Por Antonio Esparza Soriano as letras poblanas, desde el siglo XVII hasta la fecha, han estado estrechamente vinculadas con la institución que representa el núcleo de la cultura de nuestra entidad: la Universidad de Puebla, que a través de los diversos nombres que ha ostentado: Colegio del Espíritu Santo, Colegio Carolino, Colegio del Estado, forjó alumnos y maestros que enriquecieron -y enriquecen- la literatura mexicana, aún cuando muy pocos están incluidos en las antologías nacionales, porque la provincia siempre ha carecido del reconocimiento de los círculos que desde la capital del país determinan el rumbo de nuestra cultura. Aunque este ensayo sólo se refiere al siglo XX, es importante mencionar, para futuras investigaciones, a algunos de los autores señeros que pasaron por las aulas de la ahora Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. -Carlos de Sigüenza y Góngora, el científico más importante de la Nueva España en el siglo XVII, quien escribió Los infortunios de Alonso Ramírez, relato que representa uno de los más notables antecedentes de la novela mexicana que aparece más de ciento cincuenta años después. -Matías de Bocanegra, profesor del Colegio del Espíritu Santo, nacido en Puebla, cuyos poemas fueron considerados por la crítica española tan elevados como los de Fray Luis de León y Mira de Mescua. -Nicolás de Guadalajara, poblano también por nacimiento, rector del Colegio del Espíritu Santo, y poeta de una gran sencillez en la época en que imperaba el barroco en todas las letras españolas. -Francisco Javier Alegre, representante del humanismo mexicano del siglo XVII y autor de la Historia de la Provincia de Jesús en Nueva España, publicó también un poema épico titulado Alejandriada, sobre la conquista de Tiro. -José María Lafragua, el gran político liberal nacido en Puebla y egresado de la escuela de Leyes del Colegio del Estado, escribió también poemas de no poco valor y una novela titulada Netzula. Fernando Orozco y Berra, hermano del historiador Manuel de los mismos apellidos, es autor de la más controvertida novela del siglo XIX, La guerra de treinta años, cuya trama se desarrolla en las ciudades de México y Puebla, aunque él las disfraza con los nombres de Madrid y Burgos... La edición casi total de la publicada en 1850 fue quemada un domingo, después de la misa de las 12, en el atrio de la Catedral poblana, por un grupo de señores de la alta sociedad, indignados al reconocer en algunos de los personajes femeninos de la novela, a familiares cercanos. -Manuel M. Flores, el más conocido de los poetas poblanos porque fue el representante del romanticismo nacional en México, después de la muerte de Manuel Acuña, aparece en todas las antologías con poemas del más importante de sus libros: Pasionarias. El desarrollo de las letras poblanas en el siglo XX es casi desconocido. Pocos y muy aislados esfuerzos se han realizado para estudiar y difundir la obra de autores de provincia, por más que muchos de ellos pueden competir, con ventaja, con los valores de la literatura nacional. Bastará para confirmarlo mencionar el caso de Rafael Cabrera, poeta poblano egresado del Colegio del Estado, excluido de todas las antologías de la poesía mexicana, a pesar de que fue uno de los pilares del Ateneo de la Juventud, y renovador importante de la escuela modernista. Los nombres muy conocidos de Elena Garro, Luis Cabrera Guzmán, Germán List Arzubide, Héctor Azar, Sergio Pitol, Juan Tovar, nacidos en Puebla, aparecen en el panorama de las letras nacionales porque su obra fue realizada en el Distrito Federal o en el extranjero y difundida por los cenáculos capitalinos. De las dos vertientes que Ortega y Gasset advirtiera en las generaciones: la de recibir lo vivido y la de dejar fluir la propia espontaneidad, debemos tomar la primera para internarnos en la investigación histórica, y la segunda para la creación literaria. Al fin y al cabo en la poesía, en el cuento, en la novela, en el teatro, no existen más que dos escuelas: la buena y la mala. En la investigación del quehacer literario desarrollado en Puebla durante este siglo, surgen a cada momento hallazgos importantes: cuento policiaco muy