Nuestra institución fue fundada en 1587 Por Antonio Esparza Soriano
a Benemérita Universidad Autónoma de Puebla es la única institución educativa en nuestro país que tiene sus raíces en el siglo XVI, y que reconoce sus orígenes en el Colegio del Espíritu Santo, fundado por los jesuitas en 1587. Durante mucho tiempo
se creyó, erróneamente,que dicho Colegio había sido fundado en 1578. Es
comprensible que los historiadores, en su mayoría, dieran como un hecho
el año de 1578 como el de la iniciación de los cursos en el Colegio, porque
así consta en el gran cuadro pintado por Manuel Caro que se encuentra
en el muro del descanso de la escalera de los leones; pero dicho cuadro
data de 1790, pues fue realizado con motivo de la fusión delos Colegios
del Espíritu Santo, de San Jerónimo Contribuyó también a la confusión el hecho, casi desconocido en la época en que el cuadro fue pintado, de que los jesuitas le llamaban "colegios" a sus conventos, y al Superior de los mismos "rector". Asimismo, se ignoraban las instrucciones recibidas por el general de la orden, Francisco de Borja, dadas a los padres de la Compañía que establecieron la Provincia de la Nueva España. Dichas instrucciones prevenían que, primero se estableciera una residencia en la que se asentaran los padres e iniciaran su labor evangelizadora. Después debían establecer el convento y el seminario. Y luego que buscaran a una persona de caudal que se ofreciera como fundador de la institución. Así pues, en la ciudad de Puebla de los Ángeles, la residencia fue establecida en las casas del arcediano Pacheco, en 1578. Más tarde, se fundó el Convento en tales casas, y el seminario en 1585. Ese mismo año, Melchor de Covarrubias se ofreció como fundador del Colegio, pero no fue aceptado sino hasta que el general de la Orden aprobó la fundación, la que se realizó el 15 de abril de 1587, como consta en el acta notarial, cuyo facsímil acompañado de la correspondiente versión paleográfica, aparece en el libro titulado La Fundación del Colegio del Espíritu Santo, publicado por el Archivo Histórico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en diciembre de 1998. La controversia acerca de la fecha de la fundación del Colegio del Espíritu Santo concluyó definitivamente con el hallazgo del acta notarial, firmada ante Melchor de Molina por Antonio de Mendoza, Provincial de la Orden de la Nueva España y don Melchor de Covarrubias, quien como señalamos se ofreció como fundador . El señor José María Carreto, quien durante varias décadas se desempeñó como Secretario del Colegio del Estado, mencionó como año de la fundación el de 1587, y gracias a él, para aceptar o rechazar la mencionada fecha, realicé una investigación en el Archivo de Notarías de esta ciudad, donde tuve la fortuna de encontrar el acta de referencia que documenta irrebatiblemente la verdadera fecha de la fundación. Desde su génesis, la institución educativa, hoy Universidad Autónoma de Puebla, goza de una vida sin interrupciones: Colegio del Espíritu Santo de1587 a 1767; Colegio secularizado de 1767 a 1790; Colegio Carolino de 1790 a 1825; Colegio del Estado de Puebla de 1825 a 1937; Universidad de Puebla de 1937 a 1956, y Universidad Autónoma de Puebla de 1956 a la fecha, mereciendo el título de Benemérita, otorgado por el Congreso del Estado de Puebla en 1987 y reiterado en la Ley universitaria de 1991. Durante 412 años la Institución cambió varias veces de nombre, pero no interrumpió sino en raras ocasiones -y por lapsos muy breves -, su labor de forjadora de la juventud poblana. Propósitos evangelizadores y educativos
La Compañía de Jesús fue fundada en 1534 por Iñigo López de Recalde, quien a partir de esa fecha cambió la forma antigua de su nombre por la de Ignacio, y su apellido por el nombre del lugar de su nacimiento, esto es, Loyola. La Compañía de Jesús fue aprobada por el Papa Paulo III en 1547 "para aprovechar las almas en la vida y doctrina cristiana y para propagar la Fe por medio de la pública predicación y explicación de la palabra divina, para dar los ejercicios espirituales y ejecutar obras de caridad, y singularmente para instruir a los niños y a los rudos en la doctrina... para bien de las almas y propagación de la Fe en cualesquiera provincia a donde nos quieran enviar, ya a tierra de infieles en el mundo islámico, ya a partes que llaman Indias, ya a los países herejes...". Las primeras experiencias