Si Juárez no es nuestro contemporáneo, Carlos Monsiváis *
Señoras y señores, amigas y amigos,
espíritus de la Reforma liberal, ánimas de la reacción:
e siento profundamente honrado al hablar aquí, en el pueblo de San Pablo Guelatao, habitado hace dos siglos por veinte familias y hoy el centro de un vasto homenaje nacional. No necesito decirles a los habitantes de Guelatao lo que saben considerablemente mejor que yo, la manera de acudir a la carga simbólica de este lugar para olvidar de inmediato los problemas de sus habitantes. En este lugar por más de un siglo las promesas han hecho las veces de tarjetas de visita.
Juárez, el paisano de paisanos, ha sido demasiadas veces el pretexto del turismo político-electoral. De todos nosotros, y muy especialmente de ustedes, depende que se interrumpa para siempre la celebración del ritual con sus características fatales: rutina, indiferencia, derroche provisional, demagogia. A casi dos siglos de su nacimiento, Juárez, los habitantes de Guelatao y el país entero merecen el homenaje más preciso: el análisis de su herencia y de su significado histórico.
Juárez, uno de los grandes creadores de la nación, no es un mártir ni un prisionero de su tiempo. Al cabo de tantos hechos trágicos y épicos, y de las conjuras y las traiciones, él es un vencedor insólito, mucho más un contemporáneo de vanguardia que un precursor. Vence al racismo ancestral, a las imposibilidades y dificultades de la educación en un país y una región asfixiados por el aislamiento, a los problemas de su carácter tímido y cerrado, a las divisiones de su partido, a la ira y las maniobras del clero integrista y los conservadores, a la intervención francesa, a las peripecias de su gobierno nómada, al imperio de Maximiliano, a la oposición interna de varios de los liberales más extraordinarios, a sus terquedades en el mando. Se le persigue, encarcela, destierra, calumnia, veja y ridiculiza; Y sus enemigos quieren hacer de su encono el sinónimo de la adversidad; no obstante todo esto, permanece por la congruencia de su ideario y vida, y por defender con razón y pasión las ideas cuyo tiempo ha llegado.
A Juárez, el conservadurismo le dedica la campaña de linchamiento moral más feroz de la historia de México. Los ejemplos son interminables, y entre ellos se cuentan los cuentos de fantasmas que la derecha confesional quiere ofrecer como Historia de México. Allí Juárez resulta literalmente "la Bestia Apocalíptica", "el esbirro de los norteamericanos", "el Anticristo". En la colección de "Últimos Momentos de los Réprobos" debe incluirse un relato predilecto de las parroquias: Juárez en su agonía dice al demonio: "No me lleves antes de que me convierta a la verdadera fe".
Hasta hace unas décadas se calificaba a Juárez de enemigo personal de Dios, y las señoras decentes, al extremar su pudor y desdén, en vez de advertir "voy al baño", musitaban: "Voy a ver a Juárez". En los colegios particulares, durante casi un siglo, se entonan cancioncitas pueriles: ''Muera Juárez que fue sinvergüenza", y en las reuniones se le satiriza: "Benito Juárez/ vendía tamales/ en los portales/ de La Merced". Antes de la revolución de 1910, en los pueblos manejados por los conservadores y sus confesores de planta, lo primero que se exige a los presidentes municipales es tirar el retrato de Juárez a la basura o ponerlo de cabeza. Y en 1948, por ejemplo, la Unión Nacional Sinarquista, organismo inspirado en la Falange franquista, convoca a un mitin en el Hemiciclo a Juárez, que consiste en una larga cauda de insultos a don Benito. (La derecha sí que se toma en serio las estatuas). En la histeria, un orador le dice al Benemérito: "No eres digno de ver las caras de hombres honrados", y le escupe al producto marmóreo, al que se venda de inmediato con tal de cancelar la mirada deshonesta. Todavía en 1993 unos obispos, al rechazar la posibilidad del pago de impuestos de su iglesia, argumentan: "No nos toca pagar. Que nos abonen algo de lo que nos quitó Juárez". Eso para no mencionar las andanadas de la derecha del siglo XXI, que ha pretendido un tanto vanamente hacer a un lado a Juárez para remplazarlo con las ambicioncitas de Iturbide. Como le dijo a unos diputados al parecer sarcásticamente un político encumbrado a principios de este sexenio: ''Sí, sí, sí, jóvenes, Juárez, Juárez, Juárez, Juárez". Y con esta muestra de memoria onomástica creyó clausurar un mito y promover la revancha histórica. Me lo imagino cantando: "Juárez sí debió de morir".
