CX aniversario de su fallecimiento Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) gnacio Manuel Altamirano fue un hombre de letras y de acción que ejerció una influencia fundamental en el desarrollo del pensamiento liberal mexicano. A semejanza de los hombres del Renacimiento dominó los más diversos campos del saber de su tiempo, y no titubeó en empuñar la espada cuando así lo exigían las circunstancias políticas del país, principalmente cuando estaba en peligro la soberanía del mismo. Aparte de ser un prolífico novelista, ensayista y poeta, incursionó en el periodismo, la crítica literaria y escribió innumerables discursos y brindis destinados, principalmente, a conmemorar determinadas gestas gloriosas de nuestra vida nacional, o para comentar eventos relevantes del mundo de la ciencia, las artes y la educación. Su abundante producción literaria llevó al conocido poeta Manuel Acuña a exclamar que era algo así como "el Presidente de la República de las letras mexicanas", palabras que recibieron la aprobación de la mayoría de los escritores y artistas de la época. Empero, reiteramos, Altamirano no sólo se distinguió en ese campo, sino también destacó como político, militar y diplomático, desempeñando un papel fundamental en la defensa de las ideas liberales, y en la lucha contra el invasor francés, recibiendo el grado de coronel. Una de sus grandes pasiones si es que no su principal pasión- fue el impulso a la educación, convencido de que ésta era la mejor forma de combatir a la barbarie, y la defensa más segura de la República. Como legislador apoyó la enseñanza laica, gratuita y obligatoria. En 1887 fundó la Escuela Nacional de Maestros, la cual constituyó un semillero de pedagogos y mentores. Sus méritos como educador llevaron a Jesús Reyes Heroles a darle el título de "maestro de maestros", en ocasión del 150 aniversario de su nacimiento. A principios de 1881 Ignacio Manuel Altamirano toma posesión como presidente del Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). A pesar de que su gestión fue muy breve apenas unos meses impulsó diversas iniciativas que fortalecieron la vida académica y cultural del Colegio, entre ellas la creación del "Reglamento para el gobierno interior" de dicho centro de estudios, en el que se indicaba que la finalidad del mismo era "impartir educación preparatoria, científica y especial determinada por las leyes" (Vid. Marín H. Miguel, y Castro Morales Efraín, Puebla y su Universidad, Patronato de la Universidad Autónoma de Puebla, 1959, p. 191). Los universitarios de la BUAP nos enorgullecemos de que el autor de Navidad en las Montañas figure entre los hombres que han encabezado los destinos de nuestra institución. Este número de Tiempo Universitario está dedicado a honrar su memoria, en ocasión del CX aniversario de su fallecimiento. Aquí reproducimos dos poemas suyos, "Al divino redentor", y "a Iturbide". El primero tal vez sorprenderá a no pocos lectores dado que existe el mito de que los liberales eran ateos irredentos, siendo que en realidad eran más bien hostiles a la complicidad de las instituciones religiosas sobre todo la iglesia católicacon los explotadores del pueblo. El segundo poema dista mucho de ser una apología a Iturbide: es, por el contrario una verdadera catilinaria contra el mismo. Incluimos también una parte del discurso que pronunció el 19 de enero de 1882 cuando estaba al frente del Colegio del Estado. En este lugar aparece además un poema de José Martí dedicado a Ignacio Manuel Altmirano, el cual es una verdadera rareza bibliográfica (Francisco Humberto Sotelo Mendoza).
Al divino redentor*
¡Oh
mártir del Calvario... sublime Nazareno Piedad
para los hijos del pueblo, que inocentes En
tiempos ¡ay! Mejores con tierno y dulce acento, ¡Perdón!
Hoy no pudimos en medio a los pasares Los
huertos sin cultivo perdieron su verdura, En
los maizales tiernos las cañas se doblegan, Nosotros,
desdichados, debajo la cabaña Conturban
las congojas el alma del creyente, Señor,
cuando en un tiempo vagaban perseguidos Tú
que la paz quisiste, Apóstol de los cielos, ¡Oh,
cual en tu presencia renace la esperanza! Entonces
quemaremos incienso en tus altares; *Altamirano, Ignacio Manuel, Obras completas, Poesía, tomo VI, sep.
A Iturbide*
...Y
pensaste que once años de matanza ¡Miserable
traidor!... Si tú pudiste Pero
tú, fratricida,
Jamás...
Turba insensata Para
ilustrar tu nombre, tú ¿qué has hecho Por
eso te enviaron, y por eso,
La
patria que tu acción miró con pasmo ¡Oh,
si entonces tuvieras Mas
al que amamantar Tú,
que fiero llevando, Y
una noche maldita La
patria desdichada, ¡Y
bien! Tú que las sienes Después,
cuando caíste, ¡Adiós!...
de mi desdicha vengadores El
pobre pueblo te miró espantado, Luego
vas presuroso, De
las espadas el siniestro ruido, De
la patria por eso, la ventura Por
eso los caudillos sanguinarios ¡Ay
cuántas desventuras desatara Se
estremece de horror el alma mía Tú
la virtud fingiste Un
castigo, en verdad, te hirió en la tierra; ¡Oh,
sol de libertad! tu lumbre pura Altamirano, Ignacio Manuel, Op. Cit.
