La piel del cielo* Por Elena Poniatowska
Cada vez que venía del Distrito Federal, el corazón de Lorenzo se apretujaba pensando en que a lo mejor no encontraría a Fausta. Ya era parte del personal de Tonantzintla y aparecía en la nómina. ¿Qué edad podía tener Fausta? Daba la sensación de haber sobrevivido a muchas cosas, quizá demasiadas. ¿De cuántas sangres mezcladas estaba hecha? ¿Quién la había configurado así? El milagro de la renovación de sí mismo, Lorenzo ya no lo esperaba y una mujer venida del infierno se lo había dado. Fausta se drogaba, fumaba marihuana, los jóvenes la sentían una de ellos porque compartía sus pastas, hablaba como ellos. "¿Qué onda, mi doc?", lo había abordado y Lorenzo tuvo ganas de decirle: "No me diga mi doc", pero se contuvo y quiso vengarse preguntándole a su vez. "¿Siempre con los mismos pantalones? "Estos son distintos, mire, mi doc, éste lleva bolsas en las nalgas, el otro las tenía laterales". A su vez, ella también le hacía preguntas. ¿Por qué no se deja el pelo largo? ¿Yo? Sí, como Einstein, largo y alborotado. En otra ocasión se emocionó al oír rock: ¿Conoce a Janis Joplin? ¿Ya la había oído? Se piró. Un ser humano formidable. A los pocos meses de llegar a Tonantzintla, se presentó con los pelos parados en picos. Se había cortado sus hermosas trenzas negras. Sin dejar transparentar su disgusto, Lorenzo le preguntó: ¿Cómo se le detienen así? Con gel, doctor, lo que usan los hombres. Mire, tóquemelos. Fausta guió la mano de Lorenzo sobre su cráneo. Estaban totalmente tiesos, una tabla de clavos de fakir no habría sido más penetrante. Su mano rebotó y sin embargo ¡qué atractiva se veía Fausta con esas púas! Al cabo del tiempo se aburrió y se dejó crecer el pelo. Para Lorenzo la droga, la marihuana, implicaban un mundo sórdido de hoyos funkies, discos, rock, médicos abortistas, asaltos en los supermercados, promiscuidad y en consecuencia, un final desolado. El se acostaba con quien le daba la gana pero era hombre; ella, por lo visto había ido mucho más lejos y sin embargo le daba la misma sensación de pureza que las T-Tauri. Por lo pronto Fausta era el sarampión de Tonantzintla y al rato sería el de la Universidad de Puebla en vista del entusiasmo de Rivera Terrazas. A Luis le preocupaba mucho su universidad y solía darle noticias a Lorenzo. "Por lo menos se comienzan a discutir problemas económicos y políticos". Hasta hace poco las únicas actividades que podríamos llamar culturales, eran las misas de acción de gracias." Lorenzo y Luis dedicaban horas a hablar de educación superior. Según Luis, al entrar al vestíbulo del Carolino, un pizarrón anunciaba: "Se invita a los alumnos de Derecho a la misa de acción de gracias con motivo de los exámenes." El arzobispo los visitaba con frecuencia y las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe contaban para el historial académico. "¿Dónde vivimos, Lencho?" se desesperaba Luis. Lo mismo sucedía en el departamento de Física, que tenía un único libro de texto, pésimo, hermano, pésimo, el autor, un español, Lerena, sabe de física lo que yo de corte y confección. ¡Y pensar que cerca de setenta mil estudiantes de preparatoria lo compran! Luis se estrujaba las manos: "¿Por qué no das una clase, hermano, una sola? Hazlo por mí". "Ya sabes que me choca, Luis. Ten piedad de mi investigación, cada vez le dedico menos tiempo." Luis insistía: "Debo conseguir profesores que por lo menos no confundan el peso y la masa. Imagínate Lencho, entré a la clase de física y me di cuenta de que el maestro no conocía la diferencia entre grados centígrados y grados Kelvin." Terrazas terminaba riéndose porque Lorenzo se burlaba de su guadalupanismo comunista y su lealtad al "Poema Pedagógico" de Makarenko. "En la Universidad otro maestro me ilustró acerca de lo que él llama la raza mexicana, aborto de la virgen de Covadonga con la de Guadalupe." ¡Hombre, le gana a Vasconcelos cuando habla de la raza cósmica, la quinta, superior a las otras cuatro: blanca, negra, amarilla y cobriza, sintetizadas en los mexicanos, tan buenos los pintos como los colorados! - reía Lorenzo.
