Año 4, número 7
H. Puebla de Zaragoza a 11 de abril de 2001

La astronomía en Puebla 

Por Alejandro Rivera Domínguez*  

El 19 de febrero de 1942 en el Paraninfo Universitario se inauguró el Observatorio Nacional Astrofísico de Tonantzintla. Alrededor de la meza de izquierda a derecha Manuel Sandoval Vallarta, Harlow Shapley, Gral. Abelardo Rodríguez, Gral. Manuel Ávila Camacho Presidente de la República, Dr. Raymundo Ruíz Rosete rector de la Universidad, Dr. Gonzalo Bautista Castillo Gobernador, atrás se puede observar de lentes el secretario de gobernación Gral. Ignacio García Tellez y los licenciados Gustavo Díaz Ordáz, José Asomoza y Roberto T. Bonilla. Reprografía de Ismael Morales, cortesía de Revista Bulevar. Identificación de los personajes, José María Mendoza Márquez.

os centros ceremoniales prehispánicos en su mayoría, no sólo eran lugares de ofrenda sino también, en no pocos casos —y esto se descubrió hace poco tiempo—, verdaderos observatorios astronómicos donde se registraban los equinoccios, solsticios, los ciclos de Venus, las pléyades (nombre de las siete hijas de Atlas a las que Zeus metamorfoseó en estrellas para sustraerlas de la persecución de Orión), y otros objetos de interés. La acumulación sorprendente de rigurosas observaciones generó uno de los sistemas calendáricos más avanzados de todos los tiempos.

Cuando los españoles arriban al altiplano le conceden muy poco interés a los avances atronómicos de los conquistados, y esto no es de extrañar, tomando en cuenta el desprecio que manifestaban hacia sus expresiones culturales: estaban persuadidos que las mismas "eran obra del demonio". Esta actitud, por lo demás, era una expresión inequívoca del atraso cultural y científico que vivía España en la época de la conquista de América: no hay que olvidar, al respecto, que ese país fue el baluarte contra la Reforma Protestante que inició el monje agustino Martín Lutero (Eisleben Alemania, 1483-1546).

Para los españoles de esa época la observación de las estrellas sólo tenía motivos de tipo religioso, por lo cual no es de ningún modo casual que llegaran a América con sus calendarios obsoletos, y con toda clase de concepciones falsas sobre los astros y los cometas: en esa época aún estaban convencidos de que éstos eran manifestaciones de la ira de Dios.

Es de señalar, sin embargo, que no todos los conquistadores estaban permeados del oscurantismo científico que imperaba en su país de origen. Es el caso, por ejemplo, de quienes fundaron la ciudad de Puebla en 1531. Difícilmente la brillante traza y organización de ésta hubieran sido posibles sin ciertos conocimientos avanzados de ingeniería y de astronomía. Los métodos empleados —tal como nos lo narran las crónicas de la fundación de la ciudad— por el agrimensor español Martín Partidor, dejan ver un conocimiento profundo de la trayectoria solar en función de la latitud del sitio. Partidor debió, sin duda, utilizar una brújula y algunos otros instrumentos astronómicos de aquellos años, como el bastón de Jacob, empleado por los navegantes en el mar, para calcular la latitud de la embarcación. El bastón de Jacob ayudó también a Antón de Alaminos, el navegante de la flota de España, a reconocer la costa del Golfo de México y definir las latitudes tropicales que tanto asombraron a los primeros aventureros españoles.

Si analizamos cuidadosamente la traza de la ciudad de Puebla y su orientación respecto a la declinación del sol a lo largo del año, no es difícil percatarse que ello refleja un conocimiento adecuado de algunos elementos astronómicos. Desgraciadamente hemos olvidado, o ignorado, que la traza original de la ciudad reunió las mejores ideas urbanísticas del siglo XVI. Sin embargo, insisto, la mayoría de los conquistadores no se caracterizó precisamente por su interés por la ciencia, menos por la astronomía.

Pronto la cerrazón colonial evitó casi todo contacto con la ciencia europea y con el mundo indígena expoliado y despreciado. Los pensadores novohispanos se vieron enfrentados a muchos problemas, literalmente aislados y sólo con algunos libros científicos, casi todos pasados de contrabando en barriles de vino de doble fondo.

Esa situación comenzó a transformarse a partir de la llegada de los misioneros —algunos de los cuales eran destacados intelectuales— quienes pronto comienzan a compilar y a escribir crónicas detalladas de las culturas conquistadas, destacando la obra de Fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó sus mejores esfuerzos a recopilar el saber indígena. Gracias a él y a otros distinguidos religiosos, se logró rescatar algo de los conocimientos astronómicos de las culturas prehispánicas. Esta situación coadyuvó a fomentar entre los misioneros el interés por la astronomía. Así, paulatinamente comenzaron a construir algunos cuadrantes solares, cuyo diseño, construcción y uso ya implican un cierto conocimiento de los movimientos del sol.

