Año 6, número 5
H. Puebla de Zaragoza a 13 de marzo de 2003

CX aniversario de su fallecimiento

Ignacio Manuel Altamirano

(1834-1893)

gnacio Manuel Altamirano fue un hombre de letras y de acción que ejerció una influencia fundamental en el desarrollo del pensamiento liberal mexicano. A semejanza de los hombres del Renacimiento dominó los más diversos campos del saber de su tiempo, y no titubeó en empuñar la espada cuando así lo exigían las circunstancias políticas del país, principalmente cuando estaba en peligro la soberanía del mismo.

Aparte de ser un prolífico novelista, ensayista y poeta, incursionó en el periodismo, la crítica literaria y escribió innumerables discursos y brindis destinados, principalmente, a conmemorar determinadas gestas gloriosas de nuestra vida nacional, o para comentar eventos relevantes del mundo de la ciencia, las artes y la educación.

Su abundante producción literaria llevó al conocido poeta Manuel Acuña a exclamar que era algo así como "el Presidente de la República de las letras mexicanas", palabras que recibieron la aprobación de la mayoría de los escritores y artistas de la época. Empero, reiteramos, Altamirano no sólo se distinguió en ese campo, sino también destacó como político, militar y diplomático, desempeñando un papel fundamental en la defensa de las ideas liberales, y en la lucha contra el invasor francés, recibiendo el grado de coronel.

Una de sus grandes pasiones –si es que no su principal pasión- fue el impulso a la educación, convencido de que ésta era la mejor forma de combatir a la barbarie, y la defensa más segura de la República. Como legislador apoyó la enseñanza laica, gratuita y obligatoria. En 1887 fundó la Escuela Nacional de Maestros, la cual constituyó un semillero de pedagogos y mentores. Sus méritos como educador llevaron a Jesús Reyes Heroles a darle el título de "maestro de maestros", en ocasión del 150 aniversario de su nacimiento.

A principios de 1881 Ignacio Manuel Altamirano toma posesión como presidente del Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). A pesar de que su gestión fue muy breve —apenas unos meses— impulsó diversas iniciativas que fortalecieron la vida académica y cultural del Colegio, entre ellas la creación del "Reglamento para el gobierno interior" de dicho centro de estudios, en el que se indicaba que la finalidad del mismo era "impartir educación preparatoria, científica y especial determinada por las leyes" (Vid. Marín H. Miguel, y Castro Morales Efraín, Puebla y su Universidad, Patronato de la Universidad Autónoma de Puebla, 1959, p. 191).

Los universitarios de la BUAP nos enorgullecemos de que el autor de Navidad en las Montañas figure entre los hombres que han encabezado los destinos de nuestra institución. Este número de Tiempo Universitario está dedicado a honrar su memoria, en ocasión del CX aniversario de su fallecimiento. Aquí reproducimos dos poemas suyos, "Al divino redentor", y "a Iturbide". El primero tal vez sorprenderá a no pocos lectores dado que existe el mito de que los liberales eran ateos irredentos, siendo que en realidad eran más bien hostiles a la complicidad de las instituciones religiosas —sobre todo la iglesia católica—con los explotadores del pueblo. El segundo poema dista mucho de ser una apología a Iturbide: es, por el contrario una verdadera catilinaria contra el mismo. Incluimos también una parte del discurso que pronunció —el 19 de enero de 1882— cuando estaba al frente del Colegio del Estado. En este lugar aparece además un poema de José Martí dedicado a Ignacio Manuel Altmirano, el cual es una verdadera rareza bibliográfica (Francisco Humberto Sotelo Mendoza).

 

Al divino redentor*

 
Cristo judio, pintado por David Alfaro Siqueiros quien durante su fructifera vida pintó en cuatro ocasiones al divino redentor del cual hace referencia Altamirano.

¡Oh mártir del Calvario... sublime Nazareno
que escuchas del que sufre la tímida oración,
que amparas y consuelas en su pesar al bueno,
que alientas del que es débil el triste corazón.

Piedad para los hijos del pueblo, que inocentes
en la miseria yacen; ¡protégelos, Señor!
Tú ves cómo se muestran en sus tostadas frentes,
que inclinan sollozando, las huellas del dolor.

En tiempos ¡ay! Mejores con tierno y dulce acento,
vinieron a cantarte de tu madero al pie;
mas hoy las agrias heces apuran del tormento,
y sólo con su llanto te expresarán su fe.

