Crítica de lo establecido para
l 3 de abril del presente año falleció el poblano universal Gastón
García Cantú quien fue egresado del Colegio del Estado y defensor
de la Universidad Autónoma de Puebla, autor de investigaciones imprescindibles
para la historia de México y colaborador del Archivo Histórico
de la buap que en esta ocasión publica el discurso que pronunciara el
20 de septiembre de 1994 al recibir el doctorado honoris causa que le otorgara
nuestra institución. También se publica la semblanza que hiciera
en esa misma fecha el maestro Antonio Esparza Soriano, Además Tiempo
Universitario recoge las evocaciones que hizo Horacio Labastida Muñoz,
ex rector de nuestra institución, respecto a García Cantú.
Señor rector, Honorable Consejo Universitario, Doy principio a mis palabras, en esta ceremonia académica, con un concepto
general: la joven generación, al terminar este siglo, será la
primera del tercer milenio en nuestro país. Tal hecho no la hará
diferente, si de aceptar el dilema definido por José Ortega y Gasset:
ser progenie cumulativa y homogénea por lo recibido del pasado o heterogénea
de las épocas de ruptura; en las primeras, bien se sabe, existe solidaridad
con los viejos en la política, en las ciencias, en las artes y en la
aceptación de las condiciones de la vida; en las segundas, la crítica
precede a la beligerancia constructiva. Entre unas y otras generaciones ha surgido siempre la pregunta de cómo se ha aceptado lo adquirido por las precedentes y por qué causas las de la ruptura pusieron su voluntad en la dirección de sus ideales. Las primeras, inequívocamente, son las de la conformidad y el rechazo al ímpetu de las revolucionarias; las segundas, jamás han sido otra cosa que rebeldías creadoras y si a su paso destruyeron fue para instaurar órdenes más justas. Si las cumulativas han sido las del sí ante su circunstancia; las segundas fueron las del no rotundo. Unas y otras, sin embargo, forman nuestra historia; cada una es resultado de la conservación de lo logrado o del móvil renovador de la historia. Lo paradójico es que cada una de nuestras tres revoluciones tuvieron como guías a hombres mayores: Hidalgo, Juárez y Madero, de manera que el móvil reformador hubo de pasar por entre las manos de quienes enlazaron los nuevos tiempos con los del pasado, lo que ha dado a nuestra historia una insospechada solidez en sus cauces políticos. Las generaciones de las etapas decisivas tuvieron un mismo afán: la crítica
de lo establecido para desprender las formas de la renovación inaplazable.
Crítica que se significa por el conocimiento de la circunstancia y la
claridad de las proposiciones. En cada una de esas épocas los jóvenes impulsaron, con pasión inteligente, el combate contra lo establecido lo que marca la diferencia entre los tiempos de acumulación de los tiempos de barrer con lo mal constituido.
En pocos países, como en el nuestro, las generaciones están diferenciadas por los móviles de la justicia, de ahí la certeza sobre los ciclos de las tres revoluciones en la trama histórica de México que han sido luchas por la libertad con justicia, empeño secular de nuestro país entre los pueblos latinoamericanos. Como otras generaciones, la del presente tendrá que definir su actitud porque el país que heredan, en el curso de los próximos años, será diferente en lo económico, lo cultural y lo político. El desafío que enfrentarán estará comprendido en el dilema propuesto por Ortega: consolidar el legado de los viejos o emprender la corrección de su circunstancia. Será un desafío distinto al de los hombres y las mujeres de la Reforma liberal y de la Revolución democrática de 1910, pero similar a las dudas de la generación que consolidó el porfiriato. Establecemos, con tales precedentes, la analogía histórica de este momento con el de los inicios de la dictadura. En 1878, dos años después del golpe de Estado de Porfirio Díaz contra el gobierno constitucional de Sebastián Lerdo de Tejada, el país vivía en la incertidumbre social y política. Asesinatos de opositores; protestas campesinas para que Díaz cumpliera sus ofrecimientos, respaldadas por las primeras demandas de los trabajadores. En ese año, el embajador de los Estados Unidos, John Watson Foster presentó al gobierno de Díaz un proyecto de Tratado como el suscrito poco antes por el débil reino de Hawai. Díaz lo remitió a Ignacio Mariscal, Secretario de Relaciones, para su dictamen y aquel antiguo liberal lo aprobó con entusiasmo. Como otros presidentes, protagonistas de una era de violencia, Porfirio Díaz no daba paso sin linterna y reunió a los principales hacendados del valle de Morelos: Joaquín García Icazbalceta, admirable historiador del siglo xvi, Mendoza Cortina, Zorrilla, Labat, de Teresa, Goríbar… apellidos del poder económico de aquel entonces, para que estudiaran el Tratado propuesto por los Estados Unidos y dieran su parecer. Aquellos hacendados, que formaban lo que en nuestro tiempo representa el Consejo Coordinador