anterior a Rafael Bernal y a los Taibo; novela histórica tan amena y rigurosa como la de Rivapalacio; poesía lírica con la profundidad de la obra de Rubén Bonifaz Nuño, y poesía épica de la altura de Landívar. En efecto, Alfredo Fenochio y de la Rosa (1869-1934) creó los cuentos de Juanito Pérez, detective, en los que el protagonista, típicamente mexicano, competía sin más recursos que su ingenio con las hazañas de Holmes, resultando siempre vencedor: La mayor parte de esos cuentos quedaron inéditos, pero aún los recuerdan antiguos alumnos del autor, que fue un prestigiado maestro del Colegio del Estado y del Instituto Normal. Arturo Fenochio y de la Rosa, hermano del anterior, (1862-1941) escribió novelas históricas y comedias. Algunas de sus obras fueron publicadas por Botas editores, y entre ellas destacan El marqués de Metlac y El valle de Tlacolula y comedias como: Las cuatro estaciones. Otro cultivador de la novela histórica fue José Pablo Almendaro y Fenochio, emparentado con los autores ya mencionados, quien escribió dos interesantísimas novelas, publicadas por entregas en el periódico La Opinión, sobre las intervenciones norteamericana y francesa, novelas que tuvieron por escenario la ciudad de Puebla. Sin duda, muy importante fue la aparición de la revista Cauce, en 1945, registrada en la historia de la literatura mexicana de José Luis Martínez. Esa revista representa la voz de una generación que, en las palabras de uno de sus integrantes, Gastón García Cantú, no tuvo solidaridad alguna con la generación anterior; las reformas de Lázaro Cárdenas les dieron a esos jóvenes la certeza de que discrepar era poseer el sentido vital de la historia avivada la visión del mundo por la victoria política y la derrota militar de la república española. "Fueron los días de la incipiente Universidad de Puebla -dice García Cantú -bajo el tañer discreto de la campaña que medía las horas en las aulas; horas que las voces disidentes de Neruda, de León Felipe, de Miguel Hernández y la más íntima de García Lorca, convertidas en materias proscritas ante el registro literario de nombres y fechas siempre olvidados; horas de la voz itinerante de Carlos M. Ibarra, que nos lanzara con viveza a los libros donde el mundo y el país se estrechaban en nuestra voluntad de sustituir un medio degradado por el tedio con la crítica de una existencia en libertad... "La revista Cauce abrió las puertas al conocimiento de los grandes poetas de la época: Machado, Pedro Salinas, Alberti; trajo al escenario poblano los personajes de Sartre, de Hans Rothe, de O'Neill, de Emmanuel Robles y de Chejov. "Más que un grupo, esa generación constituyó una reunión de protestas ante el muro que el joven Pío Baroja reconoció en las ciudades amuralladas de prejuicios". La revista Cauce fue un hito entre las publicaciones literarias poblanas, desde la Aurora del Siglo xx, Albatros, El mensajero, Madreselva, Primaveral, Don Quijote, Azulejos, Vitral, Senderos, Bohemia poblana, hasta la más reciente, Infame Turba, también esta como Cauce, nacida en la Universidad. Para completar esta introducción, es necesario hacer un resumen de los diferentes círculos literarios que han funcionado en Puebla durante el siglo XX. El más antiguo se inició en 1901 y subsistió hasta 1930. Se conoció como los domingos del doctor Guzmán. Fue dirigido por el doctor Daniel Guzmán, y continuado después por el profesor José Miguel Sarmiento, autor de un hermoso florilegio de la poesía mexicana de su tiempo, el que fue texto obligatorio en el bachillerato del Colegio del Estado. El círculo de reuniones culturales lo organizó en 1919 el señor Delfino Arrioja. Pertenecieron a él pintores, periodistas y poetas, entre los que se contaron Felipe Neri Castillo, Francisco Neve, Enrique Gómez Haro, Manuel Rivadeneyra y Palacio, Gabriel Sánchez Guerrero, Alfonso Pliego, Delfino C. Moreno y Francisco Javier Moreno, entre los más conocidos. En 1925, el periodista poblano Filemón Vázquez creó el Ateneo de Puebla, que aún existe en su segunda etapa, ahora dirigido por la escritora María: Luisa Sotres. En los cincuenta aparecieron tres agrupaciones literarias más: el Grupo Ramón López Velarde, la