La autonomía,
a Universidad cumple cincuenta años de ser autónoma. La respuesta de Portes Gil, presidente provisional de la República, a Ricardo García Villalobos, Secretario del Comité de Huelga de la Facultad de Derecho, se admite como el punto de partida de la ley promulgada en julio de 1929. Y esto, históricamente, no es verdad. El conflicto estudiantil en ese año tuvo una causa verdadera: el repudio por la situación del país, la indignación moral ante el maximato y la esperanza en un cambio fundamental de la situación política y, otro, de origen aparente el rechazo a las disposiciones académicas de Narciso Bassols en la Facultad de Derecho. Lo que era un asunto de discusión escolar se convirtió en problema político. La respuesta de las autoridades fue reprimir con violencia a los jóvenes. El problema, como es frecuente en nuestro país por la barbarie que domina aún nuestra vida, se volvió conflicto. El 25 de mayo de 1929, Portes Gil hizo unas breves declaraciones que sirvieron para que el Comité General de Huelga, por medio de Ricardo García Villalobos, expresara "los postulados fundamentales" de las aspiraciones y deseos de los estudiantes. Como ha sido constante en sus luchas, las demandas esenciales se confundían con otras, intrascendentes. Se pedía que los estudiantes tuvieran voz y voto en el Consejo Universitario, que las escuelas técnicas pudieran hacerse oír mediante un consejo y que la causa principal del "bajo nivel y la falta de unidad de la cultura", estaban en la división de la Escuela Nacional Preparatoria al crearse las escuelas secundarias. Esto era lo importante; lo inmediato, las renuncias de Ezequiel Padilla y Moisés Sáenz en Educación Pública y de Antonio Castro Leal, rector de la Universidad. Como en 1968, se pedía la destitución de dos policías: Valente Quintana y Pablo Meneses. Un día después, Portes Gil decía en su respuesta: Aunque no explícitamente formulado, el deseo de ustedes es el de ver su Universidad libre de la amenaza constante que para ella implica la ejecución, posiblemente arbitraria en muchas ocasiones, de acuerdos, sistemas y procedimientos que no han suscrito previamente la prueba de un análisis cuidadoso hecho sin otra mira que el mejor servicio posible para los intereses culturales de la República. Para evitar ese mal, sólo hay un camino eficaz: el de establecer y mantener la autonomía universitaria". En julio de ese año, se promulgó la Ley Orgánica de la Universidad, cuyo artículo 2º la consagraba como corporación pública, autónoma y con plena personalidad jurídica. El 1º de julio, el Directorio de la Huelga Estudiantil del Distrito Federal, formado entre otros estudiantes por Alejandro Gómez Arias, Carlos Zapata Vela y Efraín Brito Rosado, hizo públicas sus objeciones respecto de la ley de autonomía; los argumentos más valiosos son, sin duda, los de impugnar la división entre preparatoria y secundaria, no incluir como universitarias las escuelas de medicina veterinaria, de agricultura y, para la investigación nacional, el Museo de Historia y la Galería de Pintura. El pensamiento de los estudiantes de aquél entonces expresaba una necesidad cultural: la integración de la docencia y la investigación en la Universidad. Se oponían también a que en el Consejo figurara un delegado de la Secretaría de Educación y demandaban, en el Consejo y el manejo administrativo, la participación de los alumnos. En el mismo mes, Alfonso Caso publicó unas coincidentes opiniones al proyecto de ley. El título del breve artículo de Caso anuncia lo que sería su admirable exposición de motivos de Ley Orgánica vigente: los fines de la Universidad. En alumnos, y un profesor como Caso, era visible la preocupación por darle a la Universidad, con la autonomía, recursos indispensables y la facultad de educar nuevas generaciones en el estudio y la investigación.