Una madrugada, los muros de Tonantzintla amanecieron pintarrajeados: "Tena y Terrazas comunistas", "Antimexicanos", "Fuera los rojos", "Enemigos del pueblo", "Abajo el comunismo", "Traidores", "Tena y Terrazas putos". La campaña anticomunista llegaba hasta Tonantzintla. Cualquier persona con ideas nuevas amenazaba el tradicionalismo poblano; más que ningún otro estado, Puebla era conservador y a cualquier liberal lo tachaban de bolchevique vendido a Moscú. En la Universidad Autónoma de Puebla, ciento veinte estudiantes se apretujaban en salones para sesenta. Cuando Terrazas les dijo a los maestros: "Compañeros, tienen la obligación de quedarse ocho horas en la universidad", uno de ellos protestó: "De acuerdo, pero, ¿quieres que me ponga bajo un árbol o me siente en una piedra?" ¿Cómo exigirle a un profesor de tiempo completo permanecer en la universidad sin cubículo? Muchos estudiantes no contaban con espacio en su casa para hacer su tarea y faltaban salones. "Fíjate, sólo podemos brindarle apoyo a cuarenta estudiantes porque hay diez mesas para cuatro, y eso que somos la universidad de mayor tradición de la República." Lorenzo prometía hablar con el Secretario de Educación Pública, pero él y Luis eran pesimistas por naturaleza. "¡Pobre país! ¡Pobre México! ¿Qué será de la juventud?" Los problemas que padecía Rivera Terrazas en la Universidad de Puebla le recordaban a Lorenzo la fundación de los Institutos en Ciudad Universitaria y años más tarde, la de la Academia de la Investigación Científica. El químico Alberto Sandoval Landázuri derrumbó muros personalmente para ampliar espacios en los pisos 11, 12 y 13 de la torre de Ciencias. "Sé exactamente cuales son las necesidades de mi laboratorio, dónde quiero el taller de vidrio, dónde el almacén, dónde las máquinas de compresión de aire y vacío." Exigió, marro en mano, la instalación de extinguidores de bióxido de carbono y regaderas de alta presión, no podía correr un solo riesgo. Como el arquitecto Cacho protestara, le contó que Fernando Walls había resbalado en un charco de diesel frente a la caldera con un garrafón de metanol que se incendió y sufrió graves quemaduras. El director del Instituto de Química tenía fama de hosco y una voz extraordinariamente enérgica. Su forma directa de hablar le resultó agradable a Lorenzo. "Es el tipo de hombres con quienes me gusta tratar." Encaraban los problemas en la misma forma. Tomar té juntos a media tarde se volvió costumbre. A diferencia de los hombres de ciencia que se quejaban de su salario, a Sandoval Landázuri seiscientos pesos mensuales le parecían un magnífico sueldo y ese total desinterés emocionaba a Lorenzo.
