Año 7, número 13
H. Puebla de Zaragoza a 22 de julio de 2004

Antonio Esparza Soriano:
una vida entregada a los ideales

Por: F. Humberto Sotelo Mendoza

Los ideales, los pensamientos,
Nunca nos abandonarían,

Ni siquiera con la propia muerte

Antonio Esparza Soriano,
Aún es mía la estrella de la tarde

En uno de los poemas que forman parte del libro Aún es mía la estrella de la tarde, Antonio Esparza Soriano escribe:

Una sola palabra
puede explicarlo todo: bastaría
decir Hombre, y no estrella, ni cieno.

 
Antonio Esparza Soriano
E

sas palabras pueden aplicarse perfectamente a su autor, a quien podríamos llamar poeta, hombre de letras, historiador, erudito, y decenas de otros vocablos más referentes a su personalidad: pero ante todo es un sabio, en el sentido más amplio del término, esto es, un hombre para quien el conocimiento no es sólo una suma de saberes, sino un medio para acceder a la comprensión de sí mismo, del prójimo y en general del ser humano.

Pero bien, se preguntará el lector, ¿por qué dedicamos este número de Tiempo Universitario a Antonio Esparza Soriano? Porque se trata de un hombre que ha hecho grandes aportaciones a las letras de nuestro estado y a la vida cultural y académica de nuestra máxima casa de estudios.

Antes de hablar de las mismas, haremos algunas referencias biográficas.

Nació en Aguascalientes en 1921, pero apenas cumplidos los tres años su familia decidió trasladarse a Puebla. En 1932 ingresó a la Escuela Normal, institución en la que participaban como maestros algunos de los más preclaros profesores del Colegio del Estado, entre ellos Delfino C. Moreno y Gregorio de Gante —dos de los mejores poetas poblanos, si es que no los mejores, de esa época— quienes habrían de ejercer una gran influencia sobre su vocación literaria. Una vez que concluye sus estudios normalistas, en 1937 —en ese entonces el plan de estudios de esta instancia educativa se cursaba en 7 años— decide ingresar a la naciente Universidad de Puebla (recordamos al respecto que el 4 de abril de ese año el H. Congreso del Estado emite un decreto mediante el cual el Colegio del Estado se transformaba en Universidad de Puebla), inscribiéndose en su escuela Secundaria, en donde se le revalidan buena parte de las materias cursadas en la Normal. Ahí entabla amistad con dos muchachos que al igual que él tenían inclinación por la poesía, Nicolás Reyes Alegre y Salvador Medina Cruz, con quienes pasa todos los fines de semana ejercitándose en dísticos, tercetos, cuartetos, sonetos, etc., con el propósito de labrar su formación en ese complejo arte. En 1940 cursa la preparatoria de la Universidad, en donde conoce a Juan Porras Sánchez —una de las mentes más brillantes de Puebla en el siglo pasado, quien destacó de manera notable en el campo de las ciencias sociales y de la abogacía, y quien fue dos veces secretario general de la Universidad Autónoma de Puebla—, quien habría de convertirse en su dilecto amigo de toda la vida. Juntos emprenden algunas empresas culturales que dejarán una impronta imborrable en Puebla y en su principal universidad.

Una vez que culminan sus “ritos de iniciación” en la poesía decide participar en el Certamen Poético que convoca la ciudad de Guanajuato en 1941, a nivel nacional, con motivo del cuarto centenario de su fundación. El jurado está integrado por Alfonso Reyes, Julio Jiménez Rueda, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, en ese tiempo los representantes más notables de las letras mexicanas. La convocatoria establece que los interesados pueden elegir entre dos temas: uno libre, y otro dedicado a la ciudad de Guanajuato. Esparza Soriano elige el primero, y obtiene el primer lugar. De este modo pasa a convertirse en el poeta más destacado de Puebla en esos años.

Formación del Grupo Cauce y de la corresponsalía
en Puebla del Seminario de Cultura Mexicana

E

n 1945, de consuno con sus amigos Juan Manuel Brito, Juan Porras Sánchez e Ignacio Ibarra Mazari (quienes, a excepción del tercero, eran profesores universitarios) promueve la fundación del grupo Cauce —al que se agrega poco después Gastón García Cantú— con el objeto de renovar la cultura de Puebla, que por esos años manifiesta señales inequívocas de decadencia y estancamiento. En este lugar no abordaremos el impacto que provocó dicho grupo en la vida cultural de nuestra entidad, tanto por limitaciones de espacio como por el hecho de que ya en Tiempo Universitario (número 19, 16 de octubre de 2003) publicamos un trabajo —brillante por cierto— dedicado a analizar las contribuciones de Cauce, el cual fue elaborado por José Pablo Acuahuitl Asomoza.