Al llegar los jesuitas a nuestro país, en 1572, el mundo intelectual novohispano se enriquece notablemente. Los sacerdotes se dedican a fundar escuelas y bibliotecas notables. A partir de 1587, en Puebla, se fundan colegios jesuitas que habrán de ejercer influencia decisiva en la vida cultural de la región y del país, como es el caso del Colegio del Espíritu Santo. Nuestra entidad fue, sin duda, una de las regiones más favorecidas por dicha orden en materia educativa. De inmediato las bibliotecas creadas por los jesuitas se enriquecen con las últimas publicaciones europeas, trayendo consigo un aire refrescante a sus colegios, y en general, a la sociedad poblana

Las crónicas de la época hacen referencia a los instrumentos avanzados que trajeron los jesuitas, como es el caso de las esferas armilares y los cuadrantes solares. Nos hablan, también, de su amplio conocimiento de la astronomía clásica griega, en particular de Tolomeo, autor de la Composición Matemática o Gran Sintaxis (conocida como almagesto), vasta compilación de conocimientos astronómicos de los antiguos.

Frontispicio (Arthanasius Kircher, Itinerarium Exstaticum...). Tomado del libro Arte y Ciencia en la Historia de México, Elías Trabulse, Fomento Cultural Banamex A.C.

Tenemos que reconocerle a los jesuitas su espíritu osado, a contracorriente del oscurantismo que predominaba en la época. En ciertas bibliotecas, como la José María Lafragua, se encuentran evidencias de las lecturas de esa orden religiosa, algunas de ellas censuradas y prohibidas por los censores inquisitoriales. Entre tales obras destacan las de Juan Luis Vives, destacado humanista español; diversos autores del renacimiento, como Erasmo de Rotterdam, y varios clásicos como el humanista latino Plinio el viejo, autor de una historia natural (vasta compilación científica en siete libros). En ese firmamento de lecturas se encontraba también, desde luego, la estrella intelectual de los jesuitas en el siglo XVII, Athanasius Kircher. Por cierto, la influencia de éste se dejó sentir en algunas líneas de pensamiento de sor Juana Inés de la Cruz y su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora, un intelectual de primera magnitud que destacó en varios campos, entre ellos de la astronomía.

Según las crónicas, Sigüenza y Góngora estudió en el Colegio del Espíritu Santo, del cual fue expulsado y nunca perdonado por alguna falta no del todo clara, pero aquí, en Puebla, probablemente adquirió las bases matemáticas para continuar sus prodigiosos estudios científicos, a la altura de los más avanzados del siglo XVII. La obra cumbre de Sigüenza se encuentra en La libra Astronómica y Filosófica.

Tomado del libro Arte y Ciencia en la Historia de México, Elías Trabulse, Fomento Cultural Banamex A.C.

En la biblioteca Palafoxiana se encuentran indicios de la utilización de instrumentos avanzados de observación astronómica por parte de los jesuitas. Se menciona en diferentes documentos la existencia de esferas armilares, astrolabios y tablas astronómicas que se usaban para cálculos de lunarios, que eran muy utilizados en aquellos tiempos y calendarios.

Si nos asomamos al Colegio de Psicología de la actual Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y nos damos a la tarea de observar la parte superior de su edificio —el cual data del siglo XVII— veremos a tres cuadrantes solares perfectamente calculados para la latitud del lugar. Hay otro cuadrante en el primer patio del edifico Carolino. Todos ellos, a pesar del conocimiento astronómico que evidencian como reguladores del tiempo y para otras actividades, son poco conocidos y cuidados. Son instrumentos que deberíamos de admirar y de proteger: un cuadrante solar implica un conocimiento profundo de la latitud del lugar, la declinación solar y la orientación adecuada del sistema. Los cuadrantes regulaban el tiempo de los colegios y, a través del tañido de las campanas, la población se informaba acerca del transcurrir del día.

En síntesis, pues, los jesuitas de Puebla desarrollaron actividades intelectuales y científicas de gran alcance. Algunos de sus pensadores más sobresalientes, como en los casos de Francisco Javier Alegre y el veracruzano Francisco Javier Clavijero, conocieron en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla las obras de Wilhem Gottfried Leibniz —uno de los filósofos alemanes más brillantes de su tiempo—, de Gassendi —físico y astrónomo francés— y, sobre todo, de Isaac Newton, a través de la magna obra Philosophia Naturalis Principia Mathematica. La lectura de este trabajo implica un conocimiento profundo de las matemáticas y de los principios físicos nacidos al calor de las investigaciones de Galileo y de Copérnico, en particular del libro censurado de éste, De Revolutionibus Orbium Caelestium.

En nuestra universidad Autónoma de Puebla existe la edición holandesa de Newton, la cual probablemente fue utilizada por los sabios jesuitas para abrevar en ella los conocimientos científicos de la época.

Cuadrante construido por los jesuitas que se puede observar en la parte alta del primer patio del Carolino.

esde finales de la década de los treinta, el entonces presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, en pláticas sostenidas con el notable pensador, diplomático y astrónomo Luis Enrique Erro (fundador del Instituto Politécnico Nacional) llegaron a la conclusión de que había llegado la hora de fundar institutos de investigación de primer nivel, similares al Instituto Nacional de Cardiología, una verdadera gloria nacional a la que visitaban notables sabios de todo el mundo. Erro, astrónomo apasionado, convenció al Presidente de crear un observatorio para dedicarlo a la astronomía moderna.