Portes Gil respondió con sagacidad a un problema cuya prolongación habría sido muy peligrosa para la estabilidad no de su gobierno provisional sino del gobierno extralegal de Calles. Lo inmediato de su respuesta demostró la urgencia de resolverlo. La autonomía ha sido siempre una palabra mágica. Contiene un derecho idealizado y una conquista cultural y social de profesores y estudiantes y, también, la única forma para contener el obsesivo afán de dominio del Estado mexicano en todos los órdenes de nuestra vida nacional. Ante cada crisis, no estrictamente universitaria, la autonomía ha servido para valorar lo que representan nuestras Garantías Individuales. Lo mismo en 1933 que en 1944 y sobre todo en 1968. Todos lo saben, o al menos debería saberlo, que la autonomía, una de las más nobles tradiciones culturales de Occidente, fue resultado de la libertad de pensar frente a las restricciones políticas y religiosas; que fue, y es, una norma para preservar la función propia de la cultura en recintos reiteradamente combatidos. En nuestro país se anuncia débilmente en el proyecto de Justo Sierra de 1881 y se manifiesta en abril de 1910, al presentar Justo Sierra a la Cámara de Diputados su iniciativa para fundar la Universidad. Son perdurables sus palabras: La enseñanza superior no puede tener, como no tiene la ciencia, otra ley que el método; esto está normalmente fuera del alcance del gobierno. Ella misma, es decir, los docentes que forman por sus conocimientos esta agrupación que se llamará la Universidad Nacional —y así como lo veremos en México así se ha verificado en todas partes—, será la encargada de dictar las leyes propias, las reglas propias y su dirección científica; y no quiero decir con esto que el gobierno pueda desentenderse de ellas ni impedir que lleguen a su conocimiento, ni prescindir, en bien del Estado, del derecho de darles su aprobación última… No venimos a evitar, no podemos evitar a la Cámara el desprendimiento de su facultad legal; lo repetimos, la sanción última se la reserva el gobierno, en el cual está comprendido el Poder Legislativo cuando se juzgue que su intervención sea constitucionalmente necesaria.
En el Justo Sierra de 1910 se advierte al hombre que está en el fin de una época y el principio de otra, al educador que conoce la necesidad fundamental del futuro: su libertad, y al funcionario, ideólogo de un poder dictatorial, que no puede llevar a término uno de sus más altos propósitos. No era posible fundar una Universidad autónoma; lo importante, sin duda, era lo primero. Si la dictadura hizo posible la Universidad, la revolución contemplaría la necesidad de su autonomía. La ley de Portes Gil es más obra de la dictadura neoporfiriana que de la revolución. En el proceso de la autonomía universitaria podemos ver no únicamente la lucha desigual de los universitarios ante el gobierno, sino el comportamiento de los gobernantes en el país a través de la Universidad. Lo que en Justo Sierra es creación rigurosa y severidad, reconocimiento de los límites políticos, en Portes Gil, oportunismo. La autonomía, como propósito definido de estudiantes y profesores, se manifiesta en 1917. Meses después de promulgarse la constitución y de reordenarse la instrucción pública y de Bellas Artes, el Senado suprime el Departamento Universitario para hacerlo dependencia de una Secretaría. La respuesta universitaria fue enérgica por medio de su rector José Natividad Macías, Constituyente del 17, y de algunos universitarios excepcionales: Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Manuel Gómez Morín, Octavio Medellín Ostos. La protesta tuvo lugar en las calles de la Ciudad de México. La autonomía fue, desde esa fecha, una exigencia pública; no como resultado de la demanda estudiantil, Venustiano Carranza retoma el proyecto de 1914 para declarar autónoma la Universidad, afirmando en su proyecto de ley, que sólo así la Universidad cumpliría "los altos fines para que fue creada, subsistiendo ajena a las fluctuaciones de la política, independiente del poder público, libre de toda intervención oficial y sin las limitaciones, la esclavitud burocrática y la tutela ministerial que fue establecida en 1910". No podríamos afirmar que los estudiantes de 1929 hubieran olvidado la lucha de la generación de 1917. Algunos de los más notables alumnos de la Universidad de 1917 eran jóvenes profesores en la de 29, pero sí puede decirse, categóricamente, que Portes Gil no podía admitir que Venustiano Carranza, y la verdadera revolución, habían formulado el proyecto de autonomía conforme un criterio cultural e histórico opuesto a la maniobra política de 1929. Una vez más, y esto es una lección reiterada en nuestro medio, un ideal, una lucha, son aprovechadas y deformadas por los adversarios del país y de la