La educación pública en Puebla durante el siglo XIX.* Por Jesús Márquez Carrillo
Puebla entró a la vida del México independiente con una larga y bien ganada tradición académica y cultural, difícil de igualar por otras ciudades. Durante las décadas posteriores a tal acontecimiento siguió conservando uno de los primeros sitios en el mundo de las artes y las letras, si bien dentro de un horizonte opuesto a las ideas y al credo liberal que comenzaban a implantarse en ciudades como Guadalajara, Oaxaca y Zacatecas. Cuna de la ilustración católica, durante la mayor parte del siglo XIX fue fiel a su proyecto innovador de vincular religión y ciencia y a su convicción de defender la supremacía de la Iglesia sobre el Estado hasta que recién se introdujo la doctrina social católica, en los albores del siglo XX. Tal característica peculiar se explica, porque desde el último tercio del siglo XVIII la región central poblana en contraparte con la Sierra Norte o la Mixteca atravesó por una profunda crisis económica, la cual tuvo diversas consecuencias; una de ellas, la lealtad de la oligarquía a la Corona y el fomento por el alto clero de una religión abierta en no pocos aspectos a las corrientes de pensamiento más avanzadas de su tiempo como la que sostenía que la ciencia y la fe eran compatibles, aunque muy reacia a tolerar las ideas que planteaban la secularización de las costumbres. Por eso, durante la primera mitad del siglo XIX, la Iglesia poblana siguió siendo una de las más fuertes y mejor organizadas en el país. Más tarde, los estrechos vínculos de la Iglesia con la oligarquía y las élites de poder se explican, entre otras cosas, por el frente común que ambas hicieron contra el librecambismo propagado por los liberales y la cultura católica generada en la centuria anterior. Institucionalmente, por otra parte, el cultivo de las ciencias y la irrupción del pensamiento moderno fue obra de la Iglesia y de los grupos de poder a ella ligados. Las comunidades de médicos y astrónomos, los cultivadores de las letras encontraron en las jerarquías eclesiásticas y en el gobierno secular todo el apoyo a sus proyectos. El seminario de Puebla fue el primero en el país que, en 1788, añadió al estudio de las leyes de Roma y España, el Derecho Novohispano; no por nada, los intentos de médicos y cirujanos por juntar lo bueno y últil de ambas profesiones y fomentar el estudio de las modernas teorías químicas, encontraron eco en el cabildo eclesiástico y en la figura del intendente, Manuel Flon, quien a su vez contruyó el primer pararrayos de la ciudad.
Mientras otras ciudades durante la guerra de Independencia sufrieron el asedio de las tropas insurgentes y realistas, Puebla se mantuvo al margen del conflicto -salvo la rendición de última hora que consumó la gesta-, y esto permitió el mayor cultivo de las artes y las ciencias. Entre 1810 y 1825, la Academia de Bellas Artes, fundada en 1814 por el presbítero Antonio Jiménez de las Cuevas, superó en calidad y alumnado a la Academia de san Carlos, ubicada en la ciudad de México. Asimismo la comunidad médica poblana, influida por el sistema médico de Herman Boerhaave y Laurencio Heister y la reivindicación nacionalista en torno al uso de las plantas mexicanas, recibió insospechado impulso de algunos médicos, botánicos y cirujanos provenientes también de la ciudad de México. Una vez consumada la Independencia, el movimiento ilustrado poblano encontró cauces para su institucionalización. Por principio de cuentas, en 1831 se reglamentó en la entidad el ejercicio de las profesiones en general y, con respecto a su estudio, en pocos años el gobierno del Estado dictó varias providencias: en 1826 acordó por vez primera un plan de estudios para la carrera de Derecho. Luego, en 1833, estableció la Academia de Derecho Teórico-práctico y, un año más tarde, fundó el Colegio de Abogados, una de las pocas instituciones que lograron sobrevivir al colapso colonial.