Al término de la administración cardenista, Erro convenció al nuevo presidente de la República, el poblano Manuel Ávila Camacho, acerca de la necesidad de crear el observatorio de referencia. Una vez que obtuvo la venia presidencial, se dio a la tarea de buscarle un lugar adecuado. En un principio había pensado que el sitio ideal era San Luis Potosí, pero al fin se construyó en la vecina Santa María Tonantzintla. Erro buscó respaldo a dicho proyecto entre sus numerosas amistades, encontrándolo principalmente en los astrónomos de Harvard, entre quienes se encontraban Harlow Shapley —en aquel tiempo el principal observador de las dimensiones galácticas y uno de los más importantes astrónomos de todos los tiempos—, el incansable sabio holandés Bart Jan Bok, Cecilia Gaphoskin, Miss Cannon y otros notables científicos.

Erro, finalmente, logró cristalizar su anhelo, a pesar de que el mundo se debatía en la II Guerra mundial. La empresa Perkin Elmer construyó el espejo y la óptica de la gran cámara Schmidt, en su tiempo la mayor del mundo. El 19 de febrero de 1942, en solemne ceremonia efectuada en el Paraninfo de la Universidad de Puebla, con la presencia del presidente Manuel Ávila Camacho, Harlow Shapley en representación de la delegación norteamericana, Luis Enrique Erro, Manuel Sandoval Vallarta, especialista de talla mundial en rayos cósmicos y profesor de Massachussets Institute of Technology, (MIT), autoridades y científicos, se inauguró el Observatorio Nacional Astrofísico de Tonantzintla. Probablemente, esta ceremonia de inauguración ha sido una de las más trascendentes que haya tenido como escenario a la Universidad.

El observatorio de inmediato contribuyó con aportaciones decisivas a la investigación de la evolución estelar, y pronto se recogieron los frutos. La atmósfera, en aquel entonces única, de Tonantzintla permitía observaciones de alta calidad. Poco a poco los descubrimientos no se hicieron esperar. Guillermo Haro se integró al personal del observatorio, y poco después llegaron Luis Rivera Terrazas, Braulio Iriarte, Graciela González, Eugenio Mendoza, Paris Pismis y el inolvidable Enrique Chavira, logrando conjuntar un equipo formidable. Se descubren los objetos Haro, después llamados oficialmente Herbig Haro o simplemente HH. Se logran espectaculares avances en la comprensión de las estrellas ráfaga, las galaxias azules y otros fenómenos. Así las cosas, Tonantzintla se convierte en un símbolo de la investigación de México, pasando a ser uno de los principales observatorios del mundo.

En el Año Geofísico Internacional, durante 1958 y parte de 1959, Tonantzintla recibe un filtro Lyot para observar las líneas espectrales del hidrógeno en el sol. Terrazas se dedica a la difícil observación de la superficie solar. En esta tesitura, por su parte de manera independiente, otros realizan contribuciones notables apenas conocidas: Julio García Moll, un genio poblano, estudia ingeniería en la Universidad, asiste becado a Australia para estudiar radioastronomía, a su retorno se dedica a la física espacial, y construye equipos de radio recepción de alta frecuencia que le permiten realizar registros del paso de los satélites por el cielo poblano. Construyó con sus propios medios, una antena parabólica con la que logró una hazaña científica y técnica. Con sus equipos y la formidable antena, envió una señal de radio que rebotó en la superficie lunar y estableció comunicación con Alemania. Los registros demostraron que había sido el único, de todo el continente americano, en lograrlo; García Moll también construyó un detector de meteoritos que fue durante mucho tiempo el único en el país y fue de los primeros en establecer comunicaciones vía satélite con el sistema Oscar.

Desde 1930 un notable poblano, Domingo Taboada Roldán, con sus propios medios construyó uno de los observatorios particulares más notables del mundo. Su pasión por la astronomía lo llevaron a correr aventuras y gastar verdaderas fortunas en telescopios y observatorios. Durante la época de la II Guerra, fue un pilar de la Sociedad Astronómica de México. Su dedicación lo llevó a ser considerado uno de los mejores observadores de estrellas variables del planeta, y fue un prominente miembro de la American Association of Variable Stars Observers, con sede en Massachussets, Estados Unidos. Taboada supo hacer amigos entre los astrónomos profesionales quienes solían visitarle en su casa asombrosa, que se antojaba un castillo medieval. Por varias décadas, este sabio fue el pilar de la astronomía en la región y uno de los astrónomos mexicanos más conocidos en el extranjero.

En la BUAP la astronomía tiene un futuro prometedor. Posee un telescopio reflector de 60 cm, muchos científicos de calidad y gran entusiasmo. El doctor Alberto Cordero y sus colegas de la Facultad de Ciencias Físicas, reúnen cada año a decenas de entusiastas para que construyan sus propios telescopios. Hace poco se dedicaron a reconstruir el viejo refractor Mailhat en terrenos de la ciudad universitaria.