Empresarial, llamaron a sus filas a un joven abogado de 23 años, José Ives Limantour, quien haría de su informe el primer gran estudio de las condiciones económicas de México después de la Reforma y de la guerra de intervención francesa, más los argumentos de una burguesía que estaba resuelta a no desaparecer de la historia. Las condiciones presentadas por la Comisión al Presidente Díaz afirmó sobre el artículo 4º de ese Tratado: “… se encontró una estipulación, que además de ser notable por obligar solamente a una de las partes, bastaría por sí sola para que aun en el caso de que México juzgara conveniente a sus intereses pactar con los Estados Unidos la exención de derechos de que se habla en los primeros artículos, no debiera celebrar con esa nación, por ser contrario a su dignidad y a sus instituciones fundamentales, un tratado de comercio bajo las mismas bases del presente…” Es decir, no abrir las aduanas para que los artículos extranjeros desalojaran del mercado a los del país. El Tratado fue rechazado por el gobierno, fundado su criterio en el informe de la Comisión, cuyo sagaz secretario demostró que México, en cuanto república independiente, desaparecería al entregar las fuentes de su riqueza a los Estados Unidos. La respuesta del presidente Hayes fue ordenar al ejército, al mando del general Edward O. C. Ord, que invadiera el territorio mexicano en persecución de indios salvajes, pretexto reiterado de los gobiernos norteamericanos en el siglo xix para provocar conflictos con México. Ante la amenaza de los Estados Unidos, los artesanos y los campesinos suspendieron sus demandas. Díaz dispuso que el general Francisco Naranjo tendiera sus tropas en la frontera ante las del general Ord y que Manuel María de Zamacona indagara en ese país lo que sucedía. El viejo amigo de Juárez reconoció en esa república dos fuerzas opuestas: la de los partidarios de la guerra frente a los nuevos empresarios. Díaz apoyó en los segundos su política e invitó al general Ulises S. Grant, ex presidente, para que expusiera en México los argumentos de la nueva fuerza económica, surgida de la Guerra de Secesión. De los actos de Grant en nuestro país, destacan dos: su discurso en la ciudad de México y la conversación con el obispo de Oaxaca, Eugenio Gillow. En el discurso reiteró la urgencia de construir los ferrocarriles para unirlos a los norteamericanos que habían llegado a nuestra frontera y exportar los productos que los Estados Unidos obtenían de Filipinas y las Antillas a mayores precios; al obispo Gillow confió Grant los fines de los empresarios: una negociación definida como la “conquista pacífica” de México. En realidad, los Estados Unidos tenían dos convenios: un tratado como el suscrito con Hawai, para la sumisión del país y otro, para establecer los nexos de la asociación económica. Veinte años después Lenin, al elaborar la teoría del imperialismo, reconoció en la historia de China, hacia 1906, la condición para la exportación de capitales: construir los ferrocarriles. Se dio en la historia universal de la economía, una vez más, la omisión de lo sucedido en México debida a la pereza intelectual de los mexicanos. Lenin habría enriquecido su premisa sobre el paso primero del imperialismo, la construcción de los ferrocarriles, si hubiera tenido a la mano la historia de las demandas de los Estados Unidos en 1880 y un caso de mayor relieve por el convenio entre dos burguesías, que el sometimiento de China a los consorcios extranjeros; por tal causa las revoluciones sociales en uno y otro país, fueron diferentes; más definida la de México por la hegemonía del Estado que la de China. Porfirio Díaz y los terratenientes descubrieron en las palabras de Grant
el núcleo de la cuestión: construir las vías férreas
para unirlas a las norteamericanas y exportar nuestros productos lo que representaba
un negocio de incalculables utilidades. Debemos a Justo Sierra la exposición
del origen económico de la dictadura y de lo que, políticamente,
fuera el porfiriato:
“La virtud política del Presidente Díaz, escribió el fundador de la Universidad Nacional, consistió en comprender esa situación y convencido de que nuestra historia y nuestras condiciones sociales nos ponían en el caso de dejarnos enganchar por la formidable locomotora yanqui y partir rumbo al porvenir, en preferir hacerlo bajo los auspicios, la vigilancia, la policía y la acción del gobierno mexicano, para que así fuésemos unos asociados libres obligados al orden y al paz, para hacernos respetar y mantener nuestra nacionalidad íntegra y realizar el progresos.” Los juicios de Justo Sierra revelan cuál fue el secreto de la dictadura:
rechazar un tratado, como el suscrito por Hawai, porque situaba al país
en una condición colonial —así lo vio Limantour en su dictamen—
y no en sociedad para la libre explotación del trabajo. México,
como consecuencia de la Reforma y de la victoria sobre la intervención
francesa, estaba en condiciones de ser socio no de enajenar el país.