Algo anda mal en nuestra torre de Ciencias le planteó Sandoval Landázuri. Como estoy en los últimos pisos, me doy cuenta de que mis colegas salen del elevador sin saludar a nadie. Las distintas disciplinas se ignoran mutuamente. Si no hemos logrado siquiera despertar la curiosidad de los científicos, ¿cómo vamos a despertar la de la población? ¿No te parece el colmo que nuestros colegas no se comuniquen entre sí? Tú eres mi cuate, Lorenzo, ayúdame. La Nica, su perra, lo acompañaba a todas partes. De pelo negro como chapopote, se echaba bajo la larga mesa de acuerdos sin moverse, al grado de que le preguntaban: "¿Está disecado tu animal?" Cuando La Nica oía los aplausos, señal de que había terminado la sesión, se levantaba como resorte moviendo la cola, lista para salir. Murió de un navajazo en el lomo y Lorenzo compartió la tristeza de su amigo. "Siempre he tenido un perro y siempre he vivido en un jardín", le confió. "¿A quiénes vamos a nombrar además de nosotros?, rió Sandoval Landázuri cuando decidieron fundar la Academia de la Investigación Científica. Con el apoyo de Lorenzo, escogió a los miembros. "No, ése no, es un desgraciado." "A la vieja ésa chocante no la puedo ver." "Este es un hijo de la guayaba, no le tengo la menor confianza." Educado en escuelas de gobierno, Sandoval Landázuri emitía juicios tajantes, como un niño grandote. Al igual que a Lorenzo, le parecía urgente actuar en vez de teorizar. "Nuestro retraso es inmenso, no contamos con infraestructura ni recursos humanos ni económicos, nuestros programas tienen cincuenta años de atraso, si no logramos interesar a los empresarios mexicanos jamás podremos competir con el desarrollo científico de los países del primer mundo; la ciencia es una prioridad, pero mientras los políticos tarados no lo entiendan, nos va a llevar el tren, Lorenzo." Lorenzo se sentía bien presidiendo las reuniones de la flamante academia, que admitió primero a veinticinco miembros y luego a otros veinticinco. Insistió en la excelencia, "Gente de primer nivel, hermano, de absoluto primer nivel. Tenemos que ser severos. Nada de momias ni de vacas sagradas, tampoco asnos solemnes." Instituyó premios anuales para investigadores no mayores de cuarenta años. Desde luego, le daría prioridad a la ciencia pero promovería las humanidades. Uno de los primeros en obtenerlo fue un abogado, Héctor Fix-Zamudio. Pero a Lorenzo le dio un gusto enorme premiar al joven físico Marcos Moshinsky. Uno de los puntos clave del reglamento para pertenecer a la Academia fue producir un trabajo científico en los últimos tres años. Lorenzo llevaba su intransigencia a límites inauditos y había quien lo escuchara con estupor. "Necesitan publicar un artículo reconocido por lo menos cada tres años y, desde luego, esto elimina a Sandoval Vallarta. Son inaceptables los carcamanes que viven de sus laureles. Manuel Sandoval Vallarta no ha publicado, por lo tanto ¡fuera!" ¿Cómo podía De Tena ensañarse contra el máximo hombre de ciencia? Sandoval Vallarta lo había recibido en El Colegio Nacional. A mí me parece que lo importante es demostrar que uno es bueno respondió Alberto Barajas-. Tu exigencia elimina a casi todos los matemáticos, entre ellos a mí y al rato al propio Graef. ¡Es demencia pura! intervino Nabor Carrillo. Marcos Moshinsky, Alberto Sandoval y yo creemos que hay que publicar en forma continua para ser investigador activo.
Nadie puede publicar con la frecuencia con la que tú lo haces insistió Nabor Carrillo. Modérate, mi cuate, no vamos a dedicarnos a juzgar a la comunidad científica con tus parámetros. De por sí somos pocos y si tú empiezas a correr gente, recuerda que los que nos siguen pueden llegar a ser tan implacables contigo, como tú con los que nos enseñaron el camino. Si los viejos no trabajan, a la basura repitió Lorenzo. Si exigimos excelencia de los jóvenes, no podemos ser complacientes con nosotros mismos. Vas a acabar totalmente solo. Estoy dispuesto a correr el riesgo. Si condescendemos vamos a fracasar. La ciencia no se ha insertado en la vida del país. En la India, en Africa, están mejor que nosotros. Ni siquiera el treinta por ciento de los mexicanos llega a la prepa, cuando en los países del primer mundo es el ochenta por ciento. A excepción de la Universidad Nacional y del Politécnico, nuestras universidades no deberían llevar ese nombre porque ni a secundarias llegan. No pertenecemos a la élite de la investigación y tú lo sabes mejor que nadie, Barajas. Si no hacemos un esfuerzo educativo titánico a todos los niveles, estamos perdidos. Quizá lo que vale no sea cuánto se publica sino cuánto se sabe insistió Alberto Barajas. Lo del publish or perish es influencia gringa. Sí, y la única manera de volvernos competitivos es contender contra Estados Unidos. Hermano, cada día te pareces más a Erro, ya te hiciste fama de ogro. "¿Tena, el que corre a todos?" comentan los muchachos. Te huyen. Vienen a quejarse conmigo. Pretendes formar un cuerpo científico y los maltratas." Lo que pasa es que ustedes son inconscientes y frívolos, Nabor, igualitos a los tres caballeros de Walt Disney. ¿Recuerdan? "Somos los tres caballeros...", Lorenzo, sin más, esbozó unos pasos de samba y añadió: "Tienen el síndrome de la vedette. Lo único que les interesa es ser reconocidos." Tú como ya lo eres, no tienes problema. Vas a hundir a la Academia con tu intolerancia. Al contrario, la voy a hundir si no pido lo imposible y elimino a los zánganos. México se estrenaba en el poder. "Hay un Ford en tu futuro" adquiría más significado que "Por mi raza hablará el espíritu". También en la Universidad el poder se subía a la cabeza. A las primeras de cambio, Lorenzo tuvo un encontronazo con el rector. No estoy de acuerdo hizo un gesto de desprecio; es indigno. ¡Ay contigo, Lorenzo, de inmediato los juicios apocalípticos! Es indigno que un rector se lleve a los jardineros de la Universidad a arreglar el jardín de su casa, que se busque el suyo.