¿A quién extraña en América Latina y en el mundo entero, a propósito de los héroes tutelares de cada país, la sobreabundancia de recordatorios de su fama? Esto ha sido la norma, no lo deseable, sino lo inevitable. En el siglo X1X, en el proyecto de secularizar a la sociedad y de puntualizar las exigencias de la nación soberana, se requiere el canje de lealtades.
Donde había santos, hay héroes; a las peregrinaciones se añaden los días de fiesta cívica, y a los patriotas culminantes "de primero, segundo y tercer nivel" se les otorga la titularidad de los nombres de ciudades, avenidas, calles, plazas, instituciones, medallas, premios, películas, alegorías, consignación en murales y cuadros, en grabados y portadas de libros. Y el resultado de la ubicuidad de Juárez ha sido la implantación muy eficaz de un patriota excepcional y el olvido o el relegamiento de lo específico de una lucha y del sentido de su liberalismo radical, de su intransigencia, de su anticlericalismo tan cristiano. Homenaje mata mensaje, podría decirse, y algo así podría ocurrir en esta celebración del bicentenario. Por eso conviene agradecer a la derecha en sus diferentes tamaños el que se abstenga de estos actos y el que mantenga su encono, su desprecio y su visión fantasmal de Juárez: es uno de sus mayores certificados de la vigencia del Benemérito de las Américas, el epíteto que fue muy probablemente su nombre de pila.
En la era de Santa Anna, Juárez se forma profesional y políticamente contra la corriente, desde la humildad, el estudio, el silencio, la forja del carácter, todas las virtudes personales anteriores a la Auto-ayuda. Santa Anna, que lo odia y lo destierra, lo recuerda con desprecio escénico: "Nunca me perdonó (Juárez) haberme servido la mesa en Oaxaca, en diciembre de 1829, con su pie en el suelo, camisa y calzón de manta, en la más que nada una obstinación jurídica y una certeza ideológica y cultural. En el Congreso de 1857 se pierde la batalla por la libertad de cultos, pero en tres años se avanza con rapidez en la tarea de hacer pensable, y por tanto en muy buena medida necesaria, la tolerancia de cultos.
El proceso lo indica con gran sagacidad Ignacio Ramírez, el más lúcido de los liberales de la Reforma: "Miguel Hidalgo, con sólo declarar la independencia de la patria, proclama, acaso sin saberlo, la República, la Federación, la tolerancia de cultos y de todas nuestras leyes de reforma".
Ramírez tiene razón: Hay acciones que en sí mismas contienen detalladamente el porvenir según la lógica implacable del desarrollo de la comunidad nacional. Las Leyes de Reforma ya avizoran el ejercicio de los derechos humanos, la decisión de crear la ética republicana sin sobornos o amenazas del Más Allá, la defensa de los derechos de las minorías y, muy especialmente, la fuerza de convertir lo inimaginable en lo concebible por exigencias de la razón, que inicia uno de sus enfrentamientos con la desigualdad.
Juárez, gobernador de Oaxaca. Desconocido por el clero, no se inmuta, toma posesión y prosigue con su vida republicana. En Apuntes para mis hijos recapitula:
A propósito de malas costumbres, había otras que sólo serían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernadores, como la de tener guardias de fuerzas armadas en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de gobernador, abolí esta costumbre, usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mi casa sin guardias de soldados y sin aparato de ninguna especie, porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto proceder, y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernadores de Oaxaca han seguido mi ejemplo.