Habría que subrayar que el esfuerzo por renovar la cultura de Puebla por parte de dicho grupo no fue solo una propuesta audaz: fue también una propuesta temeraria, tomando en cuenta las condiciones políticas y sociales que imperaban en la entidad en esa etapa. Por esos años se recrudece el autoritarismo gubernamental del enclave caciquil creado por Maximino Ávila Camacho, resultado del ahondamiento de la crisis política y económica que vive el estado en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Como suele suceder en periodos de crisis, los gobernantes adoptan medidas de endurecimiento político, temiendo que las “cosas salgan de control”. En ese contexto, los sectores más conservadores de la entidad estimulan el anticomunismo, desatando una ofensiva no solo contra todos aquellos individuos “sospechosos” de comulgar con las ideas socialistas, sino incluso con las ideas liberales.

Antonio Esparza Soriano y la mayoría de sus amigos del Grupo Cauce, años después habrían de sufrir en carne propia las consecuencias de haber “osado” contribuir a la renovación de la cultura en Puebla. De esto hablaremos más adelante. Por el momento queremos resaltar que en 1945 obtiene su segunda gran presea literaria, esto es, el premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, en el que participan como jueces José Gorostiza, Carlos González Peña y Xavier Villaurrutia, confirmando así su impronta de mejor poeta de Puebla de esa época.

Como era de esperar pasa a convertirse en un personaje sumamente respetado y reconocido por los principales sectores literarios del país, hecho que lo lleva a establecer contacto con no pocos de los principales escritores y artistas mexicanos de esa época, lo cual a la vez permite que el proyecto del Grupo Cauce desborde las fronteras de Puebla, propiciando que sus miembros sean invitados a participar como corresponsales en la entidad del Seminario de Cultura Mexicana, institución creada por el presidente Manuel Ávila Camacho con el objeto de difundir la ciencia y la cultura a nivel nacional. En ella participaban personajes renombrados como Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli, Antonio Castro Leal, Agustín Yáñez, Esperanza Cruz, Fanny Anitúa, Julián Carrillo, quienes visitaron nuestra ciudad capital en varias ocasiones, gracias a sus vínculos con el Grupo Cauce, quien se daba a la tarea de organizar semanas culturales. De este modo Esparza Soriano y los otros miembros del grupo multicitado contribuyeron a que Puebla rompiera con su aislamiento y provincianismo intelectual, convirtiéndola en una de las ciudades más dinámicas de la nación en el campo de la cultura.

Es de subrayar que si alguna institución fue beneficiada por las actividades del Grupo Cauce fue la Universidad de Puebla, en cuyo Paraninfo y Salón Barroco se celebraban no pocas de las conferencias y actividades a que hicimos alusión. Otros espacios eran el Teatro Principal y el Cine-Teatro Guerrero.

Paraninfo: enero de 1954. Los consejeros universitarios escuchan las argumentaciones de Antonio Esparza respecto a la preparatoria nocturna.

El entonces rector de la Universidad de Puebla Horacio Labastida (1947-1951) le brindó un gran respaldo a la Corresponsalía, aparte de impulsar algunas iniciativas encaminadas a fortalecer los proyectos culturales del Grupo Cauce. Así, por ejemplo, aprobó la creación del Teatro Universitario, con el propósito de que el dramaturgo Ignacio Ibarra Mazari contase con un espacio adecuado para promover su gran proyecto teatral, gracias al cual Puebla ingresó al teatro universal.

En contrapunto a su labor literaria Esparza Soriano ejerce la docencia en la única preparatoria que tenía la Universidad de Puebla en ese tiempo (sin nombre propio), durante los años de 1947 a 1958. Su prestigio como catedrático lo lleva a convertirse en director de la recién fundada Preparatoria Nocturna, en la que estableció por primera vez en Puebla los periodos semestrales, de 1952 a 1955.