Esta diferencia, fundamental para entender el curso de la historia del porfiriato
a la revolución y de ésta a las condiciones de nuestros días,
contiene la respuesta de las condiciones de las clases, de sus luchas y del
origen de nuestra convicción nacional desde la Independencia. El entendimiento entre dos codicias explica que en ocho años, de 1880 a 1888, millones de aztecas, como dijera Grant, trazaran las líneas Central y Nacional de los ferrocarriles con los ramales que llegaban a los sitios de embarque para exportar madera, pieles, azúcar, tabaco, frutos tropicales y, después, el petróleo. Los Estados Unidos recibieron a más bajos precios cuanto desearan de México; los hacendados, por su parte, ampliaron sus posesiones a costa de ejidos y pequeñas propiedades al someter a los campesinos al peonaje más abyecto. Fue tan cuantiosa la acumulación del capital, que en 26 años la burguesía mexicana pudo disputar en la Bolsa de Londres la compra de las acciones de las dos grandes líneas ferrocarrileras. Esta fue la primera “mexicanización” económica. Ni norteamericanos ni mexicanos imaginaron que con un sistema, que juzgaron perdurable, sembraban la semilla social de la Revolución Mexicana. Precisamente sus principales causas serían la lucha agraria de los peones, la batalla de los obreros y el antiimperialismo de la clase media. Las generaciones del porfiriato fueron las de la conformidad con ese convenio; se plegaron a las modalidades dictadas por los viejos “científicos” que explicaron su hegemonía política como la conquista de la paz y el orden, resultado de la evolución social, la teoría spenceriana de la dictadura que omitió la guerra a las comunidades indígenas y el exilio o la muerte de los opositores. La vida se ajustó con precisión a los fines implícitos
en el convenio con los Estados Unidos; frente a sus consecuencias, algunos hombres
de esa generación, como Andrés Molina Henríquez, Francisco
de Paula Sentíes, Filomeno Mata, Camilo Arriaga, Antonio Vanegas Arroyo
y José Guadalupe Posada, entre otros, hicieron la crítica para
demoler las bases de la dictadura, labor a la cual se agregarían los
más jóvenes: Ricardo Flores Magón, Lázaro Gutiérrez
de Lara y Luis Cabrera. La teoría de las generaciones, jóvenes estudiantes, deslinda un problema entre el carácter de quienes acumulan y se pliegan a los intereses creados, frente a los que se rebelan para crear nuevas etapas cuyo conocimiento enriquece la visión del pasado, la apreciación del presente y el ámbito donde nuestra voluntad encauza su acción en la sociedad, lo que nos lleva a considerar nuestra circunstancia en relación a los orígenes del porfiriato. El convenio de 1880 y la ruptura que va de 1906 a 1910, evoca el destino de dos generaciones: la que aceptó sus términos y fines y la que, 30 años después, destruyó sus consecuencias al recobrar el ímpetu crítico de los reformadores de 1857 para reanudar la lucha por la democracia. La vinculación de la historia y la política es una condición, por demás universal, para guiarnos con mayor certidumbre en el conocimiento de la historia y de la política; idea que expusiera Lord Acton en su cátedra inaugural en Cambridge: “…la ciencia política, dijo, es la única ciencia que el torrente de la historia va sedimentando como las pepitas de oro en las arenas del río: el conocimiento del pasado, archivar las verdades de la experiencia, es eminentemente práctico como instrumento de acción y poder para la humanidad futura”. Verdad política para interrogarnos ante nuestra circunstancia por el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá y confirmar si la historia del convenio de 1880 iluminó la decisión gubernamental al suscribirlo. No es una indagación teórica apartada de la vida sino lección que puede servir a la juventud para reconocer su probable misión futura. La nueva generación llegará a su plenitud intelectual en el próximo siglo, tendrá entonces la capacidad necesaria para analizar las consecuencias del Tratado de Libre Comercio; es decir, llevarlo adelante o corregirlo por lo que será privilegiada ya que a ninguna otra le fue dable asistir a un tránsito del que depende la independencia de México.