con clérigos regulares incitan a Ignacio de Loyola a pedir la participación de jóvenes escolares que se preparasen estudiando para colaborar en esa empresa de apostolado, y ayudar, como hermanos coadjutores, en las tareas domiciliarias. El Papa Julio III aprobó esa ampliación en 1551. Así pues, desde muy temprano, la Compañía de Jesús alternó con éxito sus labores evangelizadora y educativa. A mediados del siglo XVI se iniciaron en la Nueva España diligencias para que los jesuitas establecieran una provincia en el Virreinato. Ya en 1547 don Diego Negrón, chantre de la Catedral de Michoacán, escribió a Roma solicitando que enviasen a América "padres de allá ", y recibió como respuesta una carta del padre Polanco en la que transcribía una indicación textual de su General que dice: ..."al Messico envíen, si le parece, religiosos de la orden, haciendo que sean pedidos o sin serlo..." Muchas gestiones más se realizaron para que viniesen a América padres de la Compañía de Jesús: en 1554 Gregorio Pesquera solicita que los jesuitas se hagan cargo de un Colegio en México dotado con dos mil ducados anuales, y que ya tenía 200 niños. Martín Cortés, hijo del Conquistador, pide, en 1561, que se dé cumplimiento al testamento de su padre y se traigan jesuitas a México. Un año más tarde insiste con vehemencia en su petición, por lo que la Compañía lo considera como uno de sus benefactores. A pesar de las gestiones de los interesados, el rey Felipe II se opuso tenazmente a ello por muchos años, pues no sentía ninguna simpatía por la orden, y hasta 1567 mantuvo la costumbre de no permitir el paso a la Nueva España mas que a los miembros de las cuatro grandes ordenes medievales: franciscanos, agustinos, dominicos y mercedarios. El tercer general de la orden, P. Francisco Borja, quien había renunciado al ducado de Gandía para ingresar a la Compañía de Jesús, logró al fin permiso para sus misiones en América, y en 1567 envió la primera expedición para fundar en Perú una Provincia jesuítica; y después de un malogrado intento de establecer otra en la Florida, designó al padre Pedro Sánchez, rector del Colegio de Salamanca, para que encabezara el pequeño grupo de jesuitas que se dirigiría a la Nueva España, los cuales deberían satisfacer dos necesidades importantes de la naciente sociedad novohispana: la primera, educar a los niños y adolescentes peninsulares, criollos y mestizos; y la segunda, colaborar en la evangelización de los indígenas, ante la insuficiencia de religiosos de las ordenes existentes, pues franciscanos, dominicos y agustinos se habían establecido, principalmente, en las regiones densamente pobladas y con mayor desarrollo cultural, y aún faltaba evangelizar a numerosos grupos nómadas de los territorios hacia el norte del país. Aportaciones culturales de la Compañía de Jesús
Los primeros jesuitas en pisar tierras de la Nueva España recibieron el permiso del rey en 1571, pero tuvieron que esperar a que se organizara la flota de 1572, por lo que desembarcaron en Veracruz hasta el 9 de septiembre de este año.Y durante su viaje a la capital de la Nueva España, pernoctaron en la Puebla de los Ángeles, alojándose en las casas del arcediano de la Catedral, don Fernando Gutiérrez Pacheco de Villa Padierna, casas que años después, en 1578, comprarían para establecer en ellas su Residencia. Según el historiador poblano Antonio Carrión, "la población en masa los esperaba; las calles estaban aseadas y ordenadas y las autoridades, el clero y los principales vecinos, los recibieron en la Plaza Mayor... luego que pisaron los jesuitas las calles de Puebla, las campanas de todos los templos repicaron a vuelo..." La primera aportación cultural que hicieron los jesuitas al Colegio del Espíritu Santo, cuando lo fundaron en 1587, fue formar una biblioteca con los libros que habían traído de España, los cuales, según la relación de los gastos del viaje, pesaban cuatro toneladas. Grandes escollos se levantan siempre que se intenta formular el balance de la cultura de un pueblo como el nuestro, joven y a la vez antiguo; tradicional y renovador al mismo tiempo; con una innegable proporción de ignorantes y desvalidos, y a la vez con promociones de refinada inquietud y real acierto en la lucha por el bien y la verdad. Para entender la cultura de nuestra ciudad y comprender la enormidad de la obra cultural de los jesuitas en los siglos XVI, XVII y XVIII, es