Universidad. Portes Gil fue un epígono del Plan de Agua Prieta. El asalto al poder por el grupo sonorense, estaba inspirado en un propósito contrario a la vigencia de la Constitución y el antiimperialismo de Carranza. No pudieron convencer a nadie de que les preocupaba el destino del país y menos aún el de su Universidad Nacional. La autonomía, en la ley de Portes Gil, es decir, en la voluntad de Calles, fue como el arreglo del conflicto religioso: de media tinta; obra de transacción con las circunstancias y no realización de un ideal y cumplimiento de una demanda pública insoslayable. Por eso, la autonomía universitaria es, y lo será más aún en el futuro, obra de las generaciones universitarias, con un antecedente jurídico: el proyecto de Venustiano Carranza, el de Ezequiel A. Chávez, el de Pedro Henríquez Ureña, sin olvidar el de Palaviccini. Es revelador de las tentativas universitarias el título del proyecto de Chávez: …ley de independencia de la Universidad Nacional de México, porque eso fue; si estos antecedentes son importantes lo son también, y acaso en medida ejemplar, el Memorial que los profesores y estudiantes presentaran a la Cámara de Diputados en julio de 1917, el discurso de José Natividad Macías al celebrarse el séptimo aniversario de la fundación de la Universidad y el excelente estudio de Lombardo Toledano, leído el 22 de septiembre de 1917 ante el claustro universitario:
En estos momentos en que se prepara la reconstrucción de la Patria, la Universidad Nacional habrá de ser la que encauce a los espíritus por la senda moral, única base verdadera del bienestar de los pueblos ¡Alma nacional! —los mismos términos de Alfonso Reyes en su carta a Medíz Bolio— ¡He aquí lo que nos falta y lo que nuestra Universidad debe aspirar a darnos! Esta fue la actitud de aquella generación: la que antecede a la de 29; ésta sin la obra precursora no habría sostenido moralmente la autonomía; aquella, sin ésta, no habría tenido continuidad histórica en su lucha universitaria. En las páginas enardecidas de El proconsulado, Vasconcelos hizo burlas de la autonomía. Reconoció la maniobra de Portes Gil pero en su delirante rencor contra Carranza y su menosprecio por sus antiguos amigos, no aceptó que la autonomía expresaba lo mejor de su espíritu de educador y no merma de su nostalgia de secretario. El proyecto de 1923, presentado por el Departamento Técnico de la Federación de Estudiantes de México, fue guardado en su escritorio de ministro. Quizá no advirtió que la generación que logró la autonomía era la misma que lo apoyaba como candidato a la Presidencia de la República. Vasconcelos recogió la siguiente anécdota, verdadero epílogo de 1929: al discutirse el rectorado de la Universidad, Gómez Arias, a raíz de una de sus visitas a la Presidencia, le contó que Portes Gil, sonriendo, su sonrisa de máscara náhuatl, expresó: "muchachos, les tengo una sorpresa: ¿cuál, señor? Un gran rector. ¿Qué les parecería Vasconcelos para rector?, una vez que pase toda esta agitación electoral, en la que nunca se debió haber metido…" Aseguró Gómez Arias que había respondido: "A Vasconcelos lo tenemos ya designado para sucederle a usted en la Presidencia." Vasconcelos dejó caer una de sus afirmaciones jamás demostradas, que Morrow, si se había metido en todo lo de México, también se hallaba, en sus funciones de procónsul, en lo de la Universidad. Pudo ser. Pero como Zarco dijera respecto de Santa Anna en la guerra del 47, es difícil aceptar que la abyección sea norma de gobierno.
Sería imposible hablar de autonomía sin releer el excelente ensayo de Manuel
Gómez Morín, de septiembre de 1934: La Universidad ennoblecida por la libertad y responsable, por ello, de su misión; no atada y sumisa a una tesis o a un partido, sino manteniendo siempre abiertos los caminos del descubrimiento y viva la actitud del auténtico trabajo y de crítica veraz; no sujeto al elogio del presente sino empeñada en formar el porvenir, dará a la República, cualquiera que sea el estado de organización social y política, la seguridad terminante de mejoramiento y renovación. La crisis de 1933, a la que, en cierta forma respondió Gómez Morín, debía ser el antecedente del admirable anteproyecto de Alfonso Caso, como rector de la Universidad en 1944. La Ley Orgánica es una síntesis de los ideales, la obra, los fracasos, las deformaciones y las conquistas de los universitarios desde 1917. Históricamente, resumen magistral; políticamente obra nuestra, y, en lo académico, expresión de una voluntad reiterada y combatida para que la casa de estudios sea instrumento de partido, de izquierda o de derecha y, en consecuencia, baluarte de dogmas. El conflicto de 34 se volvería división política en la polémica de Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano.