En el actual Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica en Tonantzintla, se desarrolla uno de los proyectos más importantes de la historia mexicana, ya que desde allí, se coordina la operación y construcción del Gran Telescopio Milimétrico (GTM), un enorme disco de 50 metros de diámetro, que se edifica a 4000 metros de altitud en un antiguo volcán llamado La Negra, al sur del Citlaltépetl, en el extremo oriental del estado de Puebla. Con esta formidable herramienta la astronomía mexicana mantendrá su enorme prestigio internacional y la BUAP con sus egresados en ciencias tendrá la enorme oportunidad de continuar con la tradición y los rigurosos conocimientos para enfrentar el reto de conocer más del Universo.

 

Observatorio, metereológico
y sismógrafos universitarios

racias a la influencia de los jesuitas, la astronomía en nuestra entidad logró un notable nivel de desarrollo en los siglos XVIII y XIX. En 1753 se publica en Puebla la obra de Juan Antonio de Rivilla Barrientos —presbítero del Obispado— intitulada Astronomía Americana septentrional regulada al meridiano de la Puebla, ciudad de los Ángeles, para el año del Señor de 1753. Tal libro fue impreso en la editorial de la viuda de Miguel de Ortega.

Esta obra —la primera conocida de astronomía escrita e impresa en Puebla— es una clara evidencia de que el conocimiento matemático y físico se cultivaba con devoción e interés en nuestro estado desde los siglos de referencia. Las tablas y contenido de dicho trabajo ponen de relieve una gran acumulación de observaciones y un conocimiento preciso de la orientación con criterios astronómicos.

Telescopio (Elpidio López, Anales del observatorio "Urania", MS). Tomado del libro Arte y Ciencia en la Historia de México, Elías Trabulse, Fomento Cultural Banamex A.C.

Empero no es sólo en la ciudad de Puebla donde surge un notable interés por la astronomía, sino también en no pocas ciudades del interior, por ejemplo en Chignahuapan, en donde se construyó el observatorio Urania, en donde se observaban los eventos celestes y se participaba en una de las más apasionantes aventuras científicas del siglo XIX: la observación de Marte, del cual se creía, a pie juntillas, que poseía canales realizados por alguna civilización. La observación marciana ocupaba a los astrónomos del mundo, comandados principalmente por Percival Lowell y Giovanni Schiaparelli. Durante la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX, el observatorio Urania fue uno de los mayores del país. Sólo el de Tacubaya y el de Zacatecas tenían dimensiones mayores.

La tradición astronómica de la región continuó —afortunadamente— en los siglos posteriores, gracias al interés que mostraron por dicha ciencia instituciones como el Colegio del Estado, que en los primeros años del siglo XX —después de toda una serie de vicisitudes— logró adquirir un laboratorio de Física y Química que no tuvo parangón en México, siendo director del Colegio el licenciado Rafael Isunza.

En 1909 se instala el Observatorio Astronómico Galileo Galilei, en el tercer patio del edifico Carolino. Esta iniciativa fue impulsada por las autoridades universitarias con motivo del III Centenario del invento del telescopio por Hans Lipershey y Galileo Galilei. En aquellos tiempos fue uno de los más modernos observatorios de América Latina, del cual existe un telescopio gemelo, en el Observatorio del Ebro en España. Desde el notable observatorio poblano, se realizaron investigaciones sistemáticas y se publicaron boletines que se canjeaban por todo el mundo.

El observatorio contaba con un fino telescopio refractor Mailhat francés, con montura ecuatorial y su heliógrafo paralelo con el cual se observaba una formidable proyección del sol. Todo el sistema, incluida la montura, fue construido en Francia. El ecuatorial astrofotográfico del Colegio del Estado, tenía una apertura de los objetivos de 162 mm; una distancia focal del objetivo fotográfico de 2.10 metros, y una distancia focal de la lente de 2.40 metros, con un costo de 27 mil 783.32 pesos. Una fortuna para la época. Muchos fueron los logros de las actividades del Observatorio Galileo Galilei del Colegio del Estado; entre algunas de las más notables se encuentran los registros de eclipses solares, que le valieron a Francisco de P. Tenorio —primer director del observatorio— ser admitido en la Asociación Internacional del Sol con sede en Montevideo, Uruguay.

Habría que mencionar, también, la incorporación del grupo de sabios poblanos en la observación del gran eclipse total de sol en 1923 cuya región central pasó por San Luis Potosí.

En el Colegio del Estado (hoy BUAP), desde 1877 y quizás antes, se registraban también los sismos mediante un sismógrafo de Golitzin. Se trata de un péndulo que actúa en función de la oscilación del suelo durante un sismo. Con este sencillo aparato se registraron algunos movimientos importantes de la actividad del Popocatépetl en la fase eruptiva de 1919 a 1927.

En 1920 se inauguró, en el Tercer Patio del Edificio Carolino, una de las estaciones sismológicas más completas del país, dotada de magníficos sismógrafos Milne y, sobre todo, del sistema alemán Wiechert de dos componentes. Con estos equipos logró registrarse un conjunto de importantes eventos sísmicos que contribuyeron notablemente a construir la carta sísmica de México publicada en 1960, que arrojó las primeras luces acerca de la estructura geológica del país, dando como resultado la definición de la Placa de Cocos y sus efectos sísmicos. Durante el terremoto del 28 de agosto de 1973, la base del sismógrafo sufrió notables daños por la magnitud del movimiento, y perdió características de calibración fundamentales; sin embargo, continúo funcionando durante algunos años más.