Bohemia poblana y el Grupo Clavileño. Más tarde, disidentes de la Bohemia poblana formaron la Bohemia angelopolitana. La generación del Seminario Palafoxiano En la primera década del siglo XX fue restablecida la antigua academia de literatura española del seminario palafoxiano, por escritores que cultivaban, todavía, una recia tradición clásica. Hemos de dividirlos en dos grupos: maestros y discípulos. Entre los primeros se encuentra el P. Federico Escobedo, Enrique Gómez Hato, Eduardo Gómez Haro, Manuel Rivadeneyra y Palacio, Felipe Neri Castillo, Rafael Serrano y Francisco Neve. Entre los segundos, Delfino C. Moreno, León Sánchez Arévalo, César Garibay, Julio Delgado y Corona y Felipe Calderón. Es muy revelador el adjetivo de española al que se le dio a la Academia Palafoxiana. Coincide la época en que fue restablecida con la madurez del movimiento modernista iniciado, en nuestro país, por Manuel Gutiérrez Nájera. Una regresión al Siglo de Oro español en el México de Nervo, Díaz Mirón y Urbina. Prolongada y fecunda labor la del sacerdote Federico Escobedo, sus libros más leídos son: Odas breves, Madrigales marianos y Aromas de leyenda, Nova et vetera. En ellos se destaca el humanista profundo para quien el idioma no tiene secretos, pudiéndose afirmar de él que fue el más limpio escritor de su tiempo. Su obra cumbre es la traducción de la Rusticatio mexicana de Rafael Landívar, vertida del latín en sonoros versos castellanos. La primera edición de esta obra fue hecha por la Secretaría de Educación Pública en 1925, y apareció con el título de Geórgicas mexicanas. El original, manuscrito por el propio P. Escobedo da una nueva versión de la obra, enriquecida con notas explicativas y en la cual el autor corrige una notable omisión de Landívar, quien no hizo en la Rusticatio el elogio del Quetzal, propiedad de la Universidad Autónoma de Puebla. Escobedo fue Arcade Romano, Sociedad Literaría de prestigio universal, a la que ingresó en 1907 con el nombre de Tamiro Miceneo. Perteneció también a la Academia Mexicana de la lengua como miembro de número, ocupando el sitial que fue de Rafael Delgado. El insigne novelista veracruzano autor de La calandria, Los parientes ricos e Historia vulgar. Francisco Neve, genuino dramaturgo, laboró toda su vida por el desarrollo del teatro poblano, logrando su mayor éxito con la versión dramática de La llorona, obra que tan sólo en Puebla ha alcanzado más de dos mil representaciones. Escribió además, también para el teatro, Los rateros, El velo de la desposada, La torre Eiffel, El indio y La Turbamulta. El mejor dotado del grupo fue Manuel Rivadeneyra y Palacio, verdadero poeta, ilustre abogado y ameritado maestro del Instituto Normal del Estado y del Colegio del Estado, dejó su obra dispersa en innumerables revistas de la capital de la República y en dos muy valiosas publicaciones literarias de Puebla: La espiga de oro y El Quijote en su primera época. Uno de los más hermosos poemas de Manuel Rivadeneyra y Palacio, titulado Cosas del aire, aparece en el Florilegio de José Miguel Sarmiento, libro que por muchos años fue complemento de los textos para la enseñanza del español en los colegios de enseñanza media. Delfino C. Moreno siguió las huellas de su maestro, el P. Escobedo. También humanista y ameritado maestro del Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, se distinguió como un riguroso cultivador de la forma. Publicó dos libros en verso: Psiquis y Odas libres; y en prosa Semblanzas, Panhumanismo, Poetas clásicos poblanos y Hombres ilustres del Colegio del Estado. De él escribe José de Jesús Núñez y Domínguez: "Delfino C. Moreno es poeta de impecable forma, que a veces sacrifica a esta las expansiones de su numen. En su poemario (Odas libres) una galería donde las esculturas acusan el diestro cincel de un artífice que pasea a menudo por los jardines en que se escuchan las voces de los apolónidas del Ática o del Lacio y este indio de raza pura, de áspera corteza autóctona, es como Altamirano 'un bronce con arrullos' y como él mismo, un ateniense nacido a las faldas de nuestras montañas". León Sánchez Arévalo, veracruzano de origen, pero poblano fue el más