También incursiona —en el breve lapso de 1946 a 1948—en el periodismo, concretamente en el El Sol de Puebla, diario en el que su amigo y colega del Grupo Cauce, Gastón García Cantú, había sido nombrado subdirector —aunque ejerciendo de hecho la dirección—, quien no tarda en convertir a dicho medio informativo en un diario audaz, con posturas críticas, y sin las ataduras tradicionales de la prensa local y nacional. A efecto de cristalizar dicho objetivo invita a Esparza Soriano a participar en el diario como jefe de redacción, actividad que asume con diligencia y entusiasmo. Desde esa trinchera periodística se dan a la tarea de cuestionar acerbamente no sólo el autoritarismo del grupo en el poder sino también la miopía cultural e histórica de ciertos núcleos empresariales de Puebla quienes por esos años se proponen destruir algunos de los principales edificios y joyas arquitectónicas de la ciudad capital, en aras de imitar el modelo urbano de los Estados Unidos.

Así, logran —de consuno con el pintor Pablo Loreto y los otros miembros del Grupo Cauce— evitar la destrucción de la Casa del Deán, en cuyo interior se encontraban diversos murales renacentistas, únicos en su tipo en todo el país. Esto les ganó la animadversión y hostilidad de las “fuerzas vivas” de la entidad —sobre todo con los esbirros del avilacamachismo—, a quienes de por sí ya les parecía una “audacia desmedida” el intento de abrirle paso a un medio informativo que se propusiera hablar con la verdad, propiciando que tanto García Cantú como Esparza Soriano renunciasen al periódico. El primero optó por trasladarse a la Ciudad de México, en busca de otros horizontes, y el segundo optó por dedicarse de lleno a sus labores docentes en la Universidad de Puebla.

Uno de los libros más recientes de Esparza Soriano.

La participación de Antonio Esparza Soriano en el ii Congreso Nacional de anuies, en 1954, y en la defensa de la preparatoria de la Universidad de Puebla, en 1956

U

na vez que accede a la dirección de la Preparatoria Nocturna—en 1952—, Esparza Soriano despliega múltiples esfuerzos encaminados a elevar el nivel académico de la misma, intentando principalmente establecer un equilibrio adecuado entre las ciencias naturales y las humanidades. Esta situación le permite compenetrarse con la problemática de la educación media superior, convirtiéndolo en uno de los principales —si es que no en el principal—expertos de la universidad en ese campo, lo cual propicia que las autoridades lo nombren como delegado al Segundo Congreso General de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior de la República Mexicana (anuies), que habría de celebrarse en la Universidad de Guanajuato en febrero de 1954, en el que se aborda como punto central la revisión de los planes de estudio de la enseñanza preparatoria, con el objetivo de fijar metas comunes para dicho nivel educativo en todo el país. También participan como delegados Gastón García Cantú, Juan Manuel Brito, y el entonces rector de la universidad, Gonzalo Bautista O’ Farril. La representación de Puebla presenta una ponencia muy brillante en la que se plantea que el bachillerato no es sólo una fase preparatoria para el nivel profesional sino es, ante todo, un nivel esencial para la formación moral y humanística de los educandos. En consecuencia debe existir en las preparatorias un perfecto equilibrio entre las ciencias y las humanidades, aparte de la introducción de algunas asignaturas que tengan que ver con la problemática específica —política, cultural, social, etc.— de cada estado. Aparte de convertirse en el hilo conductor de los debates, la ponencia presentada por la delegación de la Universidad de Puebla delineó los aspectos más importantes de la reforma de las preparatorias a nivel nacional, por lo cual fue aprobada por unanimidad. De esta forma nuestra institución contribuyó de manera decisiva a la reforma del bachillerato que se impulsó en el año de referencia. Gran parte de ese mérito le corresponde, reiteramos, a Esparza Soriano, sin dejar de reconocer, desde luego, las aportaciones de sus compañeros del Grupo Cauce, Juan Manuel Brito y Gastón García Cantú.
 

 

La muerte de los ángeles
Todos los ángeles han muerto...
vámonos a enterrar sus esqueletos
en la selva de lágrimas del viento.
La noche es el gran cadáver único
sin órbitas y sin calcio en los huesos,
esperando a los hombres fabulosos
que lo lleven al cementerio.
No bastan los jardínes de la primavera,
ni de todas las primaveras del universo,
para cubrir de rosas los sepulcros,
porque todos los ángeles han muerto.
Entre los labios de los niños
se retuerce la voz estrangulada de silencio,
y los ojos de la humanidad entera
son gérmenes de océanos negros.
Un gran dolor entinta de sombríos fantasmas
las circuvoluciones del cerebro,
y envenena de imágenes podridas
la atmósfera del pensamiento.
Vámonos a vestirnos con el luto
carbonizado en llamas de recuerdos,
y a esculpir, en un desfile doliente,
sobre las tumbas, lápidas de besos.
Todos los ángeles han muerto.
Gloria a sus alas que se elevan,
y paz a la fatiga de sus cuerpos.