Si la joven generación se plegara a los bienes , a la utilidades, al mundo legado por los viejos de este siglo, será copia fiel de la que consolidara al porfiriato, pero si mantuviera su conciencia abierta al entendimiento de la realidad podrá servir, como otras del pasado, a la consolidación de lo que nos ha mantenido como pueblo: la voluntad de que no seremos, nunca más, territorio colonial o asociación ilimitada con la mayor potencia de este tiempo. Su dilema no es prescindible porque es un reto de dos soluciones: la conformidad o la corrección política, no necesariamente violenta. Puede encauzarse, como lo pretendieran de 1808 a 1812 los fundadores de nuestra democracia, la solución política para ajustar las consecuencias del Tratado si fueran nocivas para la mayoría, es decir, para la nación. Esta será una respuesta de excepcional trascendencia; lo contrario consolidaría una circunstancia, como la del porfiriato para repetir el ciclo, no necesariamente fatal, de las revoluciones. Señor rector, Honorable Consejo Universitario: estas palabras han tenido el propósito de revisar un aspecto de la realidad mexicana con un capítulo casi olvidado para desprender del río de la historia uno de sus granos de oro que nos advierte que la conciencia de la nueva generación tiene ante sí uno de los dilemas cruciales que, de vez en vez, se presentan en nuestra historia. No es advertencia sino reflexión ante los difíciles tiempos que vivimos. Agradezco a ustedes, señor rector y Honorable Consejo Universitario, el grado que me han otorgado en esta ceremonia. Al recibirlo, culmina una parte decisiva de mi vida, la del profesor que hiciera sus primeras armas en el Colegio del Estado, en el que descubriera mi vocación de estudioso del pasado de nuestra patria. Por el inmerecido honor de recibirlo, gracias; gracias a usted, señor gobernador, por su amistosa presencia; gracias a ti, Antonio Esparza, por los fines compartidos desde nuestra juventud. A esta benemérita casa de estudios, parte esencial de las convicciones
de mi trabajo, el agradecimiento de viva voz que he tenido para sus aulas, donde
las sombras de mis maestros y de mis amigos me han acompañado como un
coro de voces íntimas oídas en la soledad de mis dudas y de mis
esperanzas. Semblanza de
La grandeza de una institución se mide por la grandeza de sus hombres. Juego mágico de reflejos, el Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción que puede otorgar una universidad a quien ha enriquecido su vida y la de sus contemporáneos en la búsqueda de la verdad, ya sea por el recto camino de la ciencia o por el luminoso del arte. Doctorado por causa del honor; honor para quien lo recibe y honor para quien lo da. De acuerdo con el pensamiento de Jaime Torres Bodet, la juventud necesita de un aliento digno de los ideales de verdad y de libertad en cuyo acuerdo reconocemos la tradición más honrosa del pensamiento universitario. Deben ser testimonios cada día más eficientes de esa tradición las Casas de Estudio. Casas de Estudio, sí. Casas de inteligencia, innegablemente. Pero, al mismo tiempo Casas de solidaridad social en cuyos recintos aprenda el hombre a comprender su destino propio y a servir al de todos sus semejantes. Y ningún ejemplo tan aleccionador de verdad, de libertad y de justicia como el reconocimiento que hace la universidad por la obra de alguien. Al reconocer el mérito ajeno, se reconoce a sí misma. Hoy, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla otorga el Doctorado Honoris Causa a Gastón García Cantú, un poblano, un mexicano universal. Sólo por cumplir con el protocolo haré una breve semblanza de él, pues ya existe un magnífico ensayo sobre su vida y su obra de la escritora Martha Robles, titulado “Gastón García Cantú: su patria desgarrada”, que forma parte del libro Espiral de Voces, editado por Difusión Cultural de la unam; semblanza de la que citaré, en su momento, párrafos relevantes. 1917. Se promulga la Constitución Política de la República Mexicana, y la Revolución se institucionaliza. Los artículos 3, 27, 123 y 130 colocan la nación en un lugar de privilegio en el concierto universal. 1917. Nace en la ciudad de Puebla Gastón García Cantú, cuando todavía se respiraban aires de provincia, agitados, ocasionalmente, por las violentas ráfagas que desde la capital del país anunciaban las convulsiones con que se formaba un México nuevo que al fin se desprendía de un pasado de profundas injusticias sociales para ofrecer al pueblo, sin distinciones, igualdad de oportunidades. Al menos ése fue el espíritu de nuestra Carta Magna. Ingresa Gastón García Cantú al entonces Colegio del Estado a muy temprana edad para cursar el bachillerato, y absorbe en sus aulas todas las corrientes del pensamiento que habían encontrado refugio en las que ya era la Máxima Casa de Estudios de Puebla.