De Tena no permitía flaquezas. "¡Qué bárbaro Lorenzo, ahora sí que se te fue la mano!", le dijo Luis Rivera Terrazas en Tonantzintla, el ceño fruncido. "Déjalo en paz, después de todo es nuestro invitado." Hacía ya cuatro años que Tonantzintla invitaba a científicos de la Unión Soviética y de Estados Unidos para llevar a cabo su propia investigación y dar pláticas a un pequeño número de entendidos. Impresionados por la belleza de Tonantzintla, todo iba muy bien hasta que Lorenzo agarraba por su cuenta al visitante, se enfrascaba con él en discusiones laboriosas, acosándolo hasta que, agotado, el investigador en turno terminaba asintiendo con la cabeza a "¡Esto es misticismo, amigo, misticismo y no ciencia!", decía el director. Según él, estas diatribas estimulaban al huésped dándole ideas para su investigación. Lo mismo hacía con los muchachos que venían de la Universidad de Puebla y de la Universidad nacional, los retaba durante horas. A lo largo del día, Lorenzo maduraba sus ideas, las escribía, las discutía con Luis, y en la noche se aventaba sobre su contrincante. "Voy a tirar a matar." Aunque era un polemista feroz, a la mañana siguiente Luis lo encontraba desanimado: "No sé lo suficiente de física", y un día de plano le gritó que dentro de algunos años no podría competir con los jóvenes. "No tengo la formación académica y no va a bastarme la intuición." Sin embargo, su única forma de enfrentar problemas era a través del reto. ¿Por qué obligas a Harold Johnson a hablar español, Lencho? Lo pones a parir chayotes protestó Rivera Terrazas. También a Donald Kendall, de Texas Instruments lo había corregido cuando éste le dijo: "Yo soy americano." "Yo soy americano también, usted es de Norteamérica", respondió tajante. "A pesar de que lo codician, aún no tienen el monopolio del continente."
Estamos en México y este gringo va a hablar nuestro idioma. Perdemos mucho tiempo. No le hace, tengo paciencia. Es lo que menos tienes, fíjate. El gringo va a hablar español, cueste lo que le cueste. ¿Y qué sentido tiene? ¿Qué ganas con eso? Respeto, que sepa que valemos tanto como él. Lorenzo, el idioma científico es el inglés, el latín del mundo moderno. Todo mundo lo habla, alemanes, italianos, suecos, holandeses. A raíz de la discusión, Tena y Rivera Terrazas se encerraban cada uno en su oficina. A pesar de los malos augurios, la entereza de Lorenzo fortaleció a la Academia. Sin embargo, al abrir su correspondencia un lunes, encontró una carta de Alberto Sandoval Landázuri. "Ni modo, hermano, no he publicado nada en los últimos tres años y tengo que ser congruente conmigo mismo, hicimos la ley y no debemos infrigirla." Cumpliendo con su propio reglamento, Sandoval Landázuri renunciaba a la Academia. Cuando dejó de asistir a las reuniones, Lorenzo lo extrañó. Había promovido la expulsión de Sandoval Vallarta, la de Santiago Genovés, y se sentía cada vez más solo. Adivinaba los comentarios a su paso. "Es odioso", oyó decir alguna vez a Ignacio González Guzmán. Los demás miembros