¡Perdón! Hoy no pudimos en medio a los pasares
que el pecho nos traspasan, venir a tributar,
ni palmas en el atrio, ni frutos a millares,
ni aromas en tu templo, ni flores en tu altar.

Los huertos sin cultivo perdieron su verdura,
baluartes los peñascos de la montaña son,
cadáveres de hermanos tapizan la llanura,
y en vez de los arados arrástrase el cañón.

En los maizales tiernos las cañas se doblegan,
que de la sangre hiriólas el hálito mortal;
las linfas abrasadas del río ya no riegan
sino collados mustios y estéril bejucal.

Nosotros, desdichados, debajo la cabaña
las lágrimas vertemos en nuestro amargo pan.
Temblando por la guerra que invade la montaña,
temblando por los hijos que a arrebatarnos van.

Conturban las congojas el alma del creyente,
de duelo está la patria, de duelo está el hogar;
los brazos caen rendidos, y en la abatida frente
descarga rudos golpes la mano del pesar.

Señor, cuando en un tiempo vagaban perseguidos
los hijos de tu pueblos, tú fuiste su sostén:
tus hijos también somos, llegamos afligidos
al pie de tus altares; ¡protégenos también!

Tú que la paz quisiste, Apóstol de los cielos,
si México contemplas, ¡oh! Sálvala Señor!
aparta de sus hijos el cáliz de los duelos,
aparta de sus hijos el bárbaro rencor.

¡Oh, cual en tu presencia renace la esperanza!
¡cuán bella entre las sombras empieza a relucir!
¡ah, sí, la blanca aurora ya surge en lontananza!
¡gracias, Señor, ¡es ella!... la paz del porvenir!

Entonces quemaremos incienso en tus altares;
y en vez de esas coronas de fúnebre sauz
tendremos frescas palmas y frutos a millares,
y flores de los campos que adornarán tu cruz.

*Altamirano, Ignacio Manuel, Obras completas, Poesía, tomo VI, sep.

 

A Iturbide*

 
Coronación de Iturbide, ilustración tomada de la enciclopedia Historia de México, tomo X, Salvat mexicana de ediciones, 1986, p. 1689.

...Y pensaste que once años de matanza
y de combate bárbaro y sangriento
en que el pueblo sediento
de libertad, de guerra y de venganza
el poder de un tirano arrebatía
sin desmayos en la tenaz porfía,
sangre, laureles, inmortales glorias,
dolorosos reveses y victorias,
rudos trabajos, nobles sacrificios,
lágrimas y miserias y suplicios,
todo, todo tendría
por sólo fin y ambición suprema
el ceñir a tu frente una diadema
y a tus pies aherrojar la patria mía

¡Miserable traidor!... Si tú pudiste
coger la palma osado,
que favorable te arrojó el destino,
ciego de presunción no comprendiste
que un pueblo denodado
con heroico valor te abrió el camino
y que si el triunfo fácil consiguieras,
era porque invencible combatieras
de Libertad con el poder divino.

Pero tú, fratricida,
genízaro de España,
tú, que con fiera saña
consagraste tu vida
a servir los caprichos y furores
de infames opresores;
tú, cuya innoble espada
se ostentaba teñida
en sangre de valientes defensores
de la causa sagrada,
¡tú arrebatas la gloria inmaculada
del sublime caudillo de Dolores!

 
Iturbide en traje de emperador, tomado de la enciclopedia Historia de México, tomo X, Salvat mexicana de ediciones, 1986, p. 1693.

Jamás... Turba insensata
de torpes y mezquinos cortesanos
pronta siempre a aplaudir a los tiranos
puede negar ingrata
de México a los bravos campeones
que los primeros en la lucha fueron
y a levantar altivos se atrevieron
de Libertad la enseña en sus pendones,
el galardón que su virtud merece;
pero sus altos hechos enaltece,
no la menguada lira
a la que el fausto poderoso inspira,
ni el grito del vendido legionario,
ni la voz impostora del santuario,
ni la procaz mentira
del que impotente, por vergüenza nuestra,
la patria libre, despechado viendo,
de la verdad la fuente corrompiendo,
la rabia del reptil tan sólo muestra
sino del pueblo la memoria justa,
que las acciones puras diviniza
y libres de pasiones, eterniza
con el acento de la historia augusta.