El establecimiento y promoción de los estudios médicos también fueron motivo de interés por parte de las autoridades estatales. En 1831 se fundó la Escuela de Medicina y Farmacia y, en 1833, la Academia Médico Quirúrgica se transformó en Sociedad Médica de Puebla. Para entonces, los impulsos renovadores de la comunidad médica angelopolitana se encontraban en franco declive y al margen de los últimos adelantos en las ciencias médicas, debido a la existencia de pugnas internas y a que la guerra de Independencia había impedido el tráfico intelectual con Europa. La Escuela de Medicina apenas abriría sus puertas en 1834, alejada ya de los vientos alisios que comenzaban a soplar en Francia. Durante los primeros decenios de la vida independiente, las pugnas políticas y las intervenciones extranjeras impidieron, en el país y en Puebla, la formación de un sistema educativo apropiado a los nuevos tiempos. La vida académica y los planes y programas de estudio siguieron siendo similares a los impartidos en la colonia, aun en aquellos centros, como los institutos de ciencias de Zacatecas y Oaxaca, donde era notoria la influencia de los liberales y se pretendía el progreso de las ciencias. Si bien en 1843 desaparecen en Puebla las cátedras eclesiásticas en el Colegio del Estado, continúan las prácticas religiosas, mismas que se mantienen hasta 1874.
Debido a la inestabilidad política del país, en las décadas que sucedieron a la guerra de Independencia, los centros de educación superior, creados por los gobiernos estatales no tuvieron la importancia esperada; los seminarios diocesanos siguieron siendo la principal fuente de formación para las élites. En 1843, por ejemplo, el Seminario Palafoxiano contaba con 328 alumnos y el Colegio del Estado, establecido en 1825, tenía escasamente 233 estudiantes. Aun así, en uno y otro se formaron políticos como Sebastián Lerdo de Tejada, Ignacio Comonfort y José María Lafragua; también estudiaron en sus aulas médicos y abogados como Antonio Haro y Tamariz, Félix Beíztegui y Joaquín Ibáñez, quienes destacaron con creces en la vida política regional y en el ámbito científico local. En la perspectiva de formar ciudadanos ejemplares, el gobierno del Estado y los municipios promovieron desde tempranas fechas la educación elemental para las masas; la educación superior era prebenda de las élites, por más que desde 1849 hubiese acordado el Congreso Local que cada Distrito tenía la obligación de mandar dos alumnos de los jóvenes más pobres al Colegio del Estado. El Colegio dará a estos, señalaba el acuerdo, "alimento, vestido, calzado, ropa limpia y libros." Hasta finales del siglo XVIII la educación de las masas no fue una preocupación de la nobleza y la oligarquía poblanas, si bien desde el concilio de Trento funcionaban las escuelas parroquiales. El surgimiento de las primeras escuelas populares se relaciona con la crisis agrícola de 1785 y su secuela, que ahondó más el declive económico de la región central poblana. Los efectos de la crisis provocaron en el campo movilizaciones masivas de campesinos a la ciudad, bandolerismo, motines, tumultos y desorganización social. El Municipio de Puebla, previendo en puertas un conflicto, ordenó, en 1791, que los conventos y las parroquias abrieran en la ciudad escuelas gratuitas de primeras letras para niños, dada la pobreza que sufrían sus moradores. En este contexto, la escuela pública y gratuita surgió como un medio de control y un instrumento para imponer sobre la trama social hábitos distintos de reticulación. Hasta el último tercio del siglo XIX, tanto la educación elemental como la educación superior no pudieron prosperar en su carácter público ni uniformarse en sus planes y programas de estudio. La ciudad de Puebla sufrió numerosos sitios; en la sierra Norte y la Mixteca se libraron muchos combates. Maltrechos los caminos, las arcas vacías, la educación pública fue casi letra muerta; pero en ese ambiente adverso tampoco pudo prosperar la educación privada. Ambas sólo se consolidarían en la República restaurada y el régimen porfirista. El estado de Puebla alberga desde el mundo prehispánico distintas historias y está conformado hoy por varias regiones históricas. Es, sin embargo, a partir de la guerra de Independencia que podemos hablar de un conflicto histórico del Altiplano con la Sierra Norte y la Mixteca. La Sierra Norte y la Mixteca lucharon en el campo de los insurgentes y más tarde en el de los liberales; el Altiplano estuvo con los realistas y posteriormente con los conservadores. Obviamente tales preferencias ideológicas no estuvieron muy alejadas de los intereses particulares en juego. Por ejemplo, en tanto los grupos económicos serranos se beneficiaron con el contrabando de mercancías y el desbroce de nuevas tierras durante el último tercio del siglo XVIII, los grupos del Altiplano entraron por ese mismo tiempo en franco declive y cambiaron de giro, dedicándose a proveer de algodón y a controlar la producción textil que escasamente comenzaba a despuntar. También, mediante los repartos de comercio, ejercieron presión sobre los productores de la fibra en los partidos de Ometepec y Tlapa y sobre los grupos locales que controlaban las garitas y el comercio a lo largo de la Mixteca.