Al cerrar sus puertas el Seminario Palafoxiano, muchos de los estudiantes que cursaban por igual la carrera eclesiástica y alguna de las carreras llamadas liberales (medicina, derecho e ingeniería), ingresaron al Colegio del Estado para terminar sus estudios laicos, y después formaron parte del grupo de maestros de la preparatoria. Pero también impartían clases en ese nivel, profesionistas forjados en la gran tradición liberal que imperaba en el Colegio desde los tiempos de Ignacio Manuel Altamirano, y que culminó en el movimiento estudiantil que apoyó en 1910 la candidatura de Francisco I. Madero a la Presidencia de la República. Gastón García Cantú nutrió su mente tanto en las fuentes del pensamiento clásico como en las renovadoras de su tiempo. Su pasión por la cultura se despierta desde aquella época, y va de Platón a Tomás Moro, y de éstos a Ortega y Gasset y a Unamuno. Es entonces cuando descubre a México, al que ama profundamente, y empieza a estudiarlo con rigor científico a partir de El Perfil del Hombre de Samuel Ramos. Vive intensamente, desde Puebla, los grandes acontecimientos de sus años estudiantiles; el Colegio del Estado se erige en Universidad en 1937; quedan atrás las luchas de los generales por el poder en México, y sale del país el último de los grandes caciques nacionales, Plutarco Elías Calles, para que el presidente electo por el pueblo pueda gobernar por sí mismo. Europa está al filo de la guerra, y España se ensangrenta por el levantamiento de Franco. Gastón García Cantú observa los acontecimientos, los analiza,
lee y medita. Ya los libros son su mundo. Gastón García Cantú empieza a escribir. Su primera obra es un libro de cuentos: Los falsos rumores. Y ya en esos cuentos se advierte su angustia por México, su dolor por México. Literatura de denuncia en la que campea su gran poder de indignación porque se había detenido el vuelo hacia el futuro promisorio que emprendió el país con la Constitución de 1917. Los falsos rumores, a excepción del cuento titulado “El barco de papel”, que es una deliciosa añoranza de la Puebla de los años veinte, presenta narraciones de crítica social y política de fuerza arrolladora, que de alguna manera Gastón García Cantú ha seguido cultivando en toda su obra posterior. En 1945 participa Gastón García Cantú en la fundación de la Revista Cauce, asamblea de jóvenes intelectuales poblanos, a quienes encauza en la idea de México. Es también el año en que inicia su carrera periodística como director de El Sol de Puebla, y donde forma un magnífico cuerpo de redacción integrado, en su mayor parte, por universitarios. Periodismo limpio, valiente, vertical fue el ejercido por Gastón García Cantú desde la primera tribuna que ocupó. Después de esa experiencia, García Cantú reingresa a la Universidad de Puebla, como director de la escuela preparatoria y catedrático de sociología mexicana. Como funcionario, García Cantú le dio un nuevo impulso a la enseñanza preparatoria, y logró consolidar en los planes de estudio el equilibro entre las humanidades y las técnicas. Equilibrio entre el pensamiento y la acción. Equilibrio, en fin, entre el desarrollo de la persona, la fidelidad a la Patria y la solidaridad para todo el linaje humano. Años después, Gastón García Cantú encontró la oportunidad de exponer esos principios como delegado ante el Congreso de 1952 celebrado en la ciudad de Guanajuato por la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior de la República Mexicana, durante el cual se definió la función de la Enseñanza Media Universitaria como “el nivel que prepara para las profesiones y para la vida”.