Para ilustrar tu nombre, tú ¿qué has hecho
de grande y generoso?... tú mentiste
el amor a la patria en tu provecho.
Tú al odio de los déspotas serviste,
después, el instrumento del despecho
del sacerdocio y los magnates fuiste,
que mirando perdido
el poder de la España aborrecido,
y perdida con él, su ambición fiera,
aún pretendieron sobre el pueblo opreso
su predominio conservar siquiera.

Por eso te enviaron, y por eso,
pérfido con tus artes engañando
al patriota inmoral que en las montañas,
el estandarte nacional llevado
triunfador con sus ínclitas hazañas,
en el combate te esperó sereno,
pudiste hacer que un día,
al mirarte afrontar la tiranía
él te brindase de modestia lleno,
¡la gloria que en su sien resplandecía!

 
Iturbide rumbo al destierro, ilustración tomada de la enciclopedia Historia de México, tomo X, Salvat mexicana de ediciones, 1986, p. 1697.

La patria que tu acción miró con pasmo
el perdón de tu vida delincuente
te concedió clemente
y te aplaudió sincera en su entusiasmo.

¡Oh, si entonces tuvieras
el corazón leal del ciudadano!
¡si de verdad entonces defendieras
de tu pueblo el derecho soberano!
cual Bolívar y Washington hubieras
en lugar del alcázar del tirano,
para esconder tus glorias, preferido
la dulce sombra del hogar querido!

Mas al que amamantar
con su pecho de hiel el despotismo,
es fuerza que negara
su pura inspiración el patriotismo,
porque sólo iluminara
al que de libertad por el sendero
hasta el instante de su ser postrero
recto y sin vacilar siempre camina.

Tú, que fiero llevando,
todos los vicios de tu antiguo bando,
al frente de los libres te miraste,
creíste que la hora
llegaba al fin de tu ambición traidora
y a detenerla audaz te apresuraste.

Y una noche maldita
la chusma a quien tu oro precipita,
que la eterna mengua y vituperio
al fenecer su degradado imperio
¡abyecta Roma, contemplara un día!
¡Subiste al trono!... Para ti ¿qué era
el llanto justo de los pueblos?... Nada.

La patria desdichada,
que tanto por ser libre combatiera,
cuando feliz y libre se creyera,
volvió a gemir, de nuevo, encadenada.

¡Y bien! Tú que las sienes
con laureles mentidos te ceñiste,
tú que doloso desde Iguala fuiste,
¡no, tirano, no tientes
procaz y osado el asaltar el trono,
para que el pueblo pueda perdonarte,
ni la gloria de César en tu abono
ni el genio colosal de Bonaparte!

Después, cuando caíste,
como caen los déspotas del mundo,
al alejarte avergonzado y triste,
una mirada de rencor profundo
desde el mar a tu patria dirigiste,
tu adiós tronó iracundo
y el alquilón al rebramar violento
sobre las playas arrojó tu acento.
"Me echas, oh patria, de tu libre tierra,
pero aún allí de mi traición testigos
tu amor confiado sin sospecha encierra,
mas del poder que de tu bien amigos
destrozaran tu seno con la guerra.

¡Adiós!... de mi desdicha vengadores
de míseros reptiles
que negro brota el fango de las plazas
y de feroces pretorianos viles,
dócil a tus promesas y amenazas,
haces que al cabo infame
en las tinieblas de la noche umbría,
como, teniendo, el luminar del día,
tirano de tu patria te proclame.

El pobre pueblo te miró espantado,
y la sorpresa sofocó su acento,
y el libre pensamiento
tembló bajo la espada del soldado!

Luego vas presuroso,
de un senado cobarde y tembloroso
a recibir, de júbilo demente,
esa corona para ti, infelice
que forzado a poner sobre tu frente,
negártela no osando, la maldice,
la noche oscura que el espanto acrece
en la ciudad despierta y silenciosa,
la antorcha que sangrienta resplandece
sobre la innoble turba sediciosa.

De las espadas el siniestro ruido,
entre la sorda grita confundido,
todo, sí, todo recordar parece
las escenas de horror y tiranía:
"te dejo con mi ejemplo a los traidores."

De la patria por eso, la ventura
siempre turbada fue. Letal veneno
siempre vertiera la traición oscura
en su inocente cuanto puro seno,
y este nuevo dolor y esta amargura
y este existir de sobresaltos lleno,
a ti los debe, oh déspota maldito,
que odioso fruto son de tu delito.