La Ley Orgánica de 44 contempla en el fondo esos hechos; por ello es también obra de conciliación al reconocerse los verdaderos fines de la Universidad: una comunidad de cultura y una institución que separa la política de lo técnico. A pesar de todos los embates externos y las incomprensiones internas, la Ley Orgánica, de 1945 a nuestros días, es la base académica y jurídica en que se apoya la vida universitaria. Es indudable: hay Universidad porque hay Ley Orgánica. Mucho de lo propuesto como supuesta renovación fue realidad en 1933 y todos, al menos los que leen, conocen sus derivaciones. Si la ley prevaleció en el conflicto de 1966, alcanzó su verdadera trascendencia nacional en 1968. No puede defenderse la democracia e impugnarse un régimen de leyes represivas, sin defender la autonomía. Este fue el principio de la acción: la educación, en el ejercicio de las libertades fundamentales, debía saltar de la Universidad a la realidad del país. La autonomía fue entonces una acción moral; una tentativa de limpiar las cosas públicas. Las palabras de Javier Barros Sierra son inseparables de ese ideal y de ese empeño: la lucha de la autonomía lo es por la democracia; ninguna democracia puede dejar de lado la autonomía universitaria: medio para educar en la libertad y no en el absolutismo. No pocos universitarios han dicho que la autonomía, en los tiempos que corren, no ha sido redefinida. Léase la declaración de Javier Barros Sierra, a nombre del Consejo Universitario en 1966. En un párrafo se condensa la historia: La autonomía universitaria es un principio que procede de la tradición cultural de Occidente y que hoy aceptan, aunque con distintos grados y matices, la mayoría de las naciones modernas. Entre nosotros surge con la idea misma de fundar una nueva universidad, propuesta formalmente en 1917 por don Venustiano Carranza, y al fin se otorga en 1929. Fue móvil de esforzadas luchas de maestros y estudiantes por conquistarla primero, y después por conservarla y aun ampliarla…en nuestros días, y como resultado de las tres grandes revoluciones populares, expresadas en leyes e instituciones, la autonomía universitaria es fundamental para el curso independiente y democrático de la vida de México. La formación de profesionales, investigadores y técnicos, adecuados en la libertad, es esencial para acrecentar el patrimonio material y espiritual del país y para alcanzar un desarrollo b asado en los anhelos colectivos de justicia. La nación ha aceptado como suya a la Universidad desde 1910, la ha impulsado, le ha proporcionado los medios a su alcance para realizar sus fines. En la Universidad culmina una obra cultural que responde a los más altos ideales forjados por la República. Por ello, su existencia, su eficacia y su progreso son inseparables del progreso nacional. Esta es la autonomía y no la de los términos de Portes Gil, superados por la Universidad de aquel entonces y por una historia dolorosa que va del maximato a nuestros días. 1929: La Autonomía
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osé Vasconcelos fue rector de la Universidad un corto período: del 9 de junio de 1920 al 12 de octubre de 1921. Vasconcelos, en La tormenta, reduce la figura de su rectorado a la entrada de Minerva en la Universidad: la estatuilla que Carlos Pellicer adquirió para decorar la mesa de trabajo del Secretario de Educación, que era Vasconcelos a más de rector. Creo que la Minerva está aún en la espléndida mesa del secretario a pesar de que la obra vasconceliana haya sido sepultada por mil desatinos. Carlos Pellicer debió advertir que Minerva era el signo de aquella hora de la inteligencia mexicana. Vasconcelos llegó como rector, al departamento universitario, para transformar el destino de la educación nacional, creando la nueva Universidad y la Secretaría de Educación a partir de su ley federal. Los textos de su propósito son aún insólitos por la ruptura con el estilo de la burocracia del antiguo régimen. Su primer discurso de rector tiene el trazo de fuego de su pasión educadora, de la verdad en punta, como la lanza de Minerva: "…esto es un desastre, pero no por eso juzgo a la Universidad con rencor. Todo lo contrario, casi la amo, pero no vengo a encerrarme en ella, sino a procurar que todos sus tesoros se derramen. Quiero el derroche de las ideas, porque la idea sólo en el derroche prospera… La pobreza y la ignorancia son nuestros peores