destacado poeta de su grupo. De una rara sensibilidad, muy lejana de las tendencias formales de sus contemporáneos, logró producir, posteriormente a su sustancia dentro de la Academia del Seminario Palafoxiano, sonetos de gran mérito, en los que se advierte más movimiento en las imágenes y más luz y color en las metáforas. Olvidó, en buena hora, el frío pensamiento clásico, y conservando la perfección de la forma, vertió en moldes rigurosos su claro pensamiento. La obra de Sánchez Arévalo hay que buscarla en las publicaciones literarias de su época, pues no dio a la luz pública ningún libro. Con una sorprendente precipitación, Florencio Carrillo y Álvarez publicó su libro En las redes de Eros, ya que hubiera podido hacer un mejor espiguero de su cosecha lírica. Sin embargo, en revistas de su tiempo se encuentran poemas dignos de las antologías, como el soneto titulado La palmera y el Tríptico a don Quijote. Fue director de la Biblioteca Lafragua. César Garibay fue autor de dos libros de poemas: Mayólicas y Cerámicas. Eminente abogado y maestro emérito de la Universidad Autónoma de Puebla y de la Escuela Normal Superior del Estado se distinguió también por su obra literaria. Sin embargo, y no obstante que los libros mencionados contienen poemas de muy alta calidad donde César Garibay afirmó su personalidad poética fue en las publicaciones periódicas de la ciudad de Puebla. César Garibay es el único poeta de su grupo que en los últimos años de su vida siguió caminos de renovación, destacándose como una de las más recias figuras literarias de Puebla. Gabriel Sánchez Guerrero, abogado y periodista, no logró realizar una obra con perfiles propios. Pero es imposible negar los aciertos conquistados por él en diversos géneros literarios. Publicó solamente un libro: Madrigales. Fundó una revista: El Estudiante, y fue director del diario La Opinión. Por último, el atormentado de la Academia Palafoxiana, Felipe Calderón, muerto en plena juventud, fue, quizá, el de más fuerza emotiva. Lo poco que de él se conoce nos lo muestra inconforme, indagador, herido de ideales. Si el silencio más silencio hubiera esperado un poco más para sellar sus labios, habría hallado respuestas a sus gritos desesperados. Dejó un libro inédito titulado Gotas de hiel, mencionado por Delfino C. Moreno en sus Semblanzas. Contemporáneos de la Academia Palafoxiana Fuera de la Academia Palafoxiana, la juventud del Colegio del Estado se agregaba al movimiento literario de México: fueron sus representantes Aurelio Aja, César Camacho, Luis Sánchez Pontón, Alfonso G. Alarcón, Luis Cabrera, Alfredo Fenochio y Rafael Cabrera. Poco se conoce de Aurelio Aja, lo mismo que de César Camacho, a no ser algunos poemas publicados en La Espiga de Oro; Luis Sánchez Pontón escribió un libro, titulado Azulejos y campañas, y Alfredo Fenochio, distinguido maestro del Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y del Instituto Normal, aunque sus obras fueron fundamentalmente de carácter científico, como Tratado sobre electricidad, escribió algunos dramas desgraciadamente no publicados, y poemas tanto en castellano como en francés. Figura en el Florilegio de Alarcón con La trova de Aimerich, la que también aparece en la Antología titulada Analecta de cien poetas poblanos. De Alfredo Fenochio escribió Alarcón: Poeta y literato de los más laboriosos aunque de los menos conocidos. Cultiva todos los géneros, pero su musa se aviene mejor con el romance en la poesía histórica y en la leyenda. Rafael Cabrera y Alfonso G. Alarcón fundaron y dirigieron una de las revistas de mayor importancia que ha tenido la hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: Don Quijote. A su amparo se inició una labor extraordinaria, que si bien no maduró todos los frutos que de ella se esperaban, sí fue un nuevo despertar en el ambiente cultural de la época. Y quedó Rafael Cabrera, poeta de fina sensibilidad y atildada forma, el más completo y el mejor dotado de su tiempo. Perteneció después al Ateneo de la Juventud de México, en el que pudo sobresalir con ventaja al presentar en las fiestas del centenario de la Independencia su poema épico Sursum, dedicado a los Niños Héroes