necesario advertir que no es posible separar el dominio de la cultura de la evolución social del pueblo. Recordemos que los jesuitas formaron una orden religiosa que se nutrió del humanismo imperante en su siglo, entendiendo por humanismo la doctrina que pretende hacer del hombre el centro de toda especulación, de tal modo que cualquier acción sea pensada y realizada, por él, como causa eficiente; y para él, como causa final. Los jesuitas comprendieron, desde que llegaron a la Nueva España, que pronto se conformaría una sociedad mestiza, por lo que pusieron la misma atención en educar a los peninsulares y criollos, que a los mestizos e indígenas. Crearon así un nuevo
mundo y le dieron significado a su labor. Como el árbol del que habla
un poeta contemporáneo, que cuanto más atreve la audacia de su ramaje
a la inmensidad magnifica de la luz, más debe hundir su raíz en la noche
pródiga de la tierra, la cultura tiene que compensar en profundidad lo
que ansía y procláma en elevación. Si no lo hace, cae de improviso, re- Los jesuitas lograron esa profundidad en su obra educativa, la que se mantuvo incólume durante cuatro siglos, para florecer plenamente en la vida actual de la Institución. Humanistas Novohispanos Sería prolijo enumerar todas las aportaciones que la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla heredó de los jesuitas; baste mencionar que ellos publicaron muchos de los primeros textos de estudios superiores, lo mismo que gramática de lenguas indígenas. El impresor de origen italiano Antonio Ricardi trabajó para ellos, y luego fue el fundador de la imprenta en el Perú. Trajeron también a la Nueva España el conocimiento de la bóveda de gran clave y el Templo de la Compañía fue el primero de la Angelópolis que se construyó completamente abovedado y con cúpula en el crucero. Introdujeron además conceptos arquitectónicos diferentes a los que utilizaban franciscanos, dominicos y agustinos para sus conventos, y estaban atentos a la evolución de los estilos, como lo demuestra la antigua capilla de San José de la Casa de Ejercicios, conocida ahora como Salón Barroco, y por último, se forjaron en sus aulas, como estudiantes o maestros, los grandes humanistas mexicanos del siglo XVIII: Francisco Javier Alegre, Francisco Javier Clavijero y Rafael Landívar . Francisco Javier Alegre fue estudiante del Colegio de San Ignacio, y es el autor de la Historia de la Provincia de Jesús en la Nueva España, que había empezado el padre Francisco de Florencia y que aquél rehizo y completó, dándonos, según afirma el crítico Gabriel Méndez Plancarte, la más hermosa crónica religiosa de las que se escribieron durante la Colonia. Dicha obra constituye la fuente más completa de la actividad misional y evangelizadora de los jesuitas en territorio mexicano. Francisco Javier Clavijero estudió en el Colegio de San Jerónimo de Puebla, y a él le debemos la Historia Antigua de México y la Historia Antigua de California. Además, extendió en el Colegio del Espíritu Santo los conocimientos de las ciencias físicas, las ciencias naturales y la matemática, lo mismo que el estudio de los clásicos latinos y castellanos. Rafael Landívar, guatemalteco de origen, enseñó durante algunos años retórica y poética en el Colegio de San Jerónimo. Es el autor de La Rusticatio Mexicana, poema bucólico y costumbrista en que muestra bellamente los lagos mexicanos, la campiña oaxaqueña, la producción de la grana y la púrpura, la elaboración del añil, las minas, el beneficio de la plata y el oro; describe el cultivo de la caña de azúcar y habla de las aves nativas: la paloma torcaz, la chachalaca, el tordo, el zenzontle. Al final el poeta bucólico cede su puesto al costumbrista para describir algunos juegos populares: peleas de gallos, corridas de toros, el palo encebado, el juego de pelota, y concluye con una exhortación a la juventud que sintetiza el más elevado pensamiento de la educación jesuita: Tú, empero, a quien