enemigos, y a nosotros nos toca resolver el problema de la ignorancia… Antes iré al más sonado de los fracasos que consentir en convertirme en un cómplice de la mentira social…" De la conciencia religiosa de Vasconcelos brotó la fuerza del programa educativo de la Revolución, el único que ha existido en este siglo. Casi un año después, Vasconcelos presentó al Consejo de Educación el escudo de la universidad: el águila y el cóndor de la nueva tentativa cultural para nuestros países. Las antiguas nacionalidades, hijas de la guerra y la política, debían sustituirse por las federaciones de la sangre y el idioma comunes. La Universidad de México sería la depositaria del vasto empeño del destino: fundir la propia patria con la gran patria hispanoamericana. Por ello el mapa de su escudo es el de la América Latina y su leyenda la de la raza que crearía una cultura en libertad. Propósito para siglos. La obra de Vasconcelos fue, entonces, imposible: la revolución que él encauzaba era opuesta a la contrarrevolución del obregonato. No obstante, en dos años y medio la inteligencia venció a la más baja política.
La trama de las ideas y la acción creadora hizo posible lo que parece sueño sobre una realidad adversa. Al salir Vasconcelos de Educación quedó, como símbolo de su empeño, la diosa Minerva, recogida la inteligencia en la soledad del símbolo. Han pasado sesenta y cinco años y la obra de Vasconcelos es referencia ideal. Algún día podrá recobrarse o pereceremos sin remedio. A Vasconcelos sucedió Mariano Silva y Aceves, del 12 de octubre al 12 de diciembre de 1921 y a éste don Antonio Caso, que fue rector del 7 al 11 de mayo de 1920 y del 12 de diciembre de 1921 a agosto de 1923; Alfonso Pruneda le sucedió durante cuatro años: de diciembre de 1924 a 1928. Antonio Castro Leal, que entonces tendría 32 años de su edad, fue rector de diciembre de 1928 a junio de 1929. Don Antonio —maestro de los "siete sabios"— tuvo como secretario general a Daniel Cosío Villegas. Castro y Cosío enfrentaron como pudieron la huelga de la Facultad de Derecho, al oponerse los estudiantes a los reconocimientos y no aplicarse los acuerdos logrados en 1925. En verdad, fue una situación parecida a la huelga de 1912 contra el director de la Facultad de Leyes, Luis Cabrera, por los reconocimientos trimestrales. En 1928 el director era Narciso Bassols, otro abogado de excepción. El deber de estudiar y comprobar los conocimientos ha sido causa de protestas, huelgas y oposiciones de origen diverso; entonces como ahora. El presidente y el secretario de la Sociedad de Alumnos, Arcadio D. Guevara y Antonio D’Amiano, fueron autores de la tradición de lo inefable: "No aceptamos los reconocimientos, porque son creadores de rebaños humanos, petrificadores de la idea y ladrones de la conciencia, a la vez que hacen perder a quienes los sustentan, todo sentido de una responsabilidad en el ejercicio supremo de las acciones, matando la individualidad y extorsionando toda iniciativa personal". Hubo violencia en las aulas y en las calles de la ciudad. Un día fue capturado en su oficina Daniel Cosío Villegas y llevado al Paraninfo —probablemente el todavía existente en lo que fue después Extensión Universitaria, el edificio de los episodios del 29, en la calle de Primo Verdad, ahora próximo al Templo Mayor— durante horas. Al libertar a Cosío, éste salió como un hombre de rencores implacables contra la Universidad. En el 68 escribió artículos de burlas sobre lo que fue un drama y no, como lo del 29, protesta escolar, oposición subconsciente y aventura política; José López Lira fue rector interino al cual sucedió Ignacio García Téllez. Don Jesús Silva Herzog, en su breve historia de la Universidad, reproduce documentos reveladores de aquella época, a los que cabe agregar el discurso de Bassols, en octubre de 1933, sobre la autonomía y lo que dice Cosío en el séptimo tramo de sus Memorias: "…a mí me tocó entregar el Paraninfo a los estudiantes huelguistas". Sin demérito para su memoria, la frase contiene una ironía: donde estuvo detenido como reo de autoridad lo convirtió, en sus recuerdos, en acto de valentía. Acaso en las horas de su breve cautiverio pensó, exactamente, que entregarles la Universidad a los huelguistas era lo sensato entre la confusión y la violencia. No obstante se reservó, al avivarse la protesta de los estudiantes en el 68, el autoritarismo, que fue una de sus formas.