Como catedrático de sociología mexicana, Gastón García Cantú despertó en sus alumnos la misma pasión por México que ardía en su pensamiento, orientada ya por el rigor de la investigación académica. En 1952 fue nombrado director de la Hemeroteca de la Universidad de Puebla, que no era, entonces, más que un enorme depósito de periódicos, revistas y folletos. Él no solamente ordenó y clasificó ese acervo, sino que, con medios económicos logrados por sus gestiones personales, adaptó el local en el que se dio servicio al público en general y a los investigadores en particular. Desafortunadamente para la Universidad de Puebla, pero como un reconocimiento al prestigio intelectual que ya había alcanzado Gastón García Cantú, fue llamado a codirigir el suplemento dominical de Novedades, México en la Cultura, que por más de una década fue el rector de la vida cultural de nuestro país. Ni la Universidad de Puebla ni nuestra ciudad fueron olvidadas por García Cantú. En varias ocasiones, el suplemento de Novedades estuvo dedicado a Puebla, con la colaboración de lo más granado de la inteligencia poblana: Horacio Labastida, Juan Porras Sánchez, Ignacio Ibarra Mazari… En la misma época ingresa al Instituto Normal Indigenista, y profundiza su conocimiento y su amor, por la otra cara de México. Pero la vocación más entrañable de Gastón García Cantú es la universitaria; y esa vocación tiene la oportunidad de manifestarse plenamente cuando se hace cargo del Departamento de Difusión Cultural de la unam, como Director General, y da impulso extraordinario a las diversas actividades de las que fue responsable, entre las que destacan las de teatro, música, danza, letras, museos y Radio Universidad. Dirigió, también, la revista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Tuvo a su cargo dos centros de investigación de gran importancia: el de Relaciones Internaciones y el de Asuntos Políticos, y fundó las revistas en que se publicaron los resultados de los trabajos de esos centros. Todo esto culminó al recibir un honor excepcional: el Consejo Universitario lo
nombró Profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas,
e impartió sus clases hasta su jubilación. Además, desempeñó
el encargo de Consejero Universitario. Gastón García Cantú prestó sus servicios a la Universidad Nacional Autónoma de México durante más de 25 años, hasta alcanzar su jubilación en 1982. Inicia su labor universitaria en Puebla, y la corona espléndidamente en la capital de la república. Ingresa a Excélsior como colaborador y se convierte en el crítico más agudo del gobierno de la república y, sin duda, en el mejor comentarista de su tiempo. Los grandes problemas nacionales constituyen el tema constante de sus
artículos, señala aciertos y desaciertos y propone rumbos y soluciones que sustenta
en el ya para entonces exhaustivo conocimiento que tiene de la historia de
México. Durante seis años, Gastón García Cantú recorre los estados de la república, dedicado a la conservación tanto de los sitios arqueológicos que son el orgullo de México, y a los que dignifica, como a la defensa de los monumentos coloniales, e inicia las gestiones para que la unesco considere algunas de nuestras ciudades, Puebla entre ellas, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Una de sus obras trascendentes para la historia de nuestro país es la fundación del Museo de las Intervenciones, situado, a manera de símbolo, en el ex Convento de Churubusco. Al terminar brillantemente su gestión en el Instituto, Gastón García Cantú se dedica, como lo ha hecho durante más de cincuenta años, a estudiar, investigar y escribir en diversos medios de comunicación. Durante sus viajes a España, realizados en los últimos diez años,
ha incrementado su conocimiento de la historia de México al revisar
los archivos de Madrid, de Sevilla y de Salamanca.
La vocación de Gastón García Cantú por la historia es un prisma de múltiples facetas, que absorbe todos los colores del iris, pero que cuando concentra su luz, arde. Por ello, sus obras, en particular El pensamiento de la reacción mexicana, El socialismo en México. Siglo xix y Las invasiones norteamericanas en México, forman parte de los antecedentes necesarios para quienes analizan las transformaciones nacionales. Labor, la de Gastón García Cantú, de análisis y de síntesis de la historia de nuestra Patria, examinada desde adentro y desde afuera. Sus testimonios tienen bases muy lejanas y muy cercanas. Desde su concepto de la justicia, de honda raíz platónica: “Justicia consiste en decir la verdad”, hasta el pensamiento de Jesús Reyes Heroles y Vicente Lombardo Toledano. También de origen clásico es su amor por la palabra, según la definición de Jorge Luis Borges: Si como quiere el griego en el Cratilo Para terminar, recurro al ensayo de Martha Robles, que retrata a Gastón García Cantú con breves y firmes rasgos, con palabras de él y de dos de los hombres más notables de México: Dice Gastón García Cantú de sí mismo: “Mi nacionalismo proviene de los liberales que reformaron México. No es, en manera