Amar a la patria y consagrarse a la ciencia* Señor Gobernador: Señores:
la honrosa distinción con que se ha dignado favorecerme el gobierno del estado de Puebla, confiándome la dirección de este plantel de enseñanza superior y profesional, distinción a la que procuraré corresponder con afán solicito en la humilde esfera de mi capacidad, va a unirse desde hoy en mi existencia, el recuerdo gratísimo de esta fiesta de la ciencia y de la instrucción popular. He dicho hace pocos días en una tribuna levantada en medio de los niños huérfanos de la Escuela Industrial de México, que las solemnidades de esta clase suscitaban en mi corazón sentimientos retrospectivos, en que los amargos dejos de la ignorancia y del infortunio estaban compensados con las dulzuras de la esperanza y con las satisfacciones de la ciencia. Y hoy añado, que el honor de verme, sin haberlo presumido, a la cabeza de uno de los primeros institutos de la Republica, habiendo prestado mi protesta en medio de esta solemnidad, le da a mis ojos una significación especial, toda de empeñosas obligaciones para mí. En la agitada carrera de mi vida, yo he hecho seguir a mi espíritu alternativamente unas veces, y paralelamente otras, los caminos escabrosos del patriotismo y de la política, y los caminos suaves y dulces de la Ciencia y de las Bellas Letras, todos dirigiéndose a un mismo fin: ¡la gloria! Pero no la gloria ostentosa que el orgullo humano persigue como único objeto de su ambición: no la deidad falaz y deslumbradora envuelta casi siempre en vapores de sangre y cuyos pies helados riega el llanto de las víctimas, sino la gloria modesta y santa que semejante a una estrella polar alumbra con luz blanda y tranquila el espacio de la conciencia honrada; el número íntimo, el ángel compañero de la vida, que consuela en las horas amargas, que sonríe en las horas de triunfo, que hace brotar flores en las espinas del deber, y surgir una luz de aurora en los limbos del sepulcro. Esa es la gloria que yo he seguido, esa es la gloria digna de los ciudadanos y de los estudiosos; esa es la gloria en pos de la cual debéis correr, ¡oh alumnos del Instituto y de la Escuela Normal! vosotros a quienes esa maga que se llama la juventud, muestra con sus dedos luminosos los cien senderos del mundo, y los bellos mirajes que se ostentan provocativos en el horizonte del porvenir.
Amar a la Patria y consagrarse a la Ciencia; he ahí los dos deberes que hoy enlazan, que enlazarán siempre en vuestro corazón el Estado con sus recompensas, vuestros conciudadanos con su confianza, y las hermosas con sus miradas de ángel. Amar a la Patria; ese debe ser el pedestal de bronce de todo altar que levante el trabajo; esa debe ser la tierra en que se plante todo árbol que pueda fructificar para que sea fecundo. Sin el amor de la Patria, la ciencia es estéril, la riqueza inútil, el genio mismo, como el Satán de la Biblia, se concentra en el mal y no produce sino frutos que ocultan el veneno y la muerte bajo las formas engañosas del vigor, de la opulencia y del colorido. La Patria estimula con la idea del honor las esperanzas del trabajo, infunde aliento en el pobre, anima al ignorante, ennoblece la fortuna del rico, y enciende su antorcha sagrada sobre la tumba del sabio. Las mezquinas aspiraciones del egoísmo, por si solas no compensan los goces de esa armonía social que se llama el patriotismo. Pero... sería por demás detenerme en hablaros de este principio que forma el primer precepto de vuestro credo moral. Tenéis razón: ¿Cómo no amar a la Patria cuando habéis nacido en un Estado que presenta por donde quiera monumentos de su fe patriótica, y en cuya historia se registran páginas de sublime ejemplo? ¿Cómo no amar a la patria cuando tenéis al frente de vuestro pueblo a hombres que han tremolado en sus manos siempre invicto el estandarte de la Independencia y de las libertades públicas? ¿Cómo no amar a la Patria, cuando alentáis en esta ciudad encantadora que no sólo embellecen su limpio cielo de turquesa, su atmósfera transparente y dulce, la galanura de su rico valle, la suntuosidad de sus palacios, el atractivo indefinible de sus hijas más hermosas que aquellos ángeles que el humilde misionero del siglo xvi contemplara en su legendaria visión, sino las nobilísimas cicatrices que muestra todavía y que enseñan elocuentes al viajero toda la historia de nuestras luchas heroicas por la Patria y por la Libertad. ¡Oh! Cualquiera que se precie de ser buen mexicano y que contemple el bello seno de Puebla desgarrado por las heridas de la guerra, como el seno de una matrona antigua, no podrá menos que exclamar: Aquí descansa altiva una amazona de la República; en este corazón se encierran las tradiciones de la lucha; aquí se agita poderoso como en el seno de una pitonisa, el espíritu de la Patria. Y vosotros aprendéis en los brazos de esta matrona las lecciones del patriotismo. ¡Sus cicatrices son para vosotros, el alfabeto