin por ello suspender el uso de la hierba. Según los facultativos, al atardecer del mismo día, "le comenzó a la enferma una ligera horripilación a que se siguió una fiebre muy aguda, que la puso delirante toda la noche, y asi continuó al día siguiente, que aunque siguió la yerva, se le dieron otras medicinas alexifarmacas, con lo que en la noche del día veinte y ocho descansó de aquel delirio, pero después comenzó a desmayarse, y en el deliquio acabó la vida, a las cuatro de la mañana del veinte y nueve". La conclusión de los opinantes fue que "los symptomas de aquel horrendo y espantoso mal se mitigaron en la mayor parte o se extinguieron", y que, por lo tanto, la "yerba, lejos de perder su estimación, la acredita con este caso", pues "Dios la ha dotado de virtud antihidrofóbica, y administrada oportunamente, y con más nociones de ella, que se solicitarán, para su dosis, y todo lo demás que es necesario, quizá es el verdadero antídoto de aquel mortífero y hasta ahora, invencible veneno".4
A solicitud de Doménech, el virrey ordenó que el ilustre botánico don José Mociño, don Antonio Cal y un dibujante, realizaran una expedición para examinar la planta y al mismo tiempo solicitó su parecer al Protomedicato que dictaminó que: "admitían los hechos relatados, como confirmativos de lo ya sabido por los indios y descrito por el sapientísimo médico don Francisco Hernández", que calificó a la planta como "bastante irritante, acre, amarga, cáustica y tenida por calefaciente y exsicante en tercer grado".5 Pero a pesar de que el Protomedicato recomendó que se siguieran realizando las experiencias hasta fijar las dosis, nada quedó escrito ni se confirmaron los hechos relatados. La experiencia de marras dará pie al inicio de reuniones de médicos, cirujanos, farmacéuticos y flebotomianos en el Real Hospital de San Pedro, formando sentimentalmente una Facultad, en el sentido en que las viejas instituciones lo habían sido para los gremios médicos.6 Buscaban transmitir sus conocimientos y habilidades a sus agremiados y, animados por la Real Orden de establecer un Colegio de Cirugía en México, solicitaron a la Real Audiencia el derecho de instruir a sus practicantes, con la consigna de que finalmente sería el Protomedicato quien haría el examen final.7 En 1787 se concedió lo pedido y dos años más tarde se instaló la primera Academia de Medicina en Puebla.8 Aunque no existen datos precisos sobre sus trabajos y algunos dudan que hubiese funcionado durante la última década del siglo,9 el Comisionado Doménech en 1795 señalaba las ventajas para los jóvenes poblanos que quisieran estudiar medicina, cirugía o flebotomía, "imponiéndoles la obligación de asistir a las disecciones semanarias del anfiteatro de anatomía que pensaba establecer, a las elaboraciones químicas de la botica, y a las visitas diarias de los médicos y cirujanos".10
*Profesor de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, BUAP 1 José Ignacio Doménech, desempeñó el cargo de Comisionado del Hospital de San Pedro de 1792 a 1801, año de su muerte. Desempeñó el cargo con desprendimiento, atención personal y hábiles gestiones, lo que contribuyó a que el Hospital tuviera una de sus mejores épocas. 2 José Joaquín Izquierdo, Raudón, cirujano poblano de 1810, México, Ed. Ciencia, 1949, p. 58. 3 Idem. 4 AGN, Ramo Hospitales, Vol. LXXII, exp. 11. 5 Francisco Hernández, Historia de las Plantas de Nueva España, traducción del Dr. Isaac Ochoterena, México, Ed. UNAM, 1942, tomo I, p. 123. 6 El vocablo facultas, o sea la actual facultad, determinó el contenido de la ciencia que se profesaba. Desde el siglo XII penetraron a través de Salerno y Toledo nuevas materias científicas procedentes del ámbito cultural árabe, que desplazaron las tradiciones humanísticas cristianas. Los núcleos de conocimiento se trasladaron de los monasterios a las catedrales o grandes sedes episcopales. Heinz Schott, Crónica de la Medicina, España, Plaza & Janés Editores, 1994, p. 87. 7 J.M. Reyes, Estudios Históricos sobre el Ejercicio de la Medicina, de 1701 a 1800, Gaceta Médica de México,1866, tomo I, pp. 491-497. 8 F.L. Casián, La enseñanza de las ciencias médicas en Puebla, México, 1917, pp. 51-62. 9 José J. Izquierdo, Op. cit. p. 79. , Efraín Castro Morales, La Escuela de Medicina de Puebla, México, Ed. UAP, 1965, p. 24. 10 AGN, Ramo Hospitales, Vol. XXVI, exp. 1 El surgimiento de la Academia de Medicina, Anatomía y Farmacia