eleva Las inquietudes renovadoras de los jesuitas, su entrega incondicional a la educación de los jóvenes y a la formación del carácter de sus educandos, fue heredada por el Colegio del Estado y más tarde por la Universidad de Puebla. Así pues, la Institución actual se honra a sí misma al honrar a sus fundadores. Allí queda, esperemos que para siempre, el hermoso edificio Carolino, como un monumento a la gloria de los hallazgos de nuestros artistas, las disertaciones de nuestros filósofos, las indagaciones, forjados en sus aulas, como un ejemplo para las futuras generaciones. Porque al fin y al cabo, todo lo que ha hecho por sus hijos la Universidad, será medido por lo que haya servido o por lo que sirva para salvar el destino del hombre en México, para darle conciencia de sus deberes, para afianzarle en el uso de sus derechos y para enseñarle a colaborar con todos 1os hombres en la paz de una inteligencia regida por la justicia y de una confianza fundamentada sobre el goce de la belleza, el conocimiento de la verdad y el ejercicio de la virtud. Por todo lo anterior, y con base en que la Universidad Autónoma de Puebla es la heredera legítima de todos los bienes de los jesuitas que no fueron vendidos a particulares después de la primera expulsión de 1767, la Institución debe conservar el edificio Carolino como un grandioso monumento convertido en museo vivo, a la memoria de sus fundadores y de todos los grandes hombres que en el transcurso de su historia se forjaron en sus aulas. La Compañía de Jesús fue la única orden que no recibió terrenos de propiedad de la ciudad para establecerse. Los solares en que construyeron sus claustros, sus aulas, su templo, e inclusive la plazuela que hermosea su contorno urbano, fueron pagados con las limosnas que trabajosamente recaudaban no solamente en la Puebla de los Ángeles, sino en todos los lugares del territorio en el que realizaban sus misiones evangelizadoras. Ningún destino mejor para que el edificio Carolino permanezca por los siglos exhibiendo su belleza a propios y extraños, y recordando a las nuevas generaciones que la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla no solamente reconoce sus raíces, sino que las respeta, las admira y las muestra al mundo orgullosa, señera y agradecida. De Colegio del Estado a Universidad de Puebla
l Colegio del Espíritu Santo funcionó como tal desde su fundación en 1587 hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, pero no interrumpió su labor educativa porque la diócesis de Puebla lo mantuvo, secularizado, hasta 1790, cuando el rey de España Carlos III ordenó se reunieran, bajo su patronato, el Colegio del Espíritu Santo, el de San Ignacio y el de San Jerónimo, en el mismo edificio y con el nombre de Real Colegio Carolino. Después de lograda la independencia de México, la institución pasó a depender del gobierno y se transformó en Colegio del Estado en 1925, convirtiéndose en la máxima casa de Estudios de nuestra entidad federativa. Durante el siglo XIX se establecieron en el Colegio las carreras de Medicina, Derecho, Química y Farmacia, Ingeniería Civil, Obstetricia y se fundaron los laboratorios de física y química, así como el Observatorio Astronómico y el Sismológico. Por sus aulas desfilaron los más importantes intelectuales de la época, y uno de ellos, Ignacio Manuel Altarnirano, fue su director. La escuela preparatoria se integró a la educación positivista propuesta por Gabino Barreda, y del Colegio egresaron los profesionistas que dieron lustre al estado de Puebla durante muchas generaciones. En el siglo XX los estudiantes dieron muestra de los altos ideales que se les habían inculcado, y participaron denodadamente en favor de los cambios sociales que promulgó la Revolución de 1910. Desde 1926, un año después de haberse celebrado el primer centenario del Colegio del Estado, estudiantes y maestros empezaron a promover la idea de que el Colegio que tanto prestigio había alcanzado ya se elevara a la categoría de Universidad. Las condiciones estaban dadas; contaba el mismo con la preparatoria y cinco carreras profesionales, sustentadas por un cuerpo docente que reunía a los intelectuales y profesionistas más connotados de la ciudad. A pesar de ello, y por muy diferentes causas, no se logró que el Colegio del Estado se erigiera en la Universidad sino hasta el 5 de mayo de 1937, en que se dio a conocer un decreto del Congreso del Estado, fechado el 23 de abril inmediato anterior, durante el gobierno del general Manuel Ávila Camacho. Ese mismo año se estableció en toda la república mexicana la enseñanza secundaria, y por ello la preparatoria de la nueva universidad lo fue de dos años, en lugar de los cinco que se cursaban cuando era Colegio del Estado. Con la escuela secundaria se amplió notablemente la educación, pues se tuvo para la población en general un nivel de