Del 12 de julio al 11 de agosto de 1859 se promulgan las Leyes de Reforma, se nacionalizan los bienes del clero, hay separación de la Iglesia y el Estado, se exclaustra a monjas y frailes, se extinguen las corporaciones eclesiásticas, se concede el registro civil a las actas de nacimiento, matrimonio y defunción, se secularizan los cementerios y las fiestas públicas y, lo esencial, se promulga la libertad de cultos. Al desplegar su libre albedrío, los liberales de la Reforma localizan lo que Ignacio Ramírez considera la única significación racional de este término: "Excluir la intervención de la autoridad en los asuntos fundamentales personales".
En suma, se declara concluida la etapa feudal del país y se sientan las bases del pensamiento crítico. Se necesitarán más tiempo y numerosas batallas políticas, militares y culturales para implantar con efectividad la sociedad laica, pero desde el momento en que se le declara justa y posible crece y va arraigando, y tan sólo eso, el avance irreversible de la secularización modifica a pausas y cambia con sistema el sentido público y privado de la nación. Lo irreversible siempre es destino.
Maximiliano acepta la corona el 3 de octubre de 1863, y le envía una carta a Juárez invitándolo a reunirse con él en la ciudad de México para buscar un entendimiento amistoso. Don Benito le contesta tajante: "Se trata de poner en peligro nuestra nacionalidad, y yo, que por mis principios y mis juramentos, soy el llamado a mantener la integridad nacional, la soberanía y la independencia. Me dice usted que, abandonando la sucesión de un trono de Europa, abandonando a su familia, sus amigos, y sus bienes, y lo más caro para el hombre, su patria, se han venido usted y su esposa, doña Carlota, a tierras lejanas y desconocidas, sólo por corresponder al llamamiento espontáneo que le hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir. Admiro positivamente, por una parte, toda su generosidad y, por la otra parte, ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase llamamiento espontáneo porque yo había visto antes que, cuando los traidores de mi patria se presentaron en comisión por sí mismos en Miramar, ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o 10 poblaciones de la nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula...
Tengo la necesidad de concluir, por falta de tiempo, y agregaré sólo una observación. Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de los bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará. Soy de usted, S.S., Benito Juárez."
¿Cuál es la tradición ideológica de la izquierda mexicana en el orden del pensamiento frente al Estado? Todavía a principios del siglo xx al liberalismo radical se le combate pero se le estudia. Luego sobreviene el error histórico: la izquierda se somete a los esquemas de la URSS y sus versiones del marxismo, se desprende de sus raíces del siglo XIX. En México, y con sinceridad flamígera, la izquierda no duda: Surge a partir de instantes poderosos de la Revolución Mexicana (antes de su conversión al capitalismo) y se afirma y delinea con la Revolución Soviética. En tanto influencias mesiánicas, conceptos y vocabulario esto es innegable, pero el señalamiento se oculta el proceso fundacional en el que participan Fernández de Lizardi, Fray Servando Teresa de Mier, José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías, y la deslumbrante generación de la Reforma, Ramírez, Otero, Ocampo, Prieto, Altamirano, Juan Bautista Morales, y, sobre todo, Benito Juárez. Por razones de fe súbita y de inmersión en los nuevos libros sagrados, por lo común mal traducidos, la izquierda mexicana renuncia a su gran herencia del liberalismo radical y, sin haber leído a estos intelectuales, nunca se considera juarista, porque, arguyen, el liberalismo económico es obstáculo y la Reforma representa básicamente la lógica del capitalismo. Cómo le habría beneficiado a la izquierda leer a los clásicos liberales ahora recuperados en su integridad por Boris Rossen, Nicole Giron, José Ortiz Monasterio y Enrique Márquez. Es mala o inexistente la lectura ideológica o política de la Reforma liberal, y en rigor, a quien dibujan con sus ataques es al grupo en tomo de Porfirio Díaz. Los liberales no son -me sumerjo en la obviedad- marxistas, pero sí captan con clarividencia su momento histórico y su legado debe juzgarse a partir de este hecho múltiple. Hacer caso omiso del pensamiento y la acción de los liberales radicales ha sido una de las causas de la eterna fundación de la izquierda mexicana.