ue hasta marzo de 1802 cuando apareció en la Gaceta de México lo siguiente: "Se ha establecido en dicho Hospital (San Pedro) una Academia de Medicina, Anatomía y Farmacia, frequentada de los mismos profesores de estas facultades, que amantes de la humanidad y zelosos de los mayores adelantamientos a beneficio de la salud pública, se exercitan en conferir las materias más interesantes para el efecto y en consultar para el mayor acierto en la práctica los casos particulares; anatomizando igualmente los cadáveres que oportunamente les franquea el hospital con todos los instrumentos y utensilios conducentes. Estos exercicios, dignos de la mayor recomendación, se tienen alternativamente de cada una de dichas facultades, todos los jueves del año, por la tarde, comenzando desde las tres y media; y a todos los actos concurren simultáneamente los profesores todos"1. Desconocemos cuántos profesores iniciaron el establecimiento de la Academia, pero por el informe que hace el Dr. Anzures al Cabildo el 27 de octubre de 1804,2 sabemos quienes la integraban en esta fecha: nueve médicos, don José Morales, don Mariano Joaquín de Anzurez, don Nicolás Luna y Almanza, don Agustín Arellano, don José Priego, don Mariano Revillas, don Antonio Chavez Naveda, don Leandro González y don José María Zepeda, además de siete cirujanos, don Bartolomé Antonio Moreno, don Francisco La Madrid, don José González, don Mariano Santa Crúz, don Francisco García, don Juan Fresmeda y don Miguel Vyeira. Todos ellos trabajaron en la construcción de la Academia y enseñaron la medicina y cirugía de su época, formando cirujanos como Juan Nepomuceno Raudón y Manuel Eulogio Carpio Hernández. En 1803 la Gazeta volvió a informar: "La Academia continuaba sus exercicios teóricos y prácticos; los que sensibilizan, tanto la honrosa emulación de sus individuos en su ininterrumpida frecuencia, quanto al cabal desempeño de tan útiles funciones y ventajosos adelantamientos a favor de la salud pública, que es el grande objeto de sus preciosas y recomendables tareas."3 De esta forma y poco a poco, se va enseñando y aprendiendo la medicina de la época, que todavía está claramente marcada por el dogmatismo galénico. Según los dictados de la Ilustración, los conocimientos teóricos debían ser fructíferos en la práctica. Pero la práctica ha de demostrar buenos resultados en el trato diario del enfermo. No asombra pues, que la experiencia propia fuera mucho más respetada que las indicaciones de tratamiento de los sistemas médicos, que además, muchas veces eran contradictorios. Seguramente los facultativos del Hospital de San Pedro, conocieron y siguieron las enseñanzas de Hermannus Boerhaave,4 que fue considerado como el guía de la medicina práctica del siglo XVIII. Boerhaave enseñaba medicina al lado del enfermo, es decir, en el hospital, que a partir de entonces se convirtió cada vez más en un centro de enseñanza. Conocieron también la obra de Morgagni Sobre la sede y las causas de las enfermedades, averiguadas mediante el arte de la anatomía, primera en hablar de la patología orgánica. Esta obra partía de la idea de que el análisis patológico de los órganos podría informar sobre las causas y el curso de las enfermedades, afirmando: "Es imposible determinar la esencia y las causas de una enfermedad sin la disección del cadáver".5 Hasta este momento el doctor Anzures y Zeballos ha desempeñado un papel importante en el desarrollo de la medicina en la Puebla de los Ángeles, no sólo como médico sino también como docente de la Academia o como representante de la autoridad,6 las actividades que seguirá realizando en pro de la enseñanza de la medicina, lo muestran como un verdadero romántico. En 1804 fue comisionado junto con otros cinco profesores para formar parte de la Junta Vacunal, para la aplicación y conservación de la vacuna traída por Balmis; actividad que desarrolló hasta su muerte. Los médicos poblanos ante las epidemias que azotan a Puebla en el siglo XIX