Aunado a los avances de la astronomía, la meteorología también alcanzó en Puebla un desarrollo notable, tal como lo ponen de relieve la calidad de las observaciones y la continuidad de los registros que se obtuvieron en ese tiempo, a lo cual contribuyó el hecho de tener el más fino equipo de la época, que permitió registrar cuidadosamente los cambios atmosféricos.

Es de señalar que las autoridades del Colegio publicaban boletines metereológicos que, además de incluir los registros mencionados, contenían también ensayos científicos de gran interés.

Dichos materiales se enviaban a diversas naciones, principalmente a Alemania, Inglaterra, Francia.

Sus registros han servido como referencia para realizar estudios climáticos fundamentales en la región.

El sismo del 15 de junio de 1999, sin duda, cerró una época de observación metereológica y sismológica en el edificio Carolino. Tal fenómeno obliga a crear nuevos y mejores métodos de detección de los sismos; actualmente la BUAP tiene once estaciones acelerográficas, y cuatro sismográficas; de estas últimas, tres en la ciudad de Puebla y una en Santa Rosa Tecamachalco. Las estaciones acelerográficas mantienen relaciones de información con el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Las estaciones sismográficas mantienen relación con el Servicio Sismológico Estatal, ambos proyectos están enlazados con en el Sistema Estatal de Protección Civil y con el Centro Nacional de Prevención de Desastres.

Hubo una época en que la calidad de los trabajos del observatorio del Colegio del Estado sólo podía compararse a la que realizaban los observatorios de Tacubaya y Zacatecas.

Telescopio Galileo del observatorio del Colegio de Estado, hoy BUAP, donado por el Presidente Porfirio Díaz. Foto DIDCAV-BUAP, fondo Colegio del Estado.

Al paso del tiempo las ideas y los hombres cambian. El Colegio del Estado se transformó en Universidad de Puebla y, pocos años después, ésta pasó a convertirse en la actual Universidad Autónoma de Puebla. Soplaron vientos de renovación que, en una primera etapa, propiciaron el abandono de los viejos esquemas educativos. Los venerables laboratorios son abandonados, y mucho se pierde en los avatares de la construcción de la Universidad actual. Posteriormente, la institución se enfrentó a una etapa de decadencia, en la que la investigación científica brilló por su ausencia. En 1950 se funda la escuela de Ciencias Física y Matemática, y casi desde sus primeros tiempos encuentra una ruta plagada de obstáculos, no obstante que la física había demostrado palmariamente su importancia estratégica en las dos guerras mundiales. El fundador de la escuela, la segunda en su género del país, fue Luis Rivera Terrazas, quien era uno de los principales investigadores del Observatorio Nacional Astrofísico de Tonantzintla. Junto con el ingeniero Joaquín Ancona Albertos, notable matemático, Terrazas le dio a la física y a las matemática un impulso formidable en la Universidad. Los dos sabios se dieron a la tarea de impulsar la ciencia moderna, la cual en otro escenario encontró grandes obstáculos, pero afortunadamente ha salido adelante.

 

 

El observatorio de Tonantzintla
y otras contribuciones a la astronomía

os centros ceremoniales prehispánicos en su mayoría, no sólo eran lugares de ofrenda sino también, en no pocos casos —y esto se descubrió hace poco tiempo—, verdaderos observatorios astronómicos donde se registraban los equinoccios, solsticios, los ciclos de Venus, las pléyades (nombre de las siete hijas de Atlas a las que Zeus metamorfoseó en estrellas para sustraerlas de la persecución de Orión), y otros objetos de interés. La acumulación sorprendente de rigurosas observaciones generó uno de los sistemas calendáricos más avanzados de todos los tiempos.

Cuando los españoles arriban al altiplano le conceden muy poco interés a los avances atronómicos de los conquistados, y esto no es de extrañar, tomando en cuenta el desprecio que manifestaban hacia sus expresiones culturales: estaban persuadidos que las mismas "eran obra del demonio". Esta actitud, por lo demás, era una expresión inequívoca del atraso cultural y científico que vivía España en la época de la conquista de América: no hay que olvidar, al respecto, que ese país fue el baluarte contra la Reforma Protestante que inició el monje agustino Martín Lutero (Eisleben Alemania, 1483-1546).

Para los españoles de esa época la observación de las estrellas sólo tenía motivos de tipo religioso, por lo cual no es de ningún modo casual que llegaran a América con sus calendarios obsoletos, y con toda clase de concepciones falsas sobre los astros y los cometas: en esa época aún estaban convencidos de que éstos eran manifestaciones de la ira de Dios.

Es de señalar, sin embargo, que no todos los conquistadores estaban permeados del oscurantismo científico que imperaba en su país de origen. Es el caso, por ejemplo, de quienes fundaron la ciudad de Puebla en 1531. Difícilmente la brillante traza y organización de ésta hubieran sido posibles sin ciertos conocimientos avanzados de ingeniería y de astronomía. Los métodos empleados —tal como nos lo narran las crónicas de la fundación de la ciudad— por el agrimensor español Martín Partidor, dejan ver un conocimiento profundo de la trayectoria solar en función de la latitud del sitio. Partidor debió, sin duda, utilizar una brújula y algunos otros instrumentos astronómicos de aquellos años, como el bastón de Jacob, empleado por los navegantes en el mar, para calcular la latitud de la embarcación. El bastón de Jacob ayudó también a Antón de Alaminos, el navegante de la flota de España, a reconocer la costa del Golfo de México y definir las latitudes tropicales que tanto asombraron a los primeros aventureros españoles.