enseñanza media que pronto se convirtió en obligatorio. Los estudiantes que en esa época cursaban el bachillerato y que se encontraban irregulares por deber alguna o algunas materias de los tres primeros años, tuvieron que abandonar la Universidad e inscribirse en la primera secundaria oficial que hubo en la ciudad, situada frente al jardín de San Luis y denominada "Venustiano Carranza". El Colegio del Estado convertido en Universidad de Puebla no fue un simple cambio de nombre, sino que requirió de un proyecto muy bien elaborado que justificara la nueva categoría de la Institución. En efecto, en 1938 se dió a conocer dicho proyecto, que en su introducción dice: " La Universidad de Puebla tiene por objeto impartir la educación superior y organizar la investigación científica en general, pero principalmente la de las condiciones y asuntos nacionales y locales, para formar profesionistas y técnicos en todos los ramos del saber humano, con el fin de lograr la integración nacional, y en particular la del estado, procurando que todas las actividades universitarias se orienten en el sentido del bien totalitario". A partir de su autonomía en 1956, aunque restringida, -pues el nombramiento del rector lo hacía un consejo de honor, cuyos miembros eran designados por el gobernador del Estado, la Universidad de Puebla- levantó un vuelo extraordinario. Por la rápida industrialización de la ciudad, ésta empezó a crecer inusualmente. En muy poco tiempo se pasó de 700 mil habitantes a más de un millón, y por eso aumentó notablemente la población estudiantil. Mientras en 1956 la Universidad contaba sólo con dos mil 500 alumnos, para 1963 esta cantidad se había duplicado, y hacia 1967 la población estudiantil ascendía a diez mil estudiantes. Todas las escuelas, incluyendo la preparatoria, con la única excepción de la facultad de Medicina, cuyas clases se impartían en el Hospital General, estaban en el edificio Carolino. Era urgente conseguir mayor espacio para las escuelas, por lo que a iniciativa del doctor Alberto Guerrero Covarrubias, rector entonces de la Universidad Autónoma de Puebla, se procedió al estudio de varios lugares aledaños de la angélopolis para construir la Ciudad Universitaria. Para el efecto, el Consejo Universitario creó una comisión especial en julio de 1964, integrada por el doctor Manuel Lara y Parra, el ingeniero Luis Rivera Terrazas y los doctores José Garibay Ávalos y Rodolfo Reyes Burgos. En noviembre de ese mismo año, la Comisión informó al Consejo Universitario que el sitio indicado para la edificación de la Ciudad Universitaria se localizaba en el ejido de San Baltasar Campeche que colindaba con el fraccionamiento Jardines de San Manuel. El gobernador del Estado, ingeniero Aarón Merino Fernández se mostró entusiasmado con el proyecto y se comprometió a respaldarlo. El gobierno del Estado pagó los terrenos, y la fundación Jenkins se encargó de financiar la edificación. La Ciudad Universitaria quedó concluída el 15 de diciembre de 1968. Otro acontecimiento importante para la vida universitaria fue la creación del Hospital Universitario, cuando en 1972 el gobierno cedió a la Institución el Hospital Civil de la ciudad. Más tarde se construyó el moderno hospital que funciona en la actualidad, y enfrente de él los edificios de la facultad de Medicina. En 1963 entra en vigor la nueva Ley Orgánica que otorga a la Universidad la autonomía plena, pues el gobierno del Estado dejó de intervenir por medio del Consejo de Honor en la designación de los rectores, y éstos fueron elegidos por el voto universal de la comunidad universitaria. En 1990, y mediante foros de consulta pública, se modifica nuevamente la Ley Universitaria y se inicia un despliege definitivo de la Universidad hacia el más promisorio de los futuros. En 1987 la Universidad recibió el título de Benemérita; ahora, 22 años después, cuenta con 43 mil alumnos, 26 facultades, 49 carreras, 53 posgrados cuatro institutos y ocho preparatorias. Las carreras están agrupadas por áreas: I. Ciencias de la
Educación y Humanidades, con 14 carreras. A las anteriores hay que agregar cuatro carreras más que se impartían desde este año; carreras nuevas muy importantes que cubrirán las necesidades de nuestro tiempo, como la Ingeniería Ambiental, Física Aplicada, Matemáticas y Relaciones Internacionales. La historia de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla no se ha interrumpido desde su fundación como Colegio del Espirítu Santo en 1587. La Institución cambió de nombre muchas veces, pero jamás dejo de funcionar como la Institución educativa más importante del Estado de Puebla. La cronología de los diversos nombres que ha tomado la Universidad es la siguiente: 1587. Colegio del