Durante noviembre de 1812 se inició una epidemia de "fiebres" que se prolongó hasta septiembre del siguiente año. La desconcertante variedad de síntomas y signos observados nos indican, muy probablemente, que la epidemia fue causada por varias enfermedades, aunque la principal pudo haber sido el tifo.7 Para el 12 de enero, cuando la epidemia ya estaba bien establecida, el Dr. Anzures y otros tres profesores de medicina, dirigieron un oficio al cabildo municipal en el que propusieron: "Que la Salud de los Hombres es el digno obgeto que llama la atencion, no solo del estado y de la Iglesia, si tambien de, todo hombre que vive en sociedad. Esta pues preciosa a la conturbada en muchos o casi todos los vecinos de algun Pais, exige se redoblen las atenciones políticas, físicas y Morales en obsequio de sus Habitantes para restituirles aquel bien perdido y ausentar sus Parcas deboradas. Este es el miserable estado en que hoy dia se halla esta Populosa Ciudad, y aunque parte de sus miembros extremos han desaparecido ya de su Madre superficie, y otra está en la esfera del peligro, con todo, al resto del Cuerpo Social, lo sostiene la dulce esperanza de que la salvara la Caveza Magistral. Por tanto nuestro instituto nos hace observar abusos, miserias, abandonos criminosos, poniéndonos en la dura necesidad aun de delatar á mil Mal-hechores, y Medicastre, que directamente favorecen al actual padecer asi es que si la recta justificacion de V.S.Y. califica de justo el establecimiento de una Junta de Sanidad á exemplo de los Paises cultos en semejante caso, hará el servicio mayor á Dios, y á los Hombres que le bendeciran seguramente la bien hechora mano y que pronto y executivamente acude con el consuelo".8 La propuesta, además de novedosa resultaba necesaria, pues apenas cuatro días después el 16 de enero de 1813, se estableció la Junta compuesta por dos presidentes: el señor brigadier don Ciriaco de Llano, gobernador e intendente de esta provincia y el señor doctor don José Ignacio de Arancibia, obispo electo de Oaxaca y actualmente gobernador de ésta. Por parte del Cabildo Municipal se nombró a don José María Lafragua, a don Miguel Alduncin y a los síndicos lic. don José Marin y don Fernando Gutiérrez Nansa. El Cabildo Eclesiástico también participó nombrando a don Pedro Pineyro, don Miguel Serrano y don José Manuel Cauto y Avalle. Como particulares se nombró al Lic. don José Marín y a don Fernando Gutiérrez Nansa y, finalmente, a los profesores de la Academia don Mariano Joaquín de Anzures, don Mariano Revilla, don José Mora Huerta, don Juan del Castillo y y don Antonio de la Cal9 , en quienes recayeron principalmente las acciones de la Junta. La primera instrucción que dio esta Junta fue dividir la ciudad en 16 cuarteles que contenían 144 manzanas; para cada cuartel se nombró una Junta Subalterna compuesta de un eclesiástico y dos seculares, a los que se les dieron instrucciones impresas y una cartilla con el método curativo de la fiebre. El primero era el encargado de atender el socorro espiritual y sus compañeros el socorro temporal de los enfermos.10 Anzures y los otros profesores reunidos en el Hospital de San Pedro para discutir y reconocer el carácter de la enfermedad, por unanimidad resolvieron que había que establecer un hospital provisional en uno de los extremos de la población, que abrigara en su seno a los contagiados por la epidemia y librara a los sanos del contagio. Para ello, se eligió el suntuoso Colegio de San Francisco Xavier, que reunía todos los requisitos para tan "piadoso objeto". Además, el señor rector del real Colegio Carolino cedió una huerta bien cercada y "muy á propósito para Campo Santo", contigua al nuevo Hospital para dar sepultura a los fallecidos por esta causa.11 El Hospital de San Xavier cumplió su cometido y funcionó del 7 de diciembre de 1812 hasta el 31 de diciembre del año siguiente. El doctor Anzures fue comisionado para atender el área de hombres de este hospital y asistió a más de 50 pacientes diariamente, lo que le ocasionó contraer la enfermedad que lo dejo débil e inactivo por algún tiempo.12 El saldo final que dejó la epidemia, fue de 48,726 enfermos de los que murieron 7,125; esto es una tasa de letalidad del 14,6% a un coste de 44,227 pesos.13