temían algún estallido pero Lorenzo no daba su brazo a torcer. Sandoval Landázuri le hacía falta con sus comentarios críticos. Hasta un pasado tenían en común. Ambos trataron a Guillermo Jenkins. "Lencho, haz a un lado tu orgullo, olvida tu repugnancia y ve a ver a Jenkins le sugirió Beristáin. Adora a Puebla, y si eres diplomático, a lo mejor te ayuda. Todos conocemos sus omisiones de tipo fiscal en la venta de alcohol, pero es un hombre de empresa, quizá el único que pueda comprenderte." "¡Mira nada más cómo hablas se indignó Lorenzo: omisiones de tipo fiscal! ¿Así llamas ahora a las ratas defraudadoras?" "Rata o no, ve a verlo. Yo haré todo lo posible por mi lado para ayudarte pero nunca, ni en sueños, tendría los recursos de Jenkins." Dueño de media Puebla, Jenkins había hecho una gran fortuna deshonesta. Becar estudiantes era una de las ambiciones más cercanas al corazón de Lorenzo. El secretario particular de Jenkins lo llamó: "El señor cónsul lo recibirá el lunes a las doce del día." Al abrir la puerta de su despacho vio a Lorenzo y, sin más, se midió con él: ¡Ah, el comunista! ¡Ah, el contrabandista! ¿Con que soy un contrabandista? Está usted equivocado. Lorenzo le dio la espalda y la mano poderosa del excónsul estadounidense se posó en su hombro: Doctor, pase usted Al terminar su exposición, Jenkins pronunció tres palabras: Voy a entrarle. ¿Qué quiere usted a cambio de su apoyo? preguntó Lorenzo. Que me invite a ver lo que hizo con el dinero. Bueno, a ver si así lava usted sus culpas. Al salir, un hombre alto y fornido lo abrazó sin más "¡Qué bárbaro, qué valiente Jenkins es un señorón, el hombre que más tierras posee en el estado. No sólo su fortuna es colosal, sino que ha hecho inmensamente ricos a sus incondicionales. ¿Conoces su ingenio de Atencingo, el de la producción de alcoholes?" Lorenzo se zafó del abrazo, no así el hombrón: "Soy amigo de Rivera Terrazas, pero también quiero ser su amigo. Pertenecí hace años al Partido Comunista. Mi nombre es Alonso Martínez Robles y lo invito a comer. Al igual que usted y el profesor Terrazas, pienso que el ingreso está mal repartido." El astrónomo estuvo a punto de preguntarle qué hacia entonces en la antesala de un capitalista de dudosos antecedentes, pero se contuvo: también el otro podría inquirir lo mismo. ¡Pinche capitalismo, de veras, qué jodido tener que venir a pedirle ayuda a un hombre como Jenkins! Sin embargo el gringo no le había caído mal, iba al punto como todos los ejecutivos. Sí o no. Y a él, Jenkins le había dicho sí. A propósito de Jenkins, Sandoval Landázuri le contó que él, muy joven, trabajó como químico en el ingenio de Atencingo: medía el azúcar con sacarímetro y los porcentajes de alcohol hasta que se dio cuenta que Jenkins sobornaba a los inspectores. Fabricar alcohol con guarapo estaba prohibido y en Atencingo el guarapo se fermentaba en grandes tinas metálicas para luego destilarse. "Aguanté un mes, Lencho y cuando supe que había una vacante en el ingenio El Mante, solicité la plaza."