Por eso los caudillos sanguinarios
que sin llamarse reyes
tantas veces hollaron temerarios
de libertad las sacrosantas leyes,
o fueron tus infames legionarios
o al encanto cedieron
de tu lección funesta.
¡Tanto en las almas que protervas fueron
del crimen fácil el ejemplo infesta!
fue muy justo, muy justo,
que recibiera con semblante adusto
la airada patria a su tirano fiero,
que en el disfraz de oscuro aventurero
la esperanza escondiendo de Tarquino
su libertad de nuevo amenazado
hasta sus playas sin respeto vino:
¡Muy justo que su audacia castigando
la muerte colocase en su camino!

¡Ay cuántas desventuras desatara
en tu nación tu despotismo horrendo
si ante tus plantas sin pudor cayendo
a tu yugo su cuello presentara!

Se estremece de horror el alma mía
al contemplar escrito el anatema,
en tu frente sombría
que manchara de infamia la diadema
que implacable a los déspotas del mundo,
nunca dejara impune su malicia
ora soberbia en el poder se mire,
ora en las sombras del pesar expire,
pronuncia su sentencia
con acento profundo:
"Para el hombre que osado
contra la libertad su espada esgrime,
y del poder al abusar, malvado
que para bien del pueblo sólo es dado
al hombre débil sin piedad oprime,
¡no existe la clemencia!"

Tú la virtud fingiste
burlando de tu pueblo la confianza,
tú hiciste una irrisión de su esperanza,
tú la mentida gloria
cara por su ventura, le vendiste
y con llanto de sangre, tu victoria
por luengos años, lamentar le hiciste.

Un castigo, en verdad, te hirió en la tierra;
pero crímenes hay tan espantosos,
tan atroces maldades
que viven en los gritos dolorosos
del pueblo, atravesando las edades,
para esos el cadalso es leve pena.
¡Merecen más!
Escucha, delincuente,
la justicia de Dios hiere tu frente
y a perdurable infamia te condena.

¡Oh, sol de libertad! tu lumbre pura
¡cuán dulce y blanda y majestuosa brilla
del Baján solitario en la llanura!
¡Cuán terrible en Padilla!
mostrando aquí un suplicio y allá un templo
del despotismo para eterno ejemplo.

Altamirano, Ignacio Manuel, Op. Cit.

 

Amar a la patria y consagrarse a la ciencia*

Señor Gobernador:

Señores:

Tribuna del paraninfo universitario. Foto DIDCAV.

la honrosa distinción con que se ha dignado favorecerme el gobierno del estado de Puebla, confiándome la dirección de este plantel de enseñanza superior y profesional, distinción a la que procuraré corresponder con afán solicito en la humilde esfera de mi capacidad, va a unirse desde hoy en mi existencia, el recuerdo gratísimo de esta fiesta de la ciencia y de la instrucción popular.

He dicho hace pocos días en una tribuna levantada en medio de los niños huérfanos de la Escuela Industrial de México, que las solemnidades de esta clase suscitaban en mi corazón sentimientos retrospectivos, en que los amargos dejos de la ignorancia y del infortunio estaban compensados con las dulzuras de la esperanza y con las satisfacciones de la ciencia.

Y hoy añado, que el honor de verme, sin haberlo presumido, a la cabeza de uno de los primeros institutos de la Republica, habiendo prestado mi protesta en medio de esta solemnidad, le da a mis ojos una significación especial, toda de empeñosas obligaciones para mí.

En la agitada carrera de mi vida, yo he hecho seguir a mi espíritu alternativamente unas veces, y paralelamente otras, los caminos escabrosos del patriotismo y de la política, y los caminos suaves y dulces de la Ciencia y de las Bellas Letras, todos dirigiéndose a un mismo fin: ¡la gloria!

Pero no la gloria ostentosa que el orgullo humano persigue como único objeto de su ambición: no la deidad falaz y deslumbradora envuelta casi siempre en vapores de sangre y cuyos pies helados riega el llanto de las víctimas, sino la gloria modesta y santa que semejante a una estrella polar alumbra con luz blanda y tranquila el espacio de la conciencia honrada; el número íntimo, el ángel compañero de la vida, que consuela en las horas amargas, que sonríe en las horas de triunfo, que hace brotar flores en las espinas del deber, y surgir una luz de aurora en los limbos del sepulcro.