Desde la intervención norteamericana hasta la intervención francesa un grupo serrano importante fue el de los tres juanes: Juan N. Méndez, Juan Crisóstomo Bonilla y Juan Francisco Lucas. Este, durante la intervención francesa logró controlar el Altiplano y estuvo presto a imponerse una vez concluido el conflicto. No obstante, Juárez se alió con los conservadores del Centro y los marginó de un proceso del que ellos se consideraban legítimos herederos. Mientras tanto, la educación entró en nuevos derroteros.
La educación pública elemental o primaria, durante la República restaurada y el régimen porfirista, siguió siendo informe, pero en el distrito de Puebla a partir de 1864 sufrió cambios decisivos al considerar como materia obligatoria la enseñanza del sistema métrico decimal, la geometría elemental, la geografía del país y la historia patria. Estas modificaciones sirvieron de base para que en l869 se abrieran en el Colegio del Estado los estudios superiores de matemáticas, física y química. Las leyes de educación de 1867 y 1869 fueron, por otra parte, el punto de partida de un proyecto que pretendió propagar en el país "la educación elemental y vulgarizar las ciencias exactas y naturales". En Puebla, Gustavo P. Mahr, un alemán recién avecindado, con el propósito de formar maestros de primeras letras y alfabetizar a los adultos, creó varios centros educativos entre 1867 y 1873. Con esta base y luego que los primeros maestros sustentaron su exámen profesional en el Colegio del Estado en 1873, el gobernador del Estado le propuso organizar la educación primaria, pero tales afanes no se llevaron a cabo porque en 1876 Porfirio Díaz se sublevó contra el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y triunfó. Con él, los tres juanes asumieron de nuevo el control político de la entidad. Una de las estrategias del grupo serrano para modificar las imágenes y representaciones de la sociedad y dinamizar la economía regional fue la puesta en marcha de una reforma integral a la educación. En 1877 el Congreso del Estado decretó que la enseñanza primaria sería gratuita, obligatoria y uniforme, sin que nadie pudiese sustraerse de la misma hasta los 11 ó los 12 años, según fuese hombre o mujer. Un año después, la educación primaria se dividió en elemental y superior, la primera se impartiría en comunidades pequeñas; la segunda en las cabeceras de distrito. Es de subrayar aquí el marcado intervencionismo estatal para hacer de los escolares ciudadanos "libres y responsables", hombres y mujeres modernas, con lealtades opuestas a cualquier jerarquía o corporación tradicionales. En este sentido, las materias como Derechos y deberes del ciudadano, Constituciones General y del Estado, Historia y Geografía de Puebla propagaron una sociabilidad distinta.
La creación de una nueva sociabilidad requería de un agente formado exprofeso: el maestro. Sobre esta base, en 1879, se fundó la Escuela Normal para Profesoras y en 1880 se estableció la escuela Normal para Profesores, siendo su primer director Guillermo Prieto, una personalidad famosa por sus convicciones liberales. El paquete de reformas a la educación abarcó también a la educación superior. En 1879 el gobierno de Juan Crisóstomo Bonilla promulgó la Ley de instrucción Pública, la cual pretendió vincular la enseñanza al desarrollo regional de la industria y las comunicaciones. Puebla, al trasponer los setenta del siglo XIX, se había convertido en el principal centro académico del sureste mexicano, sustituyendo el sitio que ocupó Mérida en la época colonial; era una ciudad donde residían estudiantes de diversos estados, sobre todo de Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Chiapas. Tal afluencia estudiantil, de consuno a las necesidades económicas de la entidad y la República, hizo que lo estudios de ingeniería, creados en 1869, prosperaran mejor que en otras partes del país. Atenta a estos adelantos la Ley de Instrucción Pública de 1879 le otorgó al ramo de ingeniería siete especialidades y propuso el establecimiento de un observatorio astronómico. La Jurisprudencia y la Medicina también fueron motivo de reglamentación por dicha Ley, pero el hincapié mayor estuvo en los estudios técnicos. En todo el proyecto subyacía la idea de una universidad técnica. Sin embargo, factores fundamentalmente de orden político hicieron que tales modificaciones no se llevaran a cabo: la centralización política del país, luego de 1885, implicó la separación del poder del grupo serrano. Hasta 1893 el Colegio del Estado se limitó a ofrecer las carreras de abogado, ingeniero topógrafo hidromensor, escribano y agente de negocios; la carrera de médico, que se impartía desde 1834 en la Escuela de Medicina, desde 1891 se impartió también en este recinto. En 1894 se establecerían con el carácter de facultativos los Cursos de Comercio.