Si analizamos cuidadosamente la traza de la ciudad de Puebla y su orientación respecto a la declinación del sol a lo largo del año, no es difícil percatarse que ello refleja un conocimiento adecuado de algunos elementos astronómicos. Desgraciadamente hemos olvidado, o ignorado, que la traza original de la ciudad reunió las mejores ideas urbanísticas del siglo XVI. Sin embargo, insisto, la mayoría de los conquistadores no se caracterizó precisamente por su interés por la ciencia, menos por la astronomía.

Pronto la cerrazón colonial evitó casi todo contacto con la ciencia europea y con el mundo indígena expoliado y despreciado. Los pensadores novohispanos se vieron enfrentados a muchos problemas, literalmente aislados y sólo con algunos libros científicos, casi todos pasados de contrabando en barriles de vino de doble fondo.

Esa situación comenzó a transformarse a partir de la llegada de los misioneros —algunos de los cuales eran destacados intelectuales— quienes pronto comienzan a compilar y a escribir crónicas detalladas de las culturas conquistadas, destacando la obra de Fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó sus mejores esfuerzos a recopilar el saber indígena. Gracias a él y a otros distinguidos religiosos, se logró rescatar algo de los conocimientos astronómicos de las culturas prehispánicas. Esta situación coadyuvó a fomentar entre los misioneros el interés por la astronomía. Así, paulatinamente comenzaron a construir algunos cuadrantes solares, cuyo diseño, construcción y uso ya implican un cierto conocimiento de los movimientos del sol.

Al llegar los jesuitas a nuestro país, en 1572, el mundo intelectual novohispano se enriquece notablemente. Los sacerdotes se dedican a fundar escuelas y bibliotecas notables. A partir de 1587, en Puebla, se fundan colegios jesuitas que habrán de ejercer influencia decisiva en la vida cultural de la región y del país, como es el caso del Colegio del Espíritu Santo. Nuestra entidad fue, sin duda, una de las regiones más favorecidas por dicha orden en materia educativa. De inmediato las bibliotecas creadas por los jesuitas se enriquecen con las últimas publicaciones europeas, trayendo consigo un aire refrescante a sus colegios, y en general, a la sociedad poblana

Las crónicas de la época hacen referencia a los instrumentos avanzados que trajeron los jesuitas, como es el caso de las esferas armilares y los cuadrantes solares. Nos hablan, también, de su amplio conocimiento de la astronomía clásica griega, en particular de Tolomeo, autor de la Composición Matemática o Gran Sintaxis (conocida como almagesto), vasta compilación de conocimientos astronómicos de los antiguos.

Tenemos que reconocerle a los jesuitas su espíritu osado, a contracorriente del oscurantismo que predominaba en la época. En ciertas bibliotecas, como la José María Lafragua, se encuentran evidencias de las lecturas de esa orden religiosa, algunas de ellas censuradas y prohibidas por los censores inquisitoriales. Entre tales obras destacan las de Juan Luis Vives, destacado humanista español; diversos autores del renacimiento, como Erasmo de Rotterdam, y varios clásicos como el humanista latino Plinio el viejo, autor de una historia natural (vasta compilación científica en siete libros). En ese firmamento de lecturas se encontraba también, desde luego, la estrella intelectual de los jesuitas en el siglo XVII, Athanasius Kircher. Por cierto, la influencia de éste se dejó sentir en algunas líneas de pensamiento de sor Juana Inés de la Cruz y su amigo Carlos de Sigüenza y Góngora, un intelectual de primera magnitud que destacó en varios campos, entre ellos de la astronomía.

Según las crónicas, Sigüenza y Góngora estudió en el Colegio del Espíritu Santo, del cual fue expulsado y nunca perdonado por alguna falta no del todo clara, pero aquí, en Puebla, probablemente adquirió las bases matemáticas para continuar sus prodigiosos estudios científicos, a la altura de los más avanzados del siglo XVII. La obra cumbre de Sigüenza se encuentra en La libra Astronómica y Filosófica.

En la biblioteca Palafoxiana se encuentran indicios de la utilización de instrumentos avanzados de observación astronómica por parte de los jesuitas. Se menciona en diferentes documentos la existencia de esferas armilares, astrolabios y tablas astronómicas que se usaban para cálculos de lunarios, que eran muy utilizados en aquellos tiempos y calendarios.

Si nos asomamos al Colegio de Psicología de la actual Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y nos damos a la tarea de observar la parte superior de su edificio —el cual data del siglo XVII— veremos a tres cuadrantes solares perfectamente calculados para la latitud del lugar. Hay otro cuadrante en el primer patio del edifico Carolino. Todos ellos, a pesar del conocimiento astronómico que evidencian como reguladores del tiempo y para otras actividades, son poco conocidos y cuidados. Son instrumentos que deberíamos de admirar y de proteger: un cuadrante solar implica un conocimiento profundo de la latitud del lugar, la declinación solar y la orientación adecuada del sistema. Los cuadrantes regulaban el tiempo de los colegios y, a través del tañido de las campanas, la población se informaba acerca del transcurrir del día.