Esa es la gloria que yo he seguido, esa es la gloria digna de los ciudadanos y de los estudiosos; esa es la gloria en pos de la cual debéis correr, ¡oh alumnos del Instituto y de la Escuela Normal! vosotros a quienes esa maga que se llama la juventud, muestra con sus dedos luminosos los cien senderos del mundo, y los bellos mirajes que se ostentan provocativos en el horizonte del porvenir.

Acceso al paraninfo universitario. Foto DIDCAV.

Amar a la Patria y consagrarse a la Ciencia; he ahí los dos deberes que hoy enlazan, que enlazarán siempre en vuestro corazón el Estado con sus recompensas, vuestros conciudadanos con su confianza, y las hermosas con sus miradas de ángel.

Amar a la Patria; ese debe ser el pedestal de bronce de todo altar que levante el trabajo; esa debe ser la tierra en que se plante todo árbol que pueda fructificar para que sea fecundo. Sin el amor de la Patria, la ciencia es estéril, la riqueza inútil, el genio mismo, como el Satán de la Biblia, se concentra en el mal y no produce sino frutos que ocultan el veneno y la muerte bajo las formas engañosas del vigor, de la opulencia y del colorido.

La Patria estimula con la idea del honor las esperanzas del trabajo, infunde aliento en el pobre, anima al ignorante, ennoblece la fortuna del rico, y enciende su antorcha sagrada sobre la tumba del sabio. Las mezquinas aspiraciones del egoísmo, por si solas no compensan los goces de esa armonía social que se llama el patriotismo.

Pero... sería por demás detenerme en hablaros de este principio que forma el primer precepto de vuestro credo moral. Tenéis razón: ¿Cómo no amar a la Patria cuando habéis nacido en un Estado que presenta por donde quiera monumentos de su fe patriótica, y en cuya historia se registran páginas de sublime ejemplo? ¿Cómo no amar a la patria cuando tenéis al frente de vuestro pueblo a hombres que han tremolado en sus manos siempre invicto el estandarte de la Independencia y de las libertades públicas? ¿Cómo no amar a la Patria, cuando alentáis en esta ciudad encantadora que no sólo embellecen su limpio cielo de turquesa, su atmósfera transparente y dulce, la galanura de su rico valle, la suntuosidad de sus palacios, el atractivo indefinible de sus hijas más hermosas que aquellos ángeles que el humilde misionero del siglo xvi contemplara en su legendaria visión, sino las nobilísimas cicatrices que muestra todavía y que enseñan elocuentes al viajero toda la historia de nuestras luchas heroicas por la Patria y por la Libertad.

¡Oh! Cualquiera que se precie de ser buen mexicano y que contemple el bello seno de Puebla desgarrado por las heridas de la guerra, como el seno de una matrona antigua, no podrá menos que exclamar: Aquí descansa altiva una amazona de la República; en este corazón se encierran las tradiciones de la lucha; aquí se agita poderoso como en el seno de una pitonisa, el espíritu de la Patria.

Y vosotros aprendéis en los brazos de esta matrona las lecciones del patriotismo. ¡Sus cicatrices son para vosotros, el alfabeto del heroísmo y de la gloria!

Pero consagrarse al trabajo es vuestro segundo deber aquí. Al trabajo para obtener la instrucción, ¿qué mejor manera de honrar a la Patria y de abriros paso al porvenir social?

El trabajo en las teorías infantiles del mundo antiguo era una pena. Bacon, el gran filósofo inglés, dice: que la generación moderna es la primogénita de la humanidad, y en el concepto de esta generación moderna, el trabajo no es una pena sino un derecho, porque es una condición de vida. Todo trabajo en el Universo: ¡ay de los pueblos y de los hombres que no trabajan!

Ahora bien; a medida que este trabajo es más inteligente, es más fecundo; el obrero que se consagra a las artes mecánicas, el labrador que arranca a la tierra sus frutos, el sabio que dirige a las sociedades, todas son fuerzas vivas que ponen en movimiento ese inmenso taller que da vida a un pueblo y que constituye su riqueza.