Los principales impulsores de las reformas propuestas por los tres juanes fueron liberales poblanos vinculados con Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano, quien dirigió el Colegio del Estado en 1882. Francisco Béiztegui, Rafael J. Izunza y Gustavo P. Mahr hasta su deceso en 1896 serían los pioneros y continuadores de aquellas reformas durante el régimen porfirista. Al dejar Guillermo Prieto la dirección de la Escuela Normal, en 1882, fue nombrado director de la misma Rafael Izunza. Años más tarde, en 1888, éste renunciaría a su puesto y, comisionado por el gobierno estatal, emprendería un viaje de estudios al viejo continente con el objeto de comparar los sistemas educativos europeos y asistir a las cátedras de Ernest Renan en la Sorbona y Gustave Le bon. Fruto de este viaje y siendo secretario de Fomento e Instrucción Pública, en 1893, con la colaboración de Francisco Béiztegui y Gustavo P. Mahr impulsó y llevó a cabo las más avanzadas reformas a la educación primaria, normal y superior en el estado. En lo concerniente a la educación primaria se introdujeron conocimientos aventajados de matemáticas, física y química y se intentó crear un sistema educativo integral de educación básica. Sin embargo, siguieron persistiendo variaciones en las asignaturas y no pudo uniformarse la enseñanza. Los estudios de la Normal, bajo el impulso de la citada Ley, sufrieron modificaciones en 1894. Los conocimientos científicos y humanísticos se ordenaron de modo tal que fuesen "excelsos, útiles y prácticos". Contrariamente al comportamiento de la escuela Normal de Profesores, en la escuela Normal de Profesoras las prácticas religiosas se mantuvieron con ahínco hasta 1888, cuando se hizo cargo de la misma la profesora Federica Bonilla, hija de uno de los tres juanes. En 1894 la tolerancia en ambos centros y la fe en la ciencia como la fuerza del progreso fueron el punto de partida para formar un tipo ideal de maestro, libre de prejuicios y dispuesto a erosionar la vida tradicional de las comunidades.
El Colegio del Estado tampoco fue ajeno a las reformas académicas. Desde 1894 hasta 1910, durante la dirección de J. Rafael Izunza, vivió una época dorada. El gabinete de Física creado en 1870 y su derivación inicial, el Observatorio astronómico y meterológico recibieron el mayor impulso. Los gabinetes de Historia Natural e Histología y Bacteriología... el gimnasio, la Biblioteca Lafragua; todos ellos fueron surtidos con los mejores elementos traídos de los Estados Unidos y Europa. Todavía en 1923 el Colegio del Estado adeudaba al Le Syndicat Commercial du mobilier et du Materiel dEnseignement de París 2750 francos. En estas condiciones, las ciencias médicas, la ingeniería, la jurisprudencia tuvieron en Puebla sus mejores exponentes. Los planes y programas de estudio pudieron rivalizar con los de cualquier universidad europea.
Pero, en medio de esta pujanza, estalló la revolución de 1910. Este movimiento, como la guerra de Independencia, interrumpió el tráfico intelectual y desarticuló la vida académica de las instituciones educativas, desde las primarias elementales hasta los centros de educación superior. Nunca más, en los años posteriores, el Colegio del Estado o el Instituto Normalista alcanzaron el esplendor de fin de siglo. A la centralización política de la revolución institucionalizada, le sucedió una centralización académica que impidió el crecimiento de la ciencia y la cultura en las entidades federativas. Con el nacimiento y desarrollo de las escuelas primarias federales se hizo más fuerte la presencia del Estado en las comunidades urbanas y rurales. A partir de los años treinta, al homologar los planes y programas de estudio del Colegio del Estado y posterior Universidad de Puebla con los de la Universidad Nacional Autónoma de México se perdió cualquier viso de independencia. La vida científica y cultural poblana se volvió macilenta; sólo con alguno que otro destello para confirmar la regla. Esto duró hasta hace un cuarto de siglo. Hoy sin duda alguna soplan otros vientos en la educación pública poblana, pero cualquier reforma que se impulse no puede ni debe hacer tabla rasa del pasado, so pena de condenarnos al olvido, al olvido de nosotros mismos.
BIBLIOGRAFIA BASICA Cruz, Salvador. Historia de la Educación Pública en
Puebla. Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1995, 2 vols.
|