En 1956 nuestro personaje protagonizó otro hecho de suma relevancia para la vida académica de nuestra institución: combatió el intento del gobernador Rafael Ávila Camacho de arrebatarle la preparatoria a la universidad, logrando involucrar al Consejo Universitario en ese objetivo, contando al respecto con el apoyo de la Federación Estudiantil Poblana (fep). La historia es la siguiente: en el año de referencia el citado mandatario fundó en Puebla los centros escolares —que impartían desde la educación preescolar hasta la preparatoria—,pero como los mismos tenían que incorporarse a la Universidad de Puebla y regularse por sus planes de estudio, decidió darles plena independencia enviando al Congreso del Estado un proyecto de ley que separaba la enseñanza preparatoria de la universidad, integrando la misma a la Dirección General de Educación Pública. El Congreso, como se acostumbraba en esa época, aprobó sin dilación tal iniciativa, sin tomarse la molestia de consultar a la comunidad universitaria. Se trató, como se dice popularmente, de un verdadero “albazo” legislativo. Por fortuna la noticia llegó a oídos del entonces presidente de la fep, Francisco Arellano Ocampo, quien la comunicó a su vez a Esparza Soriano, con quien sostenía una gran amistad. Ambos solicitaron la intervención del Consejo Universitario en aras de impedir la consumación de esa atrocidad, logrando el respaldo de la mayoría de sus miembros. El Consejo nombró una Comisión que se diese a la tarea de investigar acerca de ese asunto, encargándole al mismo tiempo la misión de formular una respuesta que incluyese los aspectos jurídicos. Tal tarea recayó en los directores de la Preparatoria Diurna y Nocturna, en orden respectivo Wulfrano Labastida y Antonio Esparza Soriano; en el director de la Escuela de Derecho, Ernesto Castro Rayón, y en el presidente de la fep, Francisco Arellano Ocampo, quienes se enfrentaron al siguiente dilema: ¿cómo demostrar la ilegalidad del decreto gubernamental? Había serias dudas al respecto. El mismo Castro Rayón —quien también era magistrado del Tribunal Superior de Justicia de la entidad—argüía que no había ley ni ordenamiento alguno que le impidiese al representante del poder ejecutivo tomar la decisión aludida. ¿Entonces...qué hacer? Frente a tal inquietud, Esparza Soriano procedió a revisar minuciosamente la Constitución del Estado de Puebla de 1917 —que por ese entonces continuaba vigente— y encontró un artículo que decía, palabras más, palabras menos, que cuando el Colegio del Estado se convirtiese en universidad tendría a su cargo la enseñanza superior y la media superior, o sea, las escuelas profesionales que habían pertenecido al Colegio y la preparatoria.

Al descubrir ese artículo Esparza Soriano se puso en contacto con sus colegas de la comisión quienes —no obstante la reticencia de Castro Rayón—se percataron que ahí estaba la base jurídica necesaria para echar abajo el decreto de Ávila Camacho. De inmediato elaboraron un proyecto destinado a presentarse ante el Consejo Universitario el cual fue aprobado por mayoría, acordando al mismo tiempo dárselo a conocer al gobernador, designando a la misma comisión la tarea de entrevistarse con éste para darle a conocer su dictamen. El primer mandatario —sin ocultar su disgusto—no tuvo más remedio que echar abajo el decreto que desmembraba la preparatoria de la universidad. ¡De este modo la comunidad universitaria obtuvo un gran triunfo! Lamentablemente la flaqueza de nuestra memoria histórica nos ha hecho olvidar el papel que desempeñó en ese incidente Antonio Esparza Soriano.

En la dirección de la Biblioteca Lafragua

Portada del libro 28 de la colección Lecturas Históricas de Puebla. 1989.