Se repite hasta el hartazgo: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Esto es irrefutable, pero sí requiere precisiones. Hasta el momento lo usual es depositar el énfasis de respeto tal y como lo proyecta la clase gobernante. Para ellos el respeto ha consistido en una noción desdeñosa: No hay tal cosa como "el derecho ajeno", ya lo más a que pueden aspirar las mayorías es a que se tome nota de su existencia. Así, y por ejemplo, ¿cuál es el "derecho ajeno" en materia salarial? Si algún sentido tiene la celebración del bicentenario de Juárez, es examinar los significados del respeto y verificar el contenido de los derechos ajenos, los de la población ante el gobierno y los empresarios, los de las mujeres ante el machismo y el patriarcado, los de los indígenas ante la ilegalidad a nombre de la ley y la explotación, los de las minorías religiosas ante la interpretación exterminadora de los usos y las costumbres, los de las minorías sexuales ante la horno fobia. Si no se precisan en cada caso el derecho ajeno y el respeto, el apotegma y la paz que traiga consigo quedan a la disposición del vacío, así esté muy cubierto por las letras de oro en el Senado.
A 200 años del nacimiento de don Benito Juárez, o 100 como quiso el presidente Fox para regalarle juventud al pasado de la nación, lo más profundo de su legado es la certidumbre del laicismo, iniciado con las Leyes de Reforma y proseguido con la Constitución de 1917. El laicismo garantiza la actualización permanente del conocimiento, la certidumbre de una enseñanza no afligida por los prejuicios y la exigencia de sometimiento a un solo credo, el respeto del Estado a las formas distintas de profesar una fe o abstenerse de hacerlo, la discusión libre de los avances científicos, las libertades artísticas.
Por tolerancia se entendió en el siglo XIX el aceptar las extravagancias o los disparates incomprensibles de las minorías; hoy tolerancia, yeso proviene del ideario juarista, es el intercambio de aceptaciones, la convicción de que hay más cosas en el cielo y la tierra de las que sueña la filosofía de cada persona.
Juárez, el impasible, sigue siendo uno de los rostros más vitales y generosos de la nación en la globalidad. No obstante ser una legión de bustos y estatuas sigue siendo el ejemplo más vivo. Concluyo mi intervención con sus palabras: "Mi fe no vacila nunca.
A veces, cuando me rodeaba la defección en consecuencias de aplastantes reveses, mi espíritu se sentía profundamente abatido. Pero inmediatamente reaccionaba. Recordando aquel verso inmortal del más grande de los poetas, ninguno ha caído si uno sólo permanece en pie, más que nunca me resolvía entonces a llevar hasta el fin la lucha despiadada, inmisericorde para la expulsión del intruso" .
Si Juárez, en San Pablo Guelatao y en la ciudad de México y en Tijuana y en León, no es nuestro contemporáneo, no lo es de nadie.
Campaña de desprestigio contra
Carlos Monsiváis
iendo un homenaje emocionado a las generaciones del futuro. Ellas le entregarán a nuestros aciertos el tributo del olvido; de ellas será el asombro genético: "¿Cómo? ¿Vivían sobre la superficie de la Tierra, bebían ese brebaje ya desaparecido, el agua, informaban de la muerte de una persona y no del agotamiento de sus efectos especiales, y si querían asistir a una reunión multitudinaria no necesitaban compactar previamente sus moléculas? Con razón les fue como les fue".