Al igual que Sandoval Landázuri, Lorenzo quería persuadirse de que los empresarios invertirían en ciencia si uno sabía presentarles un proyecto. Alberto había tenido una experiencia importante con los laboratorios Syntex y Hormona en la investigación de esteroides. El químico Russell Markar descubrió que del barbasco, hierba rastrera de Oaxaca, podía extraerse las saponinas y de ellas las sapogeninas, y de éstas, con procedimientos muy sencillos, las hormonas sexuales masculinas y femeninas. ¡Un bombazo! Los dueños de Syntex y Hormona, Somlo, Rosenkrans y Kaufmann se hicieron multimillonarios con la píldora anticonceptiva. En química y en biología los descubrimientos tenían aplicación inmediata, pero ¿quién invertiría en astronomía? Lorenzo resentía la frase: "Ustedes, los astrónomos..." porque sabía que de inmediato lo convertirían en un lunático caminando de noche en la azotea con un cucurucho en la cabeza y un gato en el hombro dispuesto a salir volando por los aires, montado en su anteojo de larga vista, como las brujas. Optica sí, la óptica podía despertar el interés de empresarios porque el vidrio era redituable, tenía una aplicación inmediata. ¿Hacer nuestro propio vidrio óptico y venderlo a precios más bajos que los de importación? ¿Podríamos competir con Baush and Lomb? La electrónica también era la ciencia del futuro, pero "los astrónomos estamos perdidos en la estratosfera, desentendidos de los problemas del mundo." Sin embargo, de todas las materias, la astronomía resultaba la más romántica y los estudiantes preguntaban por ella, sobre todo las muchachas. La efervescencia de la Universidad resultaba contagiosa y a Lorenzo le complacía encontrar en el elevador caras jóvenes y lozanas que lo miraban con curiosidad. "Cada vez tengo más alumnos", le decía Paris Pishmish con su sonrisa alentadora. "¿Buenos?", inquiría desconfiado el director. "Aún no lo sé, pero algunos hacen preguntas brillantes, cuya respuesta me obliga a estudiar toda la noche." Graef tenía fe en el futuro de la ciencia y no se diga Alberto Barajas, quien seguía a Graef en todo. En la Universidad, Rafael Costero subió a avisarle que la joven Amanda Silver, estudiante de la Facultad de Ciencias, despotricaba en contra suya y el director la mandó llamar: Me dijeron que usted anda por allí mentándome la madre... Sí, doctor le respondió tragando saliva. Amanda había leído en el periódico que el comunista Rivera Terrazas, su maestro, quien venía a la Universidad a darles clase durante quince días seguidos cada mes, estaba preso en Puebla. Sin más culpó a Lorenzo de Tena. ¿Qué hacía en México en vez de defenderlo? ¡Ah! ¿Usted cree todo lo que dicen los periódicos? Lorenzo tomó el teléfono, marcó el número de Tonantzintla, respondió Fausta y pidió hablar con Rivera Terrazas. "Luis, aquí hay una alumna tuya que dice que te arrestaron por mi culpa y soy un tal por cual... Te la voy a pasar." Espantada, la muchacha tomó la bocina: Al contrario, Amanda, Tena siempre me ha protegido; no sólo eso, en 1959, cuando la huelga ferrocarrilera, me dio asilo en el Observatorio. Ahora mismo estoy aquí escondido. Si quiere usted venir el fin de semana con sus compañeros, bienvenida, hay un bungalow para recibirlos. Amanda miró al director de reojo antes de dirigirse apenada a la puerta. A partir de mañana se viene usted a trabajar la detuvo Lorenzo. ¿Y la escuela? Todavía no acabo. ¿Y la doctora Pishmish? Quiero verla aquí en la tarde a partir de mañana. ¿Cómo se desenvolvería? Su fe en las científicas se limitaba a Cecilia Payne Gaposhkin. Las demás no podían compararse con los hombres: no había una Hale, una Shapley, una Hubble, una Herzprung, y aunque Erro le había puesto el nombre de Annie Jump Cannon al pequeño tramo de carretera que subía al Observatorio para agradecerle su entusiasmo en el proyecto de Tonantzintla, sus aportaciones no llegaban al tobillo de las de Bok, Schwarzschild, Zwky, Kuiper y Hoyle. En cuanto a Amanda, sus conocimientos de física, matemáticas, electrónica y óptica al fin iban a servirle. Repetía: "Seré astrónoma", como una revelación. Durante su estancia en Tonantzintla, le asombró ver los letreros: "Tena y Rivera comunistas." "Vinieron unos de fuera y los pintaron a plena luz del día", le informó Toñita mientras hacía la limpieza del bungalow. "Vamos a encalarlos", sugirió Amanda. "La señorita Fausta ya compró pintura." "¿Quién?" "Fausta Rosales; nos ayuda a todos." Una parvada de muchachos guiados por Paris Pishmish traían mucha alegría a Tonantzintla. En la noche se agolpaban en torno al cuarenta pulgadas, cada uno tenía un campo específico de observación, y a la mañana siguiente cotejaban sus placas. A pesar de que Lorenzo les exigía mucho, buscaban al director, querían ganarse su confianza y sobre todo su aprobación. "Dicen que es un gran crítico literario y ha leído a todo Thomas Mann." A Rafael Costero, el director no lo cohibía y le hacía las preguntas que los demás se tragaban.