de Chapultepec. Rafael Cabrera no necesitó publicar más de un libro para definirse como el poeta más elevado de su grupo, y de todos los demás. La aparición de Presagios, aún cuando ya el nombre del autor era conocido por algunos de sus poemas aparecidos en las revistas literarias de la capital de la República, fue un acontecimiento de suma importancia para las letras poblanas de este siglo. No obstante el éxito de ese primer libro de poemas de Rafael Cabrera, Presagios, su autor calla definitivamente, para dedicar el resto de su vida al estudio de los poetas y filósofos orientales, de los cuales hizo excelentes traducciones. Este aspecto de la obra de Rafael Cabrera, casi desconocido a pesar de su abundante bibliografía, merece una particular atención, que es necesario desarrollar al margen de este trabajo, necesariamente esquemático. Entre los escritores sin grupo determinado, contemporáneos de la Academia de Literatura Española del Seminario Palafoxiano, se encuentran: Francisco Pérez Salazar y Haro autor de La pintura en Puebla en la época colonial; El grabado en la ciudad de Puebla, Los impresores de Puebla y Fundación de la ciudad de Puebla; Luis Cabrera, uno de los brillantes ideólogos de la Revolución Mexicana, quien firmaba sus escritos políticos con el seudónimo de "Blas Urrea", Enrique Juan Palacios, Trinidad Sánchez Santos y Carlos de Gante. Este último, historiador brillante, nos legó valiosas obras documentales, como Museos y bibliotecas de Puebla y Leyendas tlaxcaltecas, en la cual aporta muy interesantes datos para el conocimiento de nuestra literatura precortesiana. De 1920 a la Segunda Guerra Mundial Después de una década del movimiento literario iniciado en Puebla por Rafael Cabrera, aparece por fin en el campo de las letras poblanas otro poeta de mérito: Gregorio de Gante, maestro de la Escuela Preparatoria de la Universidad de Puebla. Su primer libro: Rumores del aula, abunda en defectos de forma, pero deja adivinar el hondo venero lírico de su autor. Más tarde, con la publicación de Canciones de humano amor, Puebla, y Estampas de mi tierra y otros poemas, nos da la razón al afirmar que su calidad poética es verdadera. Gregorio de Gante, el celebrado autor de La China Poblana, El charro, Piropos al rebozo y Rapsodia mexicana, logró captar en sus poemas algunas actitudes características de nuestro pueblo. Lástima grande que Únicamente haya pintado, eso sí magistralmente, lo pintoresco de nuestra gente y nuestras costumbres, sin asomarse más a ese fondo de universalidad que existe lo mismo en el mexicano que en los hombres de todos los pueblos de la tierra. Un aporte lírico de mayor importancia fue el último libro de Gregorio de Gante titulado Canciones del dulce amor sin ventura. Contemporáneo de Gregorio de Gante fue Salvador Fidel Ibarra, médico eminente egresado de la Universidad de Puebla, a quien no debemos juzgar por su primer libro: Joyeles, sino por lo publicado después en algunas revistas literarias: Cuidadoso de la forma, profundo en el pensamiento, delicado en la emoción, representó, sin que esto quiera decir que existe alguna semejanza entre los dos poetas, al genuino heredero de Rafael Cabrera. Salvador Fidel Ibarra escribió también algunas obras de teatro, como De Flandes vino la luz, en verso, Avívate, hombre e Intermezzo. Se completa la trilogía de esa época con Francisco Javier Moreno, uno de los valores más firmes de la poética poblana. Muy poco se le conoce. Apartado de grupos y cenáculos produjo su obra silenciosamente, su obra saturada de dolorosa desesperación que no alcanza a cubrir por completo un sí, es no, es gesto veladamente irónico. Muerto en la ciudad de México, su hijo el excelente director de teatro Xavier Rojas, publicó en 1983 un tomo de versos que contiene la selección que de la abundante obra inédita de Francisco Javier Moreno hizo el poeta Elías Nandino. Manuel Frías Olvera, abogado y maestro universitario, quien describió dos interesantes libros de memorias: Paisajes y Los verdaderos ángeles de Puebla, José Basilio de Unanue, quien escribió el libro Pinceladas y Ramón Díaz Ordaz, autor de Reflejos, todos ellos maestros de la Universidad de