Rindo un homenaje estereofónico a las generaciones del pasado. Con altruismo, transmitieron uno de sus patrimonios esenciales: sus prejuicios, que luego y por lo común han transitado de visiones rígidas del mundo a pintoresquismo de origen represivo. También, hay que señalarlo, una parte de esas generaciones, la más valiosa, nos ha legado su fe en la racionalidad, su ejercicio de la libertad de expresión y de creencias, sus extraordinarios poderes creativos, su amor a la cultura, las artes, la ciencia, y su impulso humanista y democrático. Por lo demás, estos ancestros, a estas alturas de mi edad casi mis contemporáneos, dejaron a disposición de la actualidad muchas más palabras de las necesarias según los actuales usos y costumbres. Tal vez lo hicieron por no prever los ahorros de nuestra economía verbal.
Rindo homenaje fraternal a las nuevas generaciones, tan distintas a las anteriores por el peso del crecimiento demográfico, la gana de localizar el porvenir que las tome en cuenta, el desempleo, la mala educación (no, por favor, en el sentido de lanzar palabrotas delante de las damas, hoy las "malas palabras" son aquellas que hacen ir al diccionario). En su mayoría, estas generaciones han nacido en los territorios de la desigualdad, el término clave de la nación, y están polarizadas desde el principio, así esta ubicación histórica se descubra ahora como amenaza. La polarización no se inicia en los discursos ni en el afán de llevarle la contraria a la prosperidad, sino en la distribución del ingreso.
Ya es hora de pasar de lo particular (las etapas históricas) a lo general (esta ceremonia de valoración de creadores y obras), un acto republicano por encima de bandería s y desavenencias muy reales. No hablo a nombre de mis compañeros de premiación, pero sí expreso la admiración que les profeso. Por ejemplo, en el caso de las artes a la maravillosa Leonora Carrington, y a los excepcionales Gloria Contreras, Elisa Vargas Lugo, Jorge Alberto Manrique, Luis Herrera de la Fuente. A ellos, ¿qué notificaría sino el honor de compartir con ellos este momento de reconocimiento de la solidez y la congruencia de las trayectorias? En lo anterior, no me incluyo por autocrítica, y no me excluyo con tal de no alejarme de su grata compañía.
El tiempo a mi disposición -sabia virtud- me obliga a concentrarme en un tema. Por su importancia cultural definitiva elijo el laicismo, primordial desde el siglo XIX, el conjunto de hechos que va de la separación de la Iglesia y el Estado y se dirige a la construcción de la modernidad, la que se tenga, bastante mejor que ninguna. El laicismo -lanzo obviedades como promesas de campaña- ha beneficiado radicalmente el proceso educativo, cultural, artístico y científico, ya ha normado el desarrollo de la vida política y social como demuestra la secularización irreversible de hoy. Pero el laicismo es un fenómeno amplísimo y por eso, selecciono dos hechos del conjunto temático: los ataques en su contra, tan tristemente difamatorios, y la situación educativa. ¿Por dónde comienzo en el muestreo de una campaña internacional que culpa al laicismo de todo? Empezaré citando el pronunciamiento del subsecretario de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación, Juan Domingo López Buitrón (2 de septiembre de 2005), que exige -sic a sus órdenes- revisar los mitos de la historia oficial donde la Iglesia católica ha sido colocada como una institución en busca de privilegios, "en vez de explorar más su construcción de la mexicanidad". Desde la sintaxis esotérica declara el subsecretario:
Que no sea un mito o un problema el enfrentar o discutir ciertos temas que hasta cierto momento histórico han venido siendo mitos, que veo que oportunamente para las siguientes generaciones no tienen la carga que en su oportunidad para los que nos precedieron han tenido. Y en ese marco trascender hacia un marco de libertad religiosa integral no habrá de ser sino una consecuencia desde mi punto de vista muy afortunada siempre y cuando sea incluyente en el marco del Estado laico. México ha sido un Estado laico que respeta las creencias de la población, pero con reminiscencias del laicismo, una tendencia exacerbada que tiende a proscribir O socavar cuestiones de libertad de asociaciones religiosas.