E

n 1957 Antonio Esparza Soriano fue nombrado director de la Biblioteca Lafragua, procediendo de inmediato a reorganizar tal dependencia, continuando así con la labor iniciada por el poeta Delfino C. Moreno, quien durante varios años estuvo al frente de la misma.
En octubre de ese año la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, apoyada por la unam, convocó a todas las universidades del país a una reunión extraordinaria de los directores de sus bibliotecas para constituir un organismo nacional que incrementara la calidad de los servicios, los acervos bibliográficos y el intercambio de información de la anuies. En dicha reunión se eligió la mesa directiva, quedando como copresidentes fundadores de la Asociación Nacional de Bibliotecarios el licenciado Rafael Montejano, director de la Biblioteca de la Universidad de San Luis Potosí, y Antonio Esparza Soriano, director de la Biblioteca Lafragua de la Universidad de Puebla.

Un año después —en febrero de 1958— se celebra en la Universidad Autónoma de Puebla el Primer Congreso Nacional de la Asociación Nacional de Bibliotecarios, con el apoyo de la Biblioteca Nacional y de la Biblioteca Central de la unam. El evento se inauguró en el Paraninfo, e hicieron acto de presencia todos los directores de las bibliotecas universitarias y la mayoría de los rectores del país. Hubo además una serie importante de actividades culturales, entre las que destacó una conferencia sobre la historia de la imprenta en Puebla, y otra —impartida por Esparza Soriano— en la que se dieron a conocer las aportaciones de la Biblioteca Lafragua a la Bibliografía Poblana de José Toribio Medina.

El incidente de la “Opera Medicinalia

E

n otro de sus poemas de Aún es mía la estrella de la tarde, escribe Antonio Esparza Soriano:

El odio, a dentelladas,
se devora a sí mismo
emponzoña la raíz de la sangre
y nos corta las alas

Podríamos aplicar estas palabras al hostigamiento que comenzó a ser objeto su autor poco después del incidente a que hicimos alusión en líneas anteriores, el cual propició que los esbirros del avilacamachismo al interior de la universidad llegaran a la conclusión de que se tornaba preciso “cortarle las alas” a nuestro personaje: éste no sólo había tenido la “insolencia” de oponerse al deseo del gobernador de crear su propio sistema de preparatorias, sino además contaba con el “expediente sospechoso” de haberse involucrado con Gastón García Cantú en su proyecto audaz de crear en Puebla un periodismo crítico, aparte de haber formado parte del Grupo Cauce, que en su momento generó todo una cauda de escándalos entre las “buenas conciencias” —parafraseando el título de la novela de Carlos Fuentes—de Puebla, con sus propuestas audaces y atrevidas en el campo de la cultura.

Las hostilidades contra Esparza Soriano comenzaron de manera grotesca, si es que no ridícula. Inicialmente se le intentó acusar de “plagio”. La historia es la siguiente. Hacia 1957 aquél participó en un concurso de poesía y cuento convocado por la ciudad de Teziutlán, Puebla, obteniendo el primer lugar (¡como ya era costumbre!) en el certamen de poesía y en el segundo en el certamen de cuento. Pocas semanas después, al salir de su casa, se encontró con dos agentes de la policía judicial, quienes lo aprehendieron llevándolo a la cárcel preventiva. Aquí el juez le informó que estaba acusado de “plagio”.

Esparza —como era de esperar, totalmente desconcertado, sin comprender nada de lo que pasaba, a semejanza del personaje de El proceso, de Kafka—le preguntó al funcionario a qué se refería. Éste se limitó a mostrarle una revista de Tehuacán en la que aparecía un soneto que llevaba el mismo título que uno de los que formaban la colección que había obtenido el premio antes mencionado. ¡Se le acusaba en concreto de haber plagiado el poema que aparecía en la revista! Esparza Soriano no supo si reír o llorar: “¡Pero, señor! —expresó—se trata de un poema mío!...¡Cómo puede usted acusarme de autoplagio!”. Ciertamente se trataba de un material suyo, que había enviado a la revista mencionada de Tehuacán, a solicitud de su director. Pero no era ni siquiera el soneto que aparecía en el poemario premiado de Teziutlán, sino un avance del mismo, el cual había sido reelaborado al enviarse al concurso. Juan Porras Sánchez —su amigo del alma y colega del Grupo Cauce— salió en su defensa, esgrimiendo la siguiente interrogante: “¿dónde está tipificado el delito que señala que un autor no puede copiarse a sí mismo?” (sin conceder en lo que se refiere al hecho de que el poema citado no era el mismo al que se refería el juez. Sólo el título era igual). Frente a tal argumento, la parte acusadora no tuvo más remedio que retirar el cargo.