El 8 de noviembre de 1813, en virtud de haberse terminado la epidemia, se acordó que se terminaba el objeto para el que fue creada la Junta y se solicitaba al Ayuntamiento que decidiera si debía continuar y cuáles serían sus instrucciones. La resolución del cabildo fue ratificar a la Junta de Sanidad el 26 de enero de 1814, lo mismo que a sus integrantes.14 Durante este año se presentó una nueva epidemia de viruela; sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en las dos anteriores, la de 1779 y la de 1797, ahora se disponía de la vacuna que desde hacía 10 años ya se aplicaba y conservaba en toda la Intendencia poblana; en esta ocasión sólo enfermaron 193 poblanos y murieron 15, cifras exitosas si las comparamos con las anteriores, cuando fallecieron 18,000 y 10,000 poblanos respectivamente para cada episodio epidémico. La Junta sin embargo, tuvo mucho trabajo e incluso volvió a habilitar el Colegio de San Xavier pero ahora como lazareto, quedando al frente el doctor Anzures.15 Mariano Joaquín de Anzures y Zeballos se había convertido en una pieza importante del entorno médico poblano; su nombramiento en la Junta de Sanidad fue ratificado en varias ocasiones; como médico siguió atendiendo a los enfermos de la cárcel y los atendería por más de 20 años; también fue médico de cámara del obispo Campillo y a la muerte de éste lo fue del obispo Pérez, así como de todas las comunidades religiosas de la ciudad y del Colegio seminario Tridentino Palafoxiano. Como poblano y de partido realista apoyó la causa contra los insurgentes, en el sitio que pusieron las tropas imperiales a la ciudad; contribuyó a su mantenimiento, apoyando a las divisiones de los señores Bravo y Ojeda cuando se encontraban en las inmediaciones de su finca en el suburbio de San Baltazar, suministrando carneros, paja y semillas.16 Fue también durante esta época que la Academia de Medicina de Madrid lo nombró miembro corresponsal sin que él lo hubiese solicitado. El 10 de octubre de 1814, Anzures dio cuenta a la Junta de Sanidad por haber establecido en el Hospital de San Pedro, la Cátedra del Arte de Partear, veinte años antes que en la ciudad de México.17 Son incontables los trabajos desempeñados en la Junta, no sólo por Anzures sino por todos los miembros de ésta y debe reconocerse el mérito de ellos por procurar la salud para la población poblana, no sólo de la ciudad sino también la de toda la intendencia. El 30 de diciembre de 1820, se establecen definitivamente los Estatutos y, en agosto de 1821, cuando Iturbide entra a la ciudad de Puebla, la Junta de Sanidad representada por el intendente Ciriaco del Llano y por el doctor Anzures y Zeballos, se entrevistó con aquél y le solicitó el establecimiento de las cátedras de medicina y cirugía. Anzures previamente había conformado un plan de estudios y había sido propuesto como el primer catedrático, si se otorgaba el permiso.18 Desconocemos aún los motivos que impidieron su realización, pero nos vuelven a demostrar el interés de los poblanos por establecer con formalidad los estudios de medicina. En agosto de 1823, la Junta de Sanidad avisó que en los barrios de Analco, el Alto y en algunos ranchos inmediatos, se estaban desarrollando "fiebres" que podrían en un momento constituir un peligro como en la epidemia de 1813, por lo que se envió a dos facultativos para que hicieran un reconocimiento y su posterior reporte. El resultado fue positivo y por ello el Jefe Político solicitó a la Junta de Sanidad que se tomaran las "providencias convenientes".19 La Junta de inmediato solicitó al Dr. Anzures que reuniera a los Profesores de medicina y cirugía y que "con la vista de un plano de la ciudad, encargue á cada uno del número de manzanas que juzgue conveniente, para que como Jefe de ellas asistan á los que se encuentren febricitantes: y que á los verdaderamente indigentes y que no puedan trasladarse al Hospital, les dén alimentos y medicinas indistintamente por cualquier boticario á quienes se pagará oportunamente.20 1 Gazeta de
México, 13 de marzo de 1802, tomo XI, p. 25. La Academia en la difusión
De esta manera, las actividades de la Academia continuaron en forma satisfactoria; los socios trabajaban pensando en que muy pronto verían realizado el sueño tan anhelado de tener su propia escuela de medicina, por lo que empezaron a realizar publicaciones con el fin de difundir su sapiencia y su trabajo. "Consciente de que la imprenta es el testimonio de la ilustración de los pueblos, y de que valiéndose de ella las corporaciones manifiestan sus trabajos y transmiten sus conocimientos, la Academia Médico Quirúrgica de la Puebla de los Ángeles, desde su establecimiento, ha dado a luz pública algunas piezas, por más que sus fondos no le permiten soportar las impresiones"4 . Se imprimieron las Tablas Botánicas que para el más pronto