del heroísmo y de la gloria! Pero consagrarse al trabajo es vuestro segundo deber aquí. Al trabajo para obtener la instrucción, ¿qué mejor manera de honrar a la Patria y de abriros paso al porvenir social? El trabajo en las teorías infantiles del mundo antiguo era una pena. Bacon, el gran filósofo inglés, dice: que la generación moderna es la primogénita de la humanidad, y en el concepto de esta generación moderna, el trabajo no es una pena sino un derecho, porque es una condición de vida. Todo trabajo en el Universo: ¡ay de los pueblos y de los hombres que no trabajan! Ahora bien; a medida que este trabajo es más inteligente, es más fecundo; el obrero que se consagra a las artes mecánicas, el labrador que arranca a la tierra sus frutos, el sabio que dirige a las sociedades, todas son fuerzas vivas que ponen en movimiento ese inmenso taller que da vida a un pueblo y que constituye su riqueza. Pero la cooperación de estas fuerzas vivas como factores de progreso y de bienestar es más o menos productiva, según el grado de instrucción que las impulsa y dirige. Aquel pueblo en que el trabajador físico obedece sólo al instinto automático de la necesidad, y en que el trabajador intelectual se encierra en el círculo estrecho de las preocupaciones y de la rutina, no puede salvar los límites del estancamiento social, y en el sigloxix, siglo de movimiento vertiginoso, un pueblo así, retrograda y muere porque se disloca y se aisla.
Sólo los pueblos en que los trabajadores físicos son alfabéticos y en que los pensadores y los sabios están a la altura de su tiempo, marchan y prosperan. No entramos en el mundo de los sueños. La realidad es la que nos sorprende dormidos con su impaciencia invasora y con su múltiple exigencia. Puebla la ha iniciado ya con sus ricos elementos. El estado de Puebla ha sido regiamente dotado por la Naturaleza. Sus cordilleras de la zona fría están coronadas de oscuras selvas en que las maderas de construcción no aguardan más que la mano del hombre para pagarle el diezmo de su riqueza. En los valles, amenos y hermosos, ondulan el trigo con sus tirsos de oro, el lino y los agaves de argentada fibra. En sus distritos de la tierra caliente, el tibio aliento del trópico alimenta la caña de azúcar, el café, el algodón. Y el naranjo, el limonero, las anonáceas invitan al exportador y al químico a convertir en oro el acíbar y el néctar de sus fecundas pomas. El Atoyac que nace besando los muros de esta ciudad y que serpentea dirigiéndose al mar Pacífico, entre pueblos agricultores e industriosos, ofrece sus aguas para mover la maquinaria agrícola y la maquinaria industrial y para ayudar a la vía férrea al transporte rápido de los productos del suelo... y muchos ríos inferiores y caminos de hierro vecinales completarán la red de comunicación con los demás Estados, con el Golfo de México, con el Océano Pacífico y con el corazón de la República. ¡Y esto con un pueblo alfabético, activo y vigorizado por instituciones libres! ¡Qué porvenir, y que próximo porvenir bajo el imperio de la paz! Impulsar este movimiento, ayudarlo, dirigirlo, he ahí vuestra misión, oh jóvenes alumnos. Vosotros seréis mañana, como legisladores, como ingenieros, como escritores, como simples ciudadanos directores de la opinión, los propagandistas de ese movimiento, los auxiliares en esa obra de los gobernadores de Puebla. ¡Felices ellos y vosotros porque vuestra recompensa no será una vana satisfacción, sino la gloria de haber hecho a vuestro pueblo próspero y feliz, será el orgullo de la Historia, será, por último, la aprobación íntima de la conciencia, precursora de las bendiciones de la posteridad!
Ignacio Manuel Altamirano Por José Martí
uando la guerra; cuando se tuvo y desperdició el primer cariño de América por los héroes cubanos; cuando en una fiesta sus joyas para ayudar a la independencia de Cuba; cuando la América sagaz veía ya en la independencia de Cuba la de nuestro continente, inseguro sin ella, o con ella, por lo menos, mucho más seguro, un mexicano de raza india nos amó y nos proclamó; un mexicano ha muerto. El gesto imperante de Ignacio Altamirano parecía decretar, faz a faz de la historia, la suerte de una familia de pueblos libres. Hoy, entre los lauros de París y la pena de los americanos, acaba de caer el indio precoz a quien declaró "ente de razón", antes de los años de ley, la autoridad de su tiempo; el orador tronante de la Constitución, el guerrillero que picó las espaldas al imperio de Maximiliano, el magistrado diserto, el amigo de los estudiantes, el crítico fino y laborioso, el que puso a los versos que envió al puertorriqueño Betances, en memoria del 14 de julio, su firma de "indio, americano y demócrata"; el que ha mandado que quemasen su cuerpo para que sus cenizas vuelvan a la tierra donde habló por la libertad y peleó por la patria.
Patria. Nueva York, 24 de marzo de 1893.
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