Nota publicada en El Sol de Puebla sobre el desenlace del juicio de Antonio Esparza Soriano.

Empero los “heraldos negros” —como reza el poema de César Vallejo— de la venganza no desistieron en su intento de empañar el prestigio de Esparza Soriano.

En 1958 —siendo éste director de la Biblioteca José María Lafragua, como señalamos en líneas anteriores— fue acusado por el entonces rector Manuel Santillana —personaje vinculado al cacicazgo avilacamachista— de sustraer el incunable Opera Medicinalia, una de las obras canónicas de dicho recinto. Antes de narrarle al lector las vicisitudes de esta inquisición —no encuentro otro vocablo más apropiado—permítaseme narrar la siguiente anécdota, que resulta fundamental para entender la hostilidad del rector Santillana hacia Esparza Soriano. Resulta que en el año arriba citado los empleados y funcionarios de la universidad fundan una asociación mutualista —en la que participan desde directores, conserjes, funcionarios y empleados de la institución— acordando nombrar como su presidente al director de la Biblioteca Lafragua. Este aceptó la designación, y una de sus primeros compromisos consistió en solicitarle al rector Santillana apoyo económico para los funerales de “Goyito”, el conserje más antiguo de la universidad, quien había laborado más de 40 años.

Santillana —quien en su calidad de “Caballero de Colón” solía presentarse como un hombre profundamente cristiano— expresó que la institución no estaba obligada a aportar cantidad alguna para el sepelio, a lo cual Esparza respondió que tenía razón —porque ciertamente en esa época la universidad no sufragaba ese tipo de gastos—, pero que se trataba sólo de una ayuda para un hombre que había dedicado buena parte de su vida a la institución. El rector continuó inmutable en su postura de no destinar un solo quinto a los funerales de “Goyito”. Mientras escuchaba las palabras de su interlocutor, Esparza tomó unos papeles que se encontraban en el escritorio de Santillana —como una forma de evitar que le ganara la indignación—y grande fue su sorpresa al ver que se trataba de una factura de 2 mil pesos de aquellos tiempos por concepto de sellado e impermeabilización del techo del Paraninfo. “¡Pero cómo puede ser esto!”—expresó el director de la biblioteca Lafragua—, “¡ hace apenas unos días que yo mismo puse de mi bolsa 20 pesos para destinarlos al sellado del Paraninfo!....Y según consta en esta factura la rectoría destinó 2 mil pesos, ¿cómo está eso?”. El rector, al ser atrapado in fraganti, se apresuró a decir que siempre sí estaba dispuesto a cubrir los gastos de los funerales de “Goyito”.

 

Lejos de ti, perdido

Lejos de ti perdido.

Sobre mi corazón nieva el recuerdo
sangre de hiel y música de lágrima.
Náufraga Náufraga. Náufraga.
te llamo en un vuelo de angustia:
huída de silencios en el agua,
fracaso de la voz y de las alas.
Náufraga. Náufraga. Náufraga.

 

En apariencia el asunto de referencia no pasó a mayores. Pero unas semanas después el rector “descubrió” que la Opera Medicinalia había desaparecido de la Biblioteca, pues fue él quien le informó de tal incidente al director de la misma, quien se apresuró a denunciar el hecho al Ministerio Público. Durante un mes diversos agentes de la policía judicial del estado investigaron el asunto en la universidad, enterándose de que el libro se encontraba en una vitrina de metal sin vidrio —de la que podía ser extraído fácilmente, ya que no contaba con ningún dispositivo de seguridad— y de que el director no era la única persona que tenía llave de la biblioteca, sino también otras cinco personas, entre conserjes y empleados. Esparza Soriano —como informaron en su momento los agentes— colaboró en todo momento en la investigación. Empero, al ver que la misma no avanzaba, decidió solicitar al Consejo Universitario licencia para retirarse de su cargo —la cual le fue concedida— en aras de evitar que se pensara que su presencia en la biblioteca podía obstruir la investigación. Esto ocurrió en agosto de 1958. Cuatro meses después, el 28 de diciembre, el rector Santillana presentó una denuncia por “peculado” contra Esparza Soriano, declarando en la misma que “ya había recuperado la Opera Medicinalia, fabricando la siguiente historia: según esto, “le informaron que en una librería de obras antiguas de la ciudad de New York estaba a la venta”... Que hizo un viaje especial a dicha urbe, con el propósito de recuperar la obra, solicitando al respecto el auxilio del cónsul de México, junto con el cual se presentó en la librería (supuestamente “propiedad de un judío”). Al llegar pidió ver el libro, el cual, aunque no tenía sellos ni marcas, “reconoció por el olor”: ¡así supo el rector que se trataba de la obra desaparecida!...Y el relato culminaba señalando que, sin mayor trámite, le fue entregado por el dueño del negocio.