En contra de quienes alegaban que la ciencia es una actividad internacional imposible de aislar, Lorenzo promovía una ciencia que le sirviera a México. Buscaba que los mexicanos se graduaran y compitieran con las universidades más importantes de Europa y Estados Unidos, pero temía la fuga de cerebros, un riesgo que a pesar de todo, estaba dispuesto a correr. "¡Oigan, regresen, tienen una obligación moral con México.", pero le era imposible negar que si México se aislaba de los demás, se hundiría. Alberto Barajas alegaba: "El talento está en todas partes. Mira a Chandrasekhar, de familia aristócrata hindú, viajó a Inglaterra y se quedó en Estados Unidos. Es imposible que los investigadores del tercer mundo dejen de recurrir al primero. ¿En dónde están nuestros laboratorios? Ningún científico nuestro podría ganarse el Nóbel viviendo en el tercer mundo." En Tonantzintla, los muchachos desconocían la paciencia y ansiaban hacer un descubrimiento. Al mes querían encontrar otra galaxia y ponerle su nombre. Ninguna humildad, nada del lento y laborioso bregar de las abejas sobre las que Erro había escrito un tratado. Cuando Lorenzo les advertía que el más mínimo descubrimiento en un centésimo de milímetro de la bóveda nocturna sería ya un triunfo, se alteraban. Ardían en su propia ambición, el combustible de su juventud los volvía astros que se extinguen. Pedían tiempo de observación también en Tacubaya, aunque fuera tan difícil hacerlo con el telescopio refractor de cinco metros de distancia focal y treinta y ocho centímetros del diámetro. Revisaban sus placas y, finalmente frustrados, gritaban que ellos no serían astrónomos observacionales sino teóricos como la doctora Pihmish. "Sean lo que quieran, pero trabajen", respondía el director. Al atardecer, guiados por Rafael Costero, algunos se atrevían a tocar a la puerta de su bungalow y les convidaba una taza de té. Entonces hablaban de su propio futuro y de política, de la ciencia en México y de política, de electromagnetismo y de política. Muchas noches Lorenzo terminó por invitarlos a cenar a El Vasco de Puebla para seguir conversando. Nunca se imaginó que los estudiantes querían saber más de él porque para él la vida personal era lo de menos ¿Era soltero o casado? ¿Tenía una amante oculta? ¿Por qué le gustaba tanto leer? ¿Qué libro les recomendaba? Lo temían y lo endiosaban. "Doctor, parece que tuvo una formación filosófica. ¿Le atrajo Nietzsche? ¿Kant? ¿Sartre? ¿Ortega y Gasset?" Alguna vez Lorenzo les habló de la Paideia de Jaeger, tal y como lo había hecho durante horas con Diego Beristáin. Con los estudiantes recuperaba el entusiasmo de su adolescencia, pero lo atenazaba el paso del tiempo y el avance lento y difícil de la ciencia mexicana a la que ningún sexenio quería apoyar. Rafael Costero lo sorprendió preguntándole: "¿Por qué no invita a Fausta Rosales? ¡Es brillante." "¿Brillante?" "Sí, tiene una mente privilegiada. No sabe cómo la disfrutamos. Se hizo amiga de Amanda y observaron juntas. Es tan acuciosa que Amanda va a darle crédito en su tesis de maestría." "¿Fausta observa?" "Sí, doctor, además su vida es alucinante." Así que Fausta les había contado su vida, diablo de mujer. Con todos se veía, menos con él. Curiosamente, los estudiantes le hacían pensar en Fausta. ¿De dónde venía? ¿Por qué no era más comunicativa? ¿Cómo acercársele? ¿Habría vendido su alma al diablo? Si a los muchachos les faltaba espíritu de aventura, pensó para sus adentros que a Fausta le sobraba. * El 27 de junio del presente año la escritora doctora honoris causa de la BUAP- Elena Poniatowska autorizó al Archivo Histórico Universitario la reproducción del artículo 28 de su libro La piel del cielo, referente a la relación afectuosa que mantenían el director del Observatorio de Tonantzintla Guillermo Haro Barraza y el físico Luis Rivera Terrazas, ex rector de nuestra Universidad e investigador de ese observatorio. De acuerdo con la opinión de algunos asiduos lectores de Elena Poniatowska, Lorenzo, el personaje al que se hace referencia es Guillermo Haro.
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