y fácil estudio de la esta ciencia; en 1826 correspondió su turno a la Memoria acerca de la utilidad que resulta de la unión de Medicina y Cirugía, de su socio don Pedro Calderón. Durante 1829 se imprimieron otras dos obras del mismo autor, una traducción de la Posología de Cadet de Gassicourt y una Breve Instrucción para poner en práctica la operación de la Vacunación. En 1832 se imprimió Elementos de Clínica Médica Interior y el Ensayo para la Materia Médica Mexicana.5 No obstante, la tarea que a mi juicio parece la más importante de la academia fue el empezar a integrar las cátedras que debería incluir el Plan de Estudios de Médicos y Cirujanos para cuando se autorizara la creación de la Escuela de medicina; esto es sus miembros, no esperaron la autorización, pues estaban convencidos así me parece de su pronta instalación. En sesión extraordinaria del 22 de marzo de 1825, se hizo la lista de aquellos socios que deberían elaborar los programas correspondientes a cada cátedra, proponer los libros de texto que considerarán más adecuados y presentarlos ante la Academia para su revisión: Don. Mariano Rivadeneira, cáthedra de Fisiología; don Damian Fort y don Miguel Vieyra, cáthedra de Anatomía; don Manuel Zepeda, cáthedra de Higiene; don Antonio Campos cáthedra de Patología Interna; don Mariano Escalante, cáthedra de Patología Exterior; don Juan N. Raudón cáthedra de Terapéutica Interna; don Pedro Calderón, cáthedra de Terapéutica Externa; don José Ma. Zepeda, cáthedra de Clínica Interna; don Manuel Méndez, cáthedra de Clínica Externa; don Alejando Ramírez, cáthedra de Obstetricia; don Antonio de la Cal, cáthedra de Botánica y don Ignacio Echevarría, cáthedra de Química Farmacéutica.6
Podemos observar que el doctor Anzures no figura entre los profesores propuestos, pues sus continuas comisiones y, posiblemente sus estudios eclesiásticos7 , le impidieron estar presente en el proyecto que tanto había anhelado. La tarea de los profesores ya no era tan difícil, pues a partir de la independencia desaparecieron los bloqueos a la entrada de literatura médica, principalmente francesa. Los tratados de Pinel y Bichat empezaron a circular entre los socios de la Academia, moldeando y actualizando los programas. Finalmente los trabajos de la Academia dieron fruto el 6 de junio de 1831, cuando el Congreso del Estado de Puebla expidió la Ley para el "Arreglo del Ejercicio y Estudio de la Medicina", aunque su Reglamento se aprobó con fecha de 28 de mayo de 1832.8 El 28 de diciembre de 1833, se presentó ante la Dirección de Sanidad el Plan de Enseñanza de las Ciencias Médicas y que fue aprobado al año siguiente.9 Durante los últimos años de su vida, el ahora presbítero don Mariano de Anzures, fue el encargado del Registro Parroquial del Sagrario Metropolitano, pero continuaba ejerciendo la medicina principalmente entre las comunidades religiosas, firmando cuando era necesario los registros de defunción.10 En octubre de 1833, llegó a la ciudad de Puebla el cólera, y todos los médicos y profesores realizaron un trabajo titánico para tratar de detener la epidemia. Sin embargo, Antonio de la Cal, aquel boticario que tanto aportó a la ciudad, muere contagiado de la enfermedad. Pero como si fuera poco y para mostrar su letalidad, el cólera también vence a don Mariano; muere el 14 de octubre a la edad de 65 años y es enterrado en la iglesia del colegio de San Xavier,11 que nuevamente había sido implementado como lazareto y en el que tanto había trabajado. 1 AAP, Expedientes Sanidad, Libro 78, ff. 210-211. 2 José J. Izquierdo, Op. cit., p. 234. 3 Biblioteca Lafragua, Actas de la Academia Médico Quirúrgica, Libro II, 18 de enero de 1825, f. 3. 4 Juan N. Raudón, Manuel Méndez y Mariano Escalante, Trimestre de las enfermedades constitucionales que reynaron en la estación del Estío de este presente año, Puebla, Ed. Oficina de Moreno Hnos., 1825, 50 pp. 5 José J. Izquierdo, Op. cit., pp. 237-238. 6 Biblioteca Lafragua, Actas de la Academia Médico Quirúrgica, Libro II, ff. 11-11v. 7 En los documentos sobre vacunas de 1830, el doctor Anzures ya firma como presbítero. 8 AAP, Leyes y Decretos, Libro 6, ff. 91-102. 9 Biblioteca Lafragua, Sanidad, caja 1, 1834, ff. 1-6. 10 Archivo Parroquial del Sagrario Metropolitano, Defunciones, Libro 29, 1833, f. 11v. 11 Idem., f. 70v.
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