Fue obvio que el libro nunca salió del despacho del rector. Sin duda le pidió a algún empleado de su confianza que lo tomara del estante de hierro en que se encontraba —que, como dijimos en líneas anteriores no tenía dispositivo de seguridad alguno—, procediendo después a “recuperarlo” de acuerdo a la historia que fabricó. Empero lo asesoraron mal en lo que se refiere al papel atribuido al cónsul de México en New York. Juan Porras Sánchez —el abogado defensor de Esparza Soriano— se puso en contacto con él, quien negó de manera tajante haber participado en el hecho de referencia, llegando incluso a sostener por escrito que el rector Santillana nunca había estado en el consulado.
De este modo la “acusación” del rector Santillana se hizo trizas.

Carta de Gastón García Cantú a Antonio Esparza, en la que lo felicita por haber descubierto la verdadera fecha de la fundación del Colegio del Espíritu Santo.

La justicia federal no encontró elementos, y decidió absolver a Esparza Soriano, quien había sido enviado a la cárcel de San Juan de Dios.

Habría que subrayar que el “affaire” mulcitado fue seguido con mucho interés por los medios informativos de la época, no pocos de los cuales no ocultaron su simpatía hacia el ex director de la Biblioteca Lafragua.

Sin embargo, sus adversarios no cejaron en su propósito de empañar su imagen. Después de haber fracasado en su intento de utilizar a las instituciones judiciales para descargar su ira contra él, recurrieron a esa otra arma —más ponzoñosa, más lacerante—a la cual suelen recurrir los cobardes al verse derrotados: el arma del rumor, de la insidia, del ultraje silencioso, difundiendo la especie de que Esparza Soriano sí era responsable del delito de haber sustraído la “Opera Medicinalia” de la Biblioteca Lafragua. Desgraciadamente aún no son pocos los ingenuos —o más bien los indocumentos—que siguen creyendo esa versión. “Puebla —escribió en cierta ocasión Gastón García Cantú, parafraseando a Pío Baroja— es una ciudad amurallada de prejuicios”.

Conciente de ello, Esparza Soriano decidió irse a Monclova, a trabajar como maestro en una escuela fundada por Altos Hornos de México. Retornó a Puebla en 1975.

No obstante sus 83 años de vida, es un hombre vigoroso, lleno de vida, que no ha perdido un ápice su amor por la poesía y por la cátedra. En la actualidad es catedrático de la Universidad Realística de México. Y —esto habría que subrayarlo— pese a la terrible experiencia que vivió, no ha dejado de amar intensamente a nuestra máxima casa de estudios, conciente de que una cosa son las instituciones y otra los individuos que las dirigen. Pocos años después de su retorno a Puebla se dio a la tarea de investigar en los principales archivos de nuestra ciudad capital la fecha de la fundación del Colegio del Espíritu Santo —el antecedente más remoto de la actual Benemérita Universidad Autónoma de Puebla— descubriendo en el archivo de notarías un documento en el que demostraba que tal hecho había ocurrido en 1587, y no en 1578, como se creyó durante mucho tiempo. Tal hallazgo conmovió el mundo cultural de Puebla. En otra parte nos extenderemos acerca de este asunto. En el 2000, el Archivo Histórico de la buap publicó un libro suyo acerca de la historia de nuestra casa de estudios, que lleva como título Origen, Evolución y Futuro de la uap.

Este trabajo pretende ser un modesto homenaje a un hombre que ha hecho notables contribuciones a la vida académica y cultural de nuestra institución y de nuestro estado. A un hombre que los esbirros del avicalamachismo pretendieron doblegar, perdiendo de vista que se trataba de un hombre libre y sabio. Años después, en su libro de poemas Aún es mía la estrella de la tarde, evocando esa experiencia, Esparza Soriano escribió: “Y ni las rejas ni los cerrojos lograron aprisionar mi alma”.

 

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