Si entendí bien, y capté el marco donde el marco se enmarca, es decir si extraigo de estas palabras lo que allí nadie depositó deliberadamente, y me guío por la intuición, ese power point de la conciencia, lo que el subsecretario quiso transmitir fue la estrategia reciente, tal vez calificable con una expresión de feria, del tipo de: "¿Dónde quedó el conceptito?" Estado laico sí, porque es inevitable, pero el laicismo, el pensamiento que lo anima y hace posible, ése francamente no. Se acepta el pecado pero se rechazan las tesis del pecador. Así que, según López Buitrón, el laicismo, el centro de la Reforma liberal y de las Constituciones de la República, es una "tendencia exacerbada". Que éste no es el caso único de un funcionario extraviado en 1854, lo aclara el (29 de enero de (2006 el secretario de Gobernación Carlos Abascal Carranza en un acto de agrupaciones devocionales. Según el licenciado Abascal, a México le faltan horas-hinojos, y por eso pide volver a la religión como el espacio de formación de valores. Y añade:
Es necesario recuperar con absoluta libertad de credos la religión como el espacio que propicie la vinculación, la revinculación del ser humano con su destino trascendente para que le dé sentido a los valores éticos que han de comprometer su existencia diaria.
Es por lo menos insólito un secretario de Gobernación que apenas toma la palabra instala su púlpito virtual (y no tanto). Como ciudadano y creyente Abascal está en su perfecto derecho de proclamar las ventajas de la fe; como secretario de Estado no, porque no hay tal cosa como un señor que mientras vigila el proceso electoral es laico, y que deja de serlo al menospreciar por completo la estructura ética de la institución en donde devenga salarios y tribunas. (Es como si un obispo dejase categóricamente de serlo a la hora de atender sus negocios taurinos y se burlase puerilmente de aquellos preocupados por la crueldad contra los animales). Si vuelvo a don Carlos, ¿tiene caso reiterarle lo obvio: el Estado laico se sustenta obligadamente en la ética republicana que, sin negar en lo mínimo el papel de las religiones como espacio de formación de valores, deposita en la educación, y las responsabilidades personales, las leyes, la estructura ética de la sociedad no teocrática? El laicismo respeta todos los credos pero no acepta el retorno a un dogma religioso como criterio único, muy probablemente para que no se acuse al país de donar el siglo XVII. A lo largo de la Historia ya se ha probado con regímenes sólo de fundamentalistas religiosos o sólo de marxistas (así autocalificados) a los extremos a que conduce la unanimidad impuesta por los requerimientos del "hombre nuevo" (mujeres absténganse). Por lo demás, como bien recordó Miguel Ángel Granados Chapa, ya lo dijo en otra oportunidad el secretario Abascal: "La democracia es el camino que han escogido las fuerzas internacionales de la subversión".
La validez del Estado laico se ratifica al examinar la conducta opuesta: la variedad de expresiones de intolerancia a nombre de la trascendencia, que no se define para mejor enarbolarla. Por fortuna, aunque obtengan con sigilo sus victorias administrativas, el fundamentalismo de la derecha ha perdido en México una tras otra las batallas culturales. Pongo dos ejemplos relevantes: el intento de prohibir el film El crimen del padre Amaro, de Carlos Carrera, y la campaña para impedir la píldora del día siguiente. En ambos casos el gobierno federal ha procedido conforme a las normas del Estado laico contra la censura al autorizar la película, y ateniéndose a los criterios científicos al autorizar la píldora. El crimen del padre Amaro se transmite por televisión sin problemas, y la píldora del día siguiente cumple sus funciones a pesar de afirmaciones irracionales como las recientes de un candidato presidencial: "A la píldora no la incluiría en el cuadro básico' de medicinas, ya que es abortiva como está demostrado". Mentir en asuntos que atañen a vidas humanas es tan grave que convendría más aceptar la ignorancia.