En síntesis, pues, los jesuitas de Puebla desarrollaron actividades intelectuales y científicas de gran alcance. Algunos de sus pensadores más sobresalientes, como en los casos de Francisco Javier Alegre y el veracruzano Francisco Javier Clavijero, conocieron en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla las obras de Wilhem Gottfried Leibniz —uno de los filósofos alemanes más brillantes de su tiempo—, de Gassendi —físico y astrónomo francés— y, sobre todo, de Isaac Newton, a través de la magna obra Philosophia Naturalis Principia Mathematica. La lectura de este trabajo implica un conocimiento profundo de las matemáticas y de los principios físicos nacidos al calor de las investigaciones de Galileo y de Copérnico, en particular del libro censurado de éste, De Revolutionibus Orbium Caelestium.

En nuestra universidad Autónoma de Puebla existe la edición holandesa de Newton, la cual probablemente fue utilizada por los sabios jesuitas para abrevar en ella los conocimientos científicos de la época.

Luis Enrique Erro. En 1941 fundó el observatorio Nacional de Astrofísica de Tonantzintla que dirigió hasta 1950, autor de artículos científicos, políticos y de la novela Los pies descalzos.

esde finales de la década de los treinta, el entonces presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, en pláticas sostenidas con el notable pensador, diplomático y astrónomo Luis Enrique Erro (fundador del Instituto Politécnico Nacional) llegaron a la conclusión de que había llegado la hora de fundar institutos de investigación de primer nivel, similares al Instituto Nacional de Cardiología, una verdadera gloria nacional a la que visitaban notables sabios de todo el mundo. Erro, astrónomo apasionado, convenció al Presidente de crear un observatorio para dedicarlo a la astronomía moderna.

Al término de la administración cardenista, Erro convenció al nuevo presidente de la República, el poblano Manuel Ávila Camacho, acerca de la necesidad de crear el observatorio de referencia. Una vez que obtuvo la venia presidencial, se dio a la tarea de buscarle un lugar adecuado. En un principio había pensado que el sitio ideal era San Luis Potosí, pero al fin se construyó en la vecina Santa María Tonantzintla. Erro buscó respaldo a dicho proyecto entre sus numerosas amistades, encontrándolo principalmente en los astrónomos de Harvard, entre quienes se encontraban Harlow Shapley —en aquel tiempo el principal observador de las dimensiones galácticas y uno de los más importantes astrónomos de todos los tiempos—, el incansable sabio holandés Bart Jan Bok, Cecilia Gaphoskin, Miss Cannon y otros notables científicos.

Erro, finalmente, logró cristalizar su anhelo, a pesar de que el mundo se debatía en la II Guerra mundial. La empresa Perkin Elmer construyó el espejo y la óptica de la gran cámara Schmidt, en su tiempo la mayor del mundo. El 19 de febrero de 1942, en solemne ceremonia efectuada en el Paraninfo de la Universidad de Puebla, con la presencia del presidente Manuel Ávila Camacho, Harlow Shapley en representación de la delegación norteamericana, Luis Enrique Erro, Manuel Sandoval Vallarta, especialista de talla mundial en rayos cósmicos y profesor de Massachussets Institute of Technology, (MIT), autoridades y científicos, se inauguró el Observatorio Nacional Astrofísico de Tonantzintla. Probablemente, esta ceremonia de inauguración ha sido una de las más trascendentes que haya tenido como escenario a la Universidad.

Guillermo Haro. Investigador y director del Observatorio de Tonantzintla desde 1950 y director del Observatorio Nacional de 1948 a 1968. Autor de publicaciones científicas relacionadas con la astronomía.

El observatorio de inmediato contribuyó con aportaciones decisivas a la investigación de la evolución estelar, y pronto se recogieron los frutos. La atmósfera, en aquel entonces única, de Tonantzintla permitía observaciones de alta calidad. Poco a poco los descubrimientos no se hicieron esperar. Guillermo Haro se integró al personal del observatorio, y poco después llegaron Luis Rivera Terrazas, Braulio Iriarte, Graciela González, Eugenio Mendoza, Paris Pismis y el inolvidable Enrique Chavira, logrando conjuntar un equipo formidable. Se descubren los objetos Haro, después llamados oficialmente Herbig Haro o simplemente HH. Se logran espectaculares avances en la comprensión de las estrellas ráfaga, las galaxias azules y otros fenómenos. Así las cosas, Tonantzintla se convierte en un símbolo de la investigación de México, pasando a ser uno de los principales observatorios del mundo.