alguna, la exaltación o el rechazo surgidos durante el obregonato: el color y la forma con la mentira pública. Es amor por el país y apego a la obra universal de la cultura, lo cual excluye el odio y el engreimiento. Nacionalismo que va de la fundación de la República a la era prodigiosa de Juárez, contrario al que acompañara los asaltos al poder de Santa Anna a Porfirio Díaz, y de éste a la diarquía de Obregón y Calles, que ensombrece todavía el entendimiento de la realidad mexicana. Lo nacional en mí, no es padecimiento ni lamentación, sino origen que me ennoblece por el estudio de su Historia...” Alfonso Reyes, en el primer tomo de sus obras completas, escribió esta dedicatoria: “Para Gastón García Cantú, cuya amistad conforta la naciente fatiga de mi vida y mis años (1957).” Esta cita habla no del intelectual, sino del hombre, que ha sabido hacer de la amistad un culto entrañable. Don Lázaro Cárdenas, al recibir un ejemplar de El pensamiento
de la reacción mexicana, escribió una hermosa carta a su autor,
con fecha 6 de julio de 1965, en la que dice: “… Su lectura proporciona
una visión escalonada de los intereses políticos, económicos
y sociales que la reacción mexicana ha defendido siempre, distinguiéndose
por natural e inevitable resistencia a las innovaciones que la colectividad
va exigiendo para abrir cauces permanentemente nuevos al desarrollo de la sociedad
y que, en nuestra historia se definen con la lucha antifeudales y revolucionarias
de los mexicanos…Las introducciones que usted hace permiten una mejor
interpretación del pensamiento y la acción de los conservadores
ante situaciones nacionales e internacionales complicadas, difíciles
y aún dolorosas… es evidente, como usted lo ha señalado
varias veces, que la historia de México es, esencialmente, la historia
de la lucha por la tierra y por la independencia nacional. Estos dos problemas fundamentales son los que despiertan mayor interés entre los mexicanos
al hacerse más conscientes de que de su justo manejo depende el desarrollo
económico independiente y el progreso social del país…” Únicamente a manera de información mencionaré el número de sus obras, y algunos de los títulos más importantes: 18 libros que acopian los temas fundamentales del pasado y el presente de México, entre los que destacan, aparte de los ya indicados en otra parte de esta semblanza, Utopías mexicanas, El desafío de la derecha e Idea de México, en seis volúmenes y Los intelectuales y el poder. Dos antologías: Textos de Historia Universal, y la más reciente Lecturas de Puebla, en tres volúmenes, editada por el gobierno del estado de Puebla en 1994. Quince folletos, y más de mil artículos de fondo con los que ha
colaborado en las siguientes publicaciones mexicanas: La Cultura en México, Suplemento Cultural de la revista Siempre; Revista
de la Universidad de México; Cuadernos Americanos; Humanismo Plural
(primera época). Gastón García Cantú por Horacio Labastida
os hechos ilustran en mucho las reflexiones que deseo compartir con mis lectores sobre Gastón García Cantú, recientemente muerto en nuestra Puebla natal. Durante su gira a la Presidencia Lázaro Cárdenas se alojó en el céntrico Royalty, y el grupo cardenista que habíamos formado algunos estudiantes del antiguo Colegio del Estado decidió exponerle nuestro apoyo. Llegamos tres: Saturnino Téllez, García Cantú y yo; minutos después se nos acercó. Sentí su mano vigorosa al saludarlo, y de inmediato le expresé nuestro apoyo por estar convencidos de su dignidad para ocupar Palacio Nacional. Agradeció mis palabras y nos preguntó cuántos formaban nuestro partido. Estamos con usted tres, contesté, pues faltaron dos más; en total somos cinco. Nos sonrió y se despidió con estas palabras inolvidables: “jóvenes, únanse y luchen por que en México haya una sociedad justa y libre.” ¡Bravo!, gritó Gastón y añadió: “¡su invitación será nuestro destino!” El otro hecho es también imborrable. El maestro Carlos Ibarra ocupó la dirección de la primera Escuela Secundaria Socialista, instalada frente al Paseo Bravo y la antigua avenida de la Paz. Buen número de estudiantes del Colegio del Estado ocupó cátedras de ciencias políticas y sociales; recuerdo a Enrique Aguirre, Saturnino Téllez, Gastón García Cantú y Manuel Popoca, todos admiradores del brillante Vicente Lombardo Toledano y sus debates con Antonio Caso. Yo participaba entonces en el grupo anarquista inspirado en Ricardo Flores Magón junto con Armando Mireles y Ovidio Moreno, poniéndonos en marcha al relacionarnos con Manuel Rivera, líder muy significado en la Federación Regional de Obreros y Campesinos (froc) y su apoyo a los trabajadores de la Compañía de Luz durante la huelga sangrienta reprimida por la comandancia militar de Maximino Ávila Camacho, antes de su ascenso a la gubernatura local. Las diferencias entre los flores-magonistas y los socialistas nos mantuvieron en el constante diálogo que nos llevó a bellas y fantásticas especulaciones. Pero Gastón y yo fuimos insistentes en advertir que atrás de las tormentas se hallaba el enorme poder de las