Puebla, completan este período. Grupo Cauce De 1940 a 1942 1os fundadores del grupo empezaron a publicar sus ensayos poéticos; jóvenes todos ellos, el de más edad no pasaba de los 20 años; con el aliento de la adolescencia se nutrieron en las corrientes literarias de actualidad en su época. Poco a poco, no obstante la unidad del grupo, sus caminos se fueron separando, como se advierte en el órgano del grupo, la revista Cauce, aparecida en 1945, la que mereció ser agregada a la publicación literaria de José Luis Martínez Haz de provincias y a la Historia de la literatura mexicana. Salvador Medina hizo algunas tentativas de poesía surrealista de escaso mérito: después, la lectura constante de Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca influyó tanto en su obra que pasó más de tres años perdido de sí mismo. Más tarde clarificó sus veneros hasta lograr poemas como Letrilla tonta y A Columba. Sin embargo, lo más valioso de la creatividad de Salvador Medina se encuentra en una novela, parcialmente inédita (sólo se publicaron dos capítulos en 1953) titulada En la siguiente parada, en la que hace una aguda crítica de la vida urbana. La producción de Nicolás Reyes Alegre, al principio con innegable influencia de Ramón López Velarde (tiene por ahí un poema que principia "Mi corazón, distinto al de Velarde") es corta, pero importante: bastaría citar sus poemas Pozo y Oda en las sombras. Ha publicado un tomo de versos: Flores de niebla, un Canto olímpico en 1968 que se tradujo al inglés, al francés, al alemán y al ruso, y un libro de cuentos: Decidlo a todos los vientos, en el que acierta a encerrar en cada uno de sus personajes las manifestaciones más hermosas del alma popular . Juan Porras Sánchez fue, quizá, el más elevado poeta del grupo, aunque la mayor parte de su obra permanece inédita. Su poema Piedra del sol, escrito en 1946 y su colección de Hai-Kai, obras eminentemente mexicanas por su contenido, son una nutrida aportación a la literatura poblana del siglo XX. Juan Porras Sánchez, notable abogado prematuramente desaparecido, dedicó mucho de su tiempo a la investigación histórica, y publicó en 1946 un libro titulado Evolución de la Reforma en México, obra de gran mérito que colocó a su autor en un lugar envidiable entre los escritores mexicanos. Dio a la estampa, también, un hermoso libro de poemas: Pajaritas de yerba, que incluye un excelente estudio sobre la genética del Hai Kai. Antonio Esparza, Juan Manuel Brito y Augusto Martínez Gil completan la nómina del grupo Cauce. Antonio Esparza, como casi todos sus contemporáneos, tiene su obra dispersa en revistas y antologías. Sólo ha publicado las siguientes obras, en verso: La muerte de los ángeles y Navidad de la luz; cuento: El delator, El ángel de la guarda y otros cuentos, y En busca del paraíso; ensayo: José Joaquín Eugenio Fernández de Lizardi, escritor constante y desgraciado, Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, y Realidad y leyenda de Gutiérrez de Cetina. Tiene escrita, pero no publicada, una obra de teatro en tres actos: No siempre vas a llorar. Contemporáneos del grupo Cauce, y que en algún momento pertenecieron a él, fueron Gastón García Cantú e Ignacio Ibarra Mazari. Gastón García Cantú, quien se ha convertido en uno de los más brillantes historiadores de nuestro tiempo, ocupa ya un sitio muy importante en las letras mexicanas. De su obra literaria juvenil realizada -en Puebla, queda Falsos rumores publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que destaca un magnífico relato que apareció por primera vez en la revista Cauce, titulado El barco de papel, en el que Gastón García Cantú habla, emocionalmente, de su niñez en su ciudad natal. Tiene, además, una novela aún inédita: Lo que ellos no sabían. Ignacio Ibarra Mazari, autor, actor y director de teatro, publicó tres obras dramáticas: El busto, Diferentes y La última tarde, así como un libro de poemas en prosa: El barandal y Los gatos. Fundó en Puebla el Teatro Estudio Odiseo y el Teatro Universitario, y su labor tesonera y prolongada durante más de 25 años dio excelentes frutos, formando actores y dando a conocer en esta ciudad las obras más importantes