En el Año Geofísico Internacional, durante 1958 y parte de 1959, Tonantzintla recibe un filtro Lyot para observar las líneas espectrales del hidrógeno en el sol. Terrazas se dedica a la difícil observación de la superficie solar. En esta tesitura, por su parte de manera independiente, otros realizan contribuciones notables apenas conocidas: Julio García Moll, un genio poblano, estudia ingeniería en la Universidad, asiste becado a Australia para estudiar radioastronomía, a su retorno se dedica a la física espacial, y construye equipos de radio recepción de alta frecuencia que le permiten realizar registros del paso de los satélites por el cielo poblano. Construyó con sus propios medios, una antena parabólica con la que logró una hazaña científica y técnica. Con sus equipos y la formidable antena, envió una señal de radio que rebotó en la superficie lunar y estableció comunicación con Alemania. Los registros demostraron que había sido el único, de todo el continente americano, en lograrlo; García Moll también construyó un detector de meteoritos que fue durante mucho tiempo el único en el país y fue de los primeros en establecer comunicaciones vía satélite con el sistema Oscar.

Desde 1930 un notable poblano, Domingo Taboada Roldán, con sus propios medios construyó uno de los observatorios particulares más notables del mundo. Su pasión por la astronomía lo llevaron a correr aventuras y gastar verdaderas fortunas en telescopios y observatorios. Durante la época de la II Guerra, fue un pilar de la Sociedad Astronómica de México. Su dedicación lo llevó a ser considerado uno de los mejores observadores de estrellas variables del planeta, y fue un prominente miembro de la American Association of Variable Stars Observers, con sede en Massachussets, Estados Unidos. Taboada supo hacer amigos entre los astrónomos profesionales quienes solían visitarle en su casa asombrosa, que se antojaba un castillo medieval. Por varias décadas, este sabio fue el pilar de la astronomía en la región y uno de los astrónomos mexicanos más conocidos en el extranjero.

En la BUAP la astronomía tiene un futuro prometedor. Posee un telescopio reflector de 60 cm, muchos científicos de calidad y gran entusiasmo. El doctor Alberto Cordero y sus colegas de la Facultad de Ciencias Físicas, reúnen cada año a decenas de entusiastas para que construyan sus propios telescopios. Hace poco se dedicaron a reconstruir el viejo refractor Mailhat en terrenos de la ciudad universitaria.

En el actual Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica en Tonantzintla, se desarrolla uno de los proyectos más importantes de la historia mexicana, ya que desde allí, se coordina la operación y construcción del Gran Telescopio Milimétrico (GTM), un enorme disco de 50 metros de diámetro, que se edifica a 4000 metros de altitud en un antiguo volcán llamado La Negra, al sur del Citlaltépetl, en el extremo oriental del estado de Puebla. Con esta formidable herramienta la astronomía mexicana mantendrá su enorme prestigio internacional y la BUAP con sus egresados en ciencias tendrá la enorme oportunidad de continuar con la tradición y los rigurosos conocimientos para enfrentar el reto de conocer más del Universo.

Ayer y hoy del observatorio
astronómico universitario

Obra de desmontaje del observatorio. Foto proporcionada por la Dirección de Obras de la BUAP.

"...Sucedió que el señor director del Colegio propuso al Gobierno del Estado la creación de un Observatorio Astronómico agregado al metereológico ya existente, y que el Gobierno del Estado aceptó la proposición. Que enseguida se encargó a Europa un hermoso ecuatorial de lo mejor que se conoce, y que para colmo de bienes se construyó un local apropiado para tal Obsevatorio.

"Dio la fortuna de que este año viniera a caer el tercer centenario de la invención del anteojo astronómico por Galileo, y como era natural, se pensó en que para solemnizar semejante acontecimiento el Colegio, y con él, el Estado de Puebla, debía inaugurar con las formalidades de solemnidad debidas, su flamante Observatorio.

En efecto, según cuenta el cronista de del acto de 1909, "...previamente sacado de su habitual austeridad el edificio del Colegio con banderas y flores y música, el Aula Máxima abrió sus talladas puertas a una muy escogida concurrencia que no dejó hueco en la rica sillería del salón.

"Hubo música ; bella música que abrió el programa y alternó muy delicadamente con la literatura y la ciencia".

Con estas palabras una publicación de la época narra cómo el 12 de marzo de 1909 fue puesto en servicio en el Colegio del Estado el anteojo astronómico que desde entonces, salvo un pequeño lapso en los últimos años, ha estado en servicio en la institución, ahora convertida en Universidad Autónoma de Puebla. En 1981, tras su reparación, el Observatorio Astronómico fue reinaugurado por el rector, Ing. Luis Rivera Terrazas, con mucha menos pompa que en la ocasión precedente, pero seguramente con el mismo entusiasmo que reinara hace 92 años.

Con otro estilo, informal y sin música pero con la participación de personalidades como la doctora Silvia Torres de Peimbert, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM; Enrique Chavira Novarrés+, del Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE); Manuel Peibert, investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM y Jesús Pedroza, investigador del INAOE, y también de integrantes del Grupo de Astronomía de la UAP coordinados por Jaime Hernández.

Lamentablemente el 15 de julio de 1999 el sismo que afectó al edificio Carolino puso en riesgo el observatorio astronómico que se tuvo que desmantelar y aplicarle materiales que lo preservaron de la herrumbe. La Dirección de Obras de la Universidad en el presente año acometerá la restauración del tercer patio y realizará las obras para el observatorio que en el 2009 cumplirá un siglo de haberse inaugurado.

 

  »Gacetas 2001

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