Fue la etapa de la Convención en la cual profesores y alumnos desbarataron la obra paciente de muchos años. Fue, sin duda, el fin de la Universidad de Justo Sierra y la del proyecto de Carranza. Cuando las nuevas generaciones, ahora precisamente, pretenden un consejo paritario y la derogación de la Ley Orgánica que fue la corrección de la decadencia, no proponen nada nuevo sino lo más viejo: el retroceso histórico. El pasado político de la Universidad es ignorado por profesores y estudiantes. Si lo conocieran evitarían demandar lo ya vencido por los mejores universitarios con los resultados de haberse sostenido la institución, por más de cuarenta años, a pesar de propios y extraños. Los términos de la defensa de la generación del 68, si tuvo en algunos jóvenes errores por desconocer la historia, fueron, en lo esencial, de lucha por la autonomía alcanzada en la Ley Orgánica de 1945. Quienes hoy la impugnan no saben lo que califican de democracia. En una pintura
de Antonio Ruiz, figura una gran calabaza que, desde la tribuna de una silla,
arenga a otras calabazas pequeñas sobre lo que todas desconocen. Lienzo exacto
de lo sucedido en 1930 y 1932 y que se trata de restablecer en la Universidad.
Frases universitarias
"La universidad, debe ser la palestra para que el joven aprenda a defender su
derecho a expresarse y cuya idea haga vivir el pleno concepto de todas las
ideologías". Discurso en la preparatoria Benito Juárez con motivo del tercer
aniversario de la universidad por los estudiantes reformistas 1 de mayo de 1964. Manuel Lara y Parra La Minerva universitaria
anto la estatuilla que adquirió Carlos Pellicer para decorar la mesa de trabajo del secretario de educación y rector de lo que sería la Universidad Nacional Autónoma de México, José Vasconcelos, como el escudo de la hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, tienen a Minerva como símbolo de la sabiduría, prudencia e incorruptibilidad, por esto en el escudo original universitario, diseñado por el maestro Javier Ibarra Mazari se muestra la hija de Júpiter con casco y serena. En el anecdotario estudiantil , en tiempos pretéritos, los universitarios poblanos caricaturizaron a la Minerva sacándole los ojos y llorando sangre, en alusión a un ex rector acusado de malos manejos de los fondos universitarios.
Minerva (en griego, Atenea) hija de Júpiter, diosa de la sabiduría, la guerra, las ciencias y las artes. Los antiguos han reconocido muchas Minervas. Cicerón admite cinco: una madre de Apolo; otra nacida del Nilo, honrada en Sais, en Egipto; la tercera hija de Júpiter; la cuarta hija de Júpiter Corifea, hija del océano, llamada Codia por los arcadios y a la cual se debe la invención de los carros de cuatro caballos de frente; la quinta, a quien se pinta con taloneras, tuvo como padre a Palas, al cual se dice que mató porque quiso violarla. En sus estatuas y pinturas se representa hermosa, sin afectación, sin silla, modesta con un aire grave y lleno de fuerza y majestad. Trae ordinariamente casco, una pica en una mano, un escudo en la otra, y la égida o egida (coraza de piel de cabra) sobre el pecho en la cual se distingue la cabeza de Medusa. Minerva era también de la providencia divina. Se la suponía virgen porque la
prudencia no comete faltas o porque, según Diódoro, representaba la
incorruptibilidad de su naturaleza.
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