del teatro moderno. Entre los escritores auténticamente universitarios encontramos a Carlos Ibarra quien escribió un interesante ensayo sobre Economía Política de México, y Ramón Palacios, autor de un amplio estudio sobre derecho penal mexicano: La tentativa. Otros grupos de los años cincuenta y sesenta Algunos escritores jóvenes que trabajaban aisladamente constituyeron en 1950 un grupo literario bajo el signo de Ramón López Velarde, siendo José Recek Saade y Josefina Esparza los más destacados. Recek Saade, con su obra como poeta y como dramaturgo, enriqueció las letras poblanas del siglo XX. Josefina Esparza ha publicado constantemente en revistas y en opúsculos sus poemas, cuentos y leyendas. Algunos años después de la fundación del grupo López Velarde, uno de los poetas de mayor renombre en Puebla, Gregorio de Gante, integró a escritores que empezaban a darse a conocer en el grupo clavileño, como Amapola Fenochio Furlong, María Sánchez Robledo y Fray Jerónimo Verduzco. Amapola Fenochio Furlong, hija del prestigiado maestro universitario y notable escritor, Alfredo Fenochio, es hoy la autora poblana más conocida, cuya obra poética ha merecido el elogio de la crítica nacional; Rafael Solana dijo de uno de sus libros: "Con Amapola Fenochio el Soneto ha vuelto a nacer" Tres libros de poemas le han conquistado un lugar permanente en las letras mexicanas: literarios, Pétalos al viento y América de Azar y de paloma. Tiene también publicados libros de carácter didáctico, que además es una de las maestras más distinguidas de nuestro tiempo: Poetizas de América y Poesía en la escuela. Por último, María Sánchez Robledo, muerta en plena juventud nos legó algunos poemas que apuntaban a cumbres mayores. En este breve resumen de las Letras Universitarias Poblanas del siglo XX, seguramente faltan algunos nombres, y los pocos juicios críticos que se adelantan requieren una cuidadosa revisión. En realidad, este trabajo no pretende otra cosa que despertar el interés de los investigadores por realizar la historia de nuestra literatura regional. Durante 100 años de intensa labor, en que todos los grupos de una u otra escuela han dedicado sus mejores esfuerzos a la conquista de un nombre literario. No son más de cinco las figuras que hemos aportado al caudal de las letras mexicanas. Pero, afortunadamente, otra vez, como sucedió desde la época del Colegio del Estado con José María Lafragua, primero, y más adelante con Rafael Cabrera, nuevamente en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla se inicia un importante movimiento literario, con la misma fuerza que tuvo el grupo Cauce, que terminará con el marasmo en que se hundió la poesía poblana en las últimas cinco décadas! y surgen revistas como Márgenes, del Taller Literario de Filosofía y Letras, e Infame Turba de la Coordinación de Difusión Cultural. A esto hay que agregarle Itaca revista de poesía editada por un grupo de universitarios entre ellos Roberto Martínez Gracilazo quién prepara un número de Tiempo Universitario dedicado a los poetas jóvenes. En las publicaciones mencionadas, forman parte del consejo editorial y publican en ellas sus poemas, Enrique de Jesús Pimentel, autor de un magnífico libro titulado Catacumbas; Víctor Manuel Rojas, Julio Eutiquio Sarabia y Francisco Arizmendi. En otro ámbito Jorge Trujeque ha publicado Testimonios de la carne y el maestro Gilberto Castellanos, premio nacional de poesía, publicó El mirar del artificio. En la narrativa se distingue Pedro Ángel Palou García; y en el teatro, Felipe Galván. En Puebla hemos sufrido, de tiempo en tiempo, crisis de indolencia, y al amparo del prestigio de los mejores hijos del estado, vemos con indiferencia, en ocasiones, los problemas culturales. Sin embargo, siempre recuperamos nuestra rica tradición, y debemos estar seguros de que con el concurso de todos los poblanos, los creadores, los promotores, las autoridades y el público en general, teniendo como guía a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, pronto nuestra ciudad y nuestro Estado ocuparán el lugar que les corresponde en el concierto de la cultura mexicana.
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