Pero la cooperación de estas fuerzas vivas como factores de progreso y de bienestar es más o menos productiva, según el grado de instrucción que las impulsa y dirige. Aquel pueblo en que el trabajador físico obedece sólo al instinto automático de la necesidad, y en que el trabajador intelectual se encierra en el círculo estrecho de las preocupaciones y de la rutina, no puede salvar los límites del estancamiento social, y en el sigloxix, siglo de movimiento vertiginoso, un pueblo así, retrograda y muere porque se disloca y se aisla.

Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Foto didcav.

Sólo los pueblos en que los trabajadores físicos son alfabéticos y en que los pensadores y los sabios están a la altura de su tiempo, marchan y prosperan.

No entramos en el mundo de los sueños. La realidad es la que nos sorprende dormidos con su impaciencia invasora y con su múltiple exigencia.

Puebla la ha iniciado ya con sus ricos elementos. El estado de Puebla ha sido regiamente dotado por la Naturaleza. Sus cordilleras de la zona fría están coronadas de oscuras selvas en que las maderas de construcción no aguardan más que la mano del hombre para pagarle el diezmo de su riqueza. En los valles, amenos y hermosos, ondulan el trigo con sus tirsos de oro, el lino y los agaves de argentada fibra. En sus distritos de la tierra caliente, el tibio aliento del trópico alimenta la caña de azúcar, el café, el algodón. Y el naranjo, el limonero, las anonáceas invitan al exportador y al químico a convertir en oro el acíbar y el néctar de sus fecundas pomas.

El Atoyac que nace besando los muros de esta ciudad y que serpentea dirigiéndose al mar Pacífico, entre pueblos agricultores e industriosos, ofrece sus aguas para mover la maquinaria agrícola y la maquinaria industrial y para ayudar a la vía férrea al transporte rápido de los productos del suelo... y muchos ríos inferiores y caminos de hierro vecinales completarán la red de comunicación con los demás Estados, con el Golfo de México, con el Océano Pacífico y con el corazón de la República. ¡Y esto con un pueblo alfabético, activo y vigorizado por instituciones libres!

¡Qué porvenir, y que próximo porvenir bajo el imperio de la paz!

Impulsar este movimiento, ayudarlo, dirigirlo, he ahí vuestra misión, oh jóvenes alumnos. Vosotros seréis mañana, como legisladores, como ingenieros, como escritores, como simples ciudadanos directores de la opinión, los propagandistas de ese movimiento, los auxiliares en esa obra de los gobernadores de Puebla.

¡Felices ellos y vosotros porque vuestra recompensa no será una vana satisfacción, sino la gloria de haber hecho a vuestro pueblo próspero y feliz, será el orgullo de la Historia, será, por último, la aprobación íntima de la conciencia, precursora de las bendiciones de la posteridad!

 

Ignacio Manuel Altamirano

Por José Martí

José Martí. Nace y muere en Cuba. En el presente año se cumple el 150 aniversario de su nacimiento. Muere el 19 de mayo de 1895 en la batalla de dos ríos luchando por la independencia de su país. Autor de numerosos artículos en defensa de México y de personajes ilustres. Su novela Amistad Funesta (1885) recrea hechos de su paso por México. El Archivo Histórico Universitario junto con el Centro de Estudios Martianos con sede en Cuba, prepara un número de Tiempo Universitario para celebrar el nacimiento del ilustre independentista latinoamericano.

uando la guerra; cuando se tuvo y desperdició el primer cariño de América por los héroes cubanos; cuando en una fiesta sus joyas para ayudar a la independencia de Cuba; cuando la América sagaz veía ya en la independencia de Cuba la de nuestro continente, inseguro sin ella, o con ella, por lo menos, mucho más seguro, un mexicano de raza india nos amó y nos proclamó; un mexicano ha muerto. El gesto imperante de Ignacio Altamirano parecía decretar, faz a faz de la historia, la suerte de una familia de pueblos libres.

Hoy, entre los lauros de París y la pena de los americanos, acaba de caer el indio precoz a quien declaró "ente de razón", antes de los años de ley, la autoridad de su tiempo; el orador tronante de la Constitución, el guerrillero que picó las espaldas al imperio de Maximiliano, el magistrado diserto, el amigo de los estudiantes, el crítico fino y laborioso, el que puso a los versos que envió al puertorriqueño Betances, en memoria del 14 de julio, su firma de "indio, americano y demócrata"; el que ha mandado que quemasen su cuerpo para que sus cenizas vuelvan a la tierra donde habló por la libertad y peleó por la patria.

 

Patria. Nueva York, 24 de marzo de 1893.

 

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