Espirítu Santo En la actualidad, y gracias al importante trabajo de investigación que realiza el Archivo Histórico se está rescatando, paso a paso, la historia del más antiguo de los Colegios de enseñanza superior que hay en nuestro país, pues aunque la Universidad Real y Pontificia de México se inauguró en 1554 -fue la segunda del Continente Americano -, dejó de existir desde 1821, al consumarse la Independencia de nuestro país, y se restableció apenas en 1910. Así pues, podemos considerar a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla como las más antigua de nuestro país, puesto que las instituciones educativas que se fundaron en México antes de 1587 ya no existen en nuestros días. Acta Notarial
En la ciudad de la Puebla de los Angeles de esta Nueva España, a quince días del mes de abril del año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil quinientos y ochenta y siete años, por ante mí, el Escribano, y testigos de uso inscriptos, el señor Melchor de Covarrubias, vecino y morador de la dicha ciudad de los Angeles, dijo que por cuanto desde que los Padres de la Compañía de Jesús fueron a vivir en la dicha ciudad de los Angeles, siempre nuestro Señor le había dado afición y estima de su modo de proceder y de la utilidad de la república y servicio y gloria de dios Nuestro Señor que de sus ministerios resultaba, por lo que siempre ha deseado fundar el Colegio que en la dicha ciudad tiene la Compañía, y de ello ha tratado con los Provinciales de ella que hasta ahora ha habido en esta Provincia de la Nueva España, y ultimamente lo trató con el Padre Antonio de Mendoza. Provincial de la dicha Compañía, y con acuerdo de entre ambos, y habiéndolo encomendado a dios Nuestro Señor; pareció conveniente dar cuenta de esta su voluntad al Padre General de la Compañía escribiendo cada uno su carta a su Paternidad, a las cuales correspondió agradeciendo mucho al dicho Melchor de Covarrubias lo que queríá hacer de la Compañía, y remitiendo todo el negocio al dicho Padre Antonto de Mendoza, Provincial. Habida esta respuesta el dicho Melchor de Covarrubias, perseverando en su propósito y determinación de ser fundador de dicho Colegio, queriendo pagar en alguna parte a nuestro Señor las Mercedes que de su divina mano ha recibido y espera recibir, pidió al Padre Antonio de Mendoza lo admitiese por fundador de la dicha casa y Colegio, porque su voluntad era de sus bienes que nuestro Señor le ha dado, dar veintiocho mil pesos de oro común en reales, y está presto de los dar y entregar a! dicho padre Provincial, o a quien su poder hubiere, para que de ellos se haga renta de la dicha ciudad o donde le pareciese y por bien tuviere, comprando para el dicho efecto posesiones, tierras de pan para sembrar, o en aquellas cosas que mejor le pareciere y más bien visto le fuere, de manera que esta dicha fundación suya quede perpetuamente en mentoria de gozar de lo concedido por los Sumos Pontífices y Constituciones de la dicha Compañía que deben gozar los fundadores de las casas y colegios de la dicha Compañía de todas las partes y lugares del mundo donde se fundaren, las cuales cosas él ha visto y son las que siguen: Primeramente, luego que ifuere dotado algún Colegio, cada sacerdote de toda la universal Compañia dirá tres misas por el tal fundador viviente, y los que no son sacerdotes en toda la Compañía tendrán tres días de oración por el dicho fundador. Item luego que nuestro Señor llevare de esta vida al dicho fundador, así mismo cada sacerdote de toda la universal Compañía dirá otras tres misas por su ánima, y los hermanos que no son sacerdotes en toda la dicha Compañía dirán otros tres días de oración por el dicho fundador. Item demás de lo susodicho, el día que el dicho fundador dijere o señalare en cada un año, se dirá una misa solemne perpetuamente por el dicho fundador. Item que cada sacerdote de los que en dicho colegio residieren, dirá una misa el dicho día perpetuamente por el dicho fundador, y los hermanos que no fueren sacerdotes tendrán oración por el mismo.
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