Paso al otro tema vinculado al laicismo ¿Qué sucede con la educación pública según la óptica de las minorías gobernantes? Desde hace medio siglo por lo menos, y al fenómeno no se le dedica el interés debido, a la educación pública se le considera el refugio de los que no pueden evitarla, los desconocidos de siempre, los desprovistos del acceso a la alta tecnología y a la convivencia en la escuela de los que serán poderosos porque sus padres ya lo son. (A estas alturas ya da flojera fundar dinastías).
En las escuelas públicas, se insiste, no hay nada que hacer, los maestros son unos irresponsables, no existen los estímulos pertinentes (viajes, facilidades de estudio, prestigio que va con el apellido). Es discernible la intención de esta crítica: no se quiere destruir la educación pública, para qué, que los asalariados sepan leer y escribir, o algo que se le parezca; lo básico es profetizar y atestiguar la suerte atroz de los egresados o expulsados de esos planteles costosos precisamente porque son gratuitos. De esos millones de seres -asista al sorteo del destino- sólo un puñado se integra a la clase gobernante, mientras la mayoría, de seguro por lealtad, se aferra a la base de la pirámide. Son innegables las limitaciones de las escuelas públicas, como lo son las de las escuelas privadas, pero en el caso de las primeras los dicterios no provienen de la observación y el análisis sino de la certidumbre: fuera de los centros educativos de la élite se despliega el abismo
No aludo aquí a la calidad de la educación pública y privada sino a la furia de la campaña de desprestigio contra la enseñanza a cargo del Estado laico. Esto se ha intentado con la UNAM, pero allí las calumnias se han desbaratado: a propósito de la educación pública se ha implantado la especie: desventaja de clase es destino inalterable. El fatalismo enseñado a los pobres es el punto de partida. Iván Illich demostró con brillantez las consecuencias lamentables del mito de la escolaridad que iguala el fracaso en la escuela con el fracaso en la vida, tal y como lo señaló por décadas el término destripado, el que abandona los estudios. (Dicho sea de paso, esto comienza a modificarse cuando, según el criterio de la élite el título de licenciado ya equivale a un segundo certificado de preparatoria).
No se admite lo innegable: tras el menosprecio frenético dedicado a las escuelas públicas se levanta otro capítulo de la lucha de clases (versión globalizada: pobre de solemnidad es aquél que en su correspondencia todavía usa timbres postales). Y esto se agrava con los sectores indígenas y con los presupuestos dedicados a la educación, a los niños indígenas se les relega estrepitosamente, mientras los recursos educativos disminuyen. El neoliberalismo exige un país competitivo concentrado en la productividad, y el neoliberalismo, también, se ocupa en hacer trizas hasta donde puede la educación de los sectores populares. Afirma Armando Labra: "Si consideramos que el escaso crecimiento de la economía y el empleo hace su letal oficio de no ofrecer opciones de trabajo a los jóvenes, tenemos casi seis millones en edad de estudiar o trabajar que no cuentan con aulas o trabajo".
Una de las tareas urgentes del desarrollo civi1izatorio en México es la reivindicación de las escuelas públicas. Insistir en su deterioro, como se hace desde las clases más que favorecidas, sin revisar detenidamente la idea de "deterioro", y sin verificar la capacidad de los egresados, muy alta en demasiados casos, es inventar el espectáculo de la decadencia de quienes nunca han vivido el auge. La utopía beatifica cuya realización tanto le preocupa al dirigente del PAN Manuel Espino, el ensueño donde el maestro de escuela pública reza con sus alumnos en una banquita en el patio de la escuela, exhibe el status onírico del señor Espino pero no sus vislumbres educativos. Si lo que quiere es implantar la educación religiosa en las escuelas públicas, su tarea es ya imposible porque la secularización es un dispositivo mental y cultural arraigado profundamente.
Procede ahora la defensa de la educación pública (que atrae al 92 por ciento de los alumnos), y estar al tanto: no habrá desarrollo nacional válido si se desprecia la formación educativa de las mayorías.
''Pensamos en generalidades, afirmó Alfred North Whitehead, pero vivimos en el detalle". El