multinacionales disfrazadas en el gobierno de Washington, y para esto trajimos el caso de la Cuba de Martí. Lo ocurrido no estaba muy lejos en el ayer y la Enmienda Platt 1 a la constitución de la naciente república antillana era objeto de nuestras preocupaciones. Para dominar a Latinoamérica los acaudalados jugaban un juego militar que sugería la necesidad de establecer naciones democráticas con soberanías enajenadas por el imperio monopolista del dólar. Cuando las huestes cubanas liquidaban ya a los ejércitos españoles y a punto de vencer a la añosa corona castellana, los capitalistas dueños de las haciendas cañeras se alarmaron porque la independencia nacional los purgaría en nombre del bien común. Impedir esta posibilidad fue el motivo que movió a la Casa Blanca de McKinley y Teodoro Roosevelt a enviar tropas contra España, simulando adhesiones a la insurgencia de Máximo Gómez. Con facilidad derrotaron a la regenta hispana María Cristina y su joven heredero al trono Alfonso xiii, se entendieron con éstos en París sin consultar a las milicias cubanas liberadoras, y con el poder en la mano fundaron la simulación de una república sin derechos de autodeterminación. El fracaso fue ostentoso en los siguientes 57 años. Las crueles y brutales tiranías de Gerardo Machado y Fulgencio Batista dan el perfil de la realidad impuesta por el plattismo y su gemelo, la barbarie. La fullería del modelo plattista preocupó a Gastón García Cantú durante toda su vida y en la obra intelectual que nos dejó, sustanciada en la socrática moral de bregar por llevar adelante los ideales supremos del pueblo. Así lo hizo el periodista e investigador desde que publicó sus cuentos Los falsos rumores, aplaudidos por Arnaldo Orfila Reynal, hasta sus libros sobre el pensamiento reaccionario en México, las invasiones estadounidenses a nuestro país y la izquierda mexicana, recogidos ahora en las obras completas que recientemente concluyó Fondo de Cultura Económica. El pensamiento de Gastón García Cantú distingue en todo momento los poderes que oprimen a las naciones y las rebeliones de éstas contra la opresión, entrañablemente unido este juicio a la grandiosa historia liberadora de nuestro país. Mucho discutimos sobre las raíces populares de los Sentimientos de la nación, de Morelos; sobre la práctica de Gómez Farías y la teoría de José María Luis Mora en el iluminismo mexicano (1833); y en relación con el Juárez insurgente de 1858 y el victorioso de 1867, así como sobre el movimiento maderista en 1910, la grandeza de Zapata y Villa y el Artículo 27 de la Constitución de 1917. Y con gran vigor hacia García Cantú un recuerdo del sabotaje contrarrevolucionario que ha dinamitado los trascendentales esfuerzos por establecer una civilización justa, según las banderas que se izaron en el país en el sexenio cardenista, singular entre las 19 presidencias que hemos tenido desde Carranza hasta la actual de Vicente Fox. Contra ese trágico sino luchó Gastón García Cantú. Denunció a los colaboracionistas de los barones del dinero; sus sueños no han sido sólo sueños como los del Siglo de Oro de Calderón de la Barca (1600-1681); no, en México la juventud sigue leyendo en las páginas de la obra magistral que García Cantú legó a las nuevas generaciones. En verdad, los sueños no sólo sueños son; al contrario, las utopías son juicios críticos que nos llevan hacia un mundo sin explotaciones, noble, bueno y equitativo. 1 Enmienda Platt, con nombre de su patrocinador Oville Platt, senador por el estado de Conecticut, que es un instrumento de intervención de eu en los asuntos internos de la República de Cuba en los años 1902-1934. eu, al reconocer la independencia de Cuba, restringió su soberanía por un tratado firmado con este país, en que se estipula que Cuba tenía la obligación de incorporar en su constitución lo siguiente: El gobierno cubano concede a eu el derecho de intervención con el fin de
mantener la independencia de Cuba. Esta fórmula fue introducida por el
Congreso de eu a través de la enmienda a la ley sobre los gastos militares
del gobierno de eu, 30
vi 1902, presentada por el senador Platt, quien supeditó
la votación de esta ley a la aceptación de la citada fórmula
por el gobierno cubano, lo que fue aprobado por el Congreso. Cuba tuvo que consentir
también la instalación de una base militar norteamericana en la
bahía de Guantámano. eu hizo uso de la
e. P. para sus intervenciones
armadas en 1906, 1912, 1917 y 1924, y en 1934 para la presencia ostentosa de sus
buques de guerra en aguas jurisdiccionales cubanas. El 29 v 1934 el nuevo tratado
firmado entre eu y Cuba abrogó la fórmula de Platt, pero mantuvo
en pie el derecho de eu a Guantámano. Tomado de Enciclopedia mundial de
relaciones internaciones y Naciones Unidas. P. 522 Edmund Jan Osmañczyk.
fce.
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| Comentarios y
Sugerencias: Tiempo Universitario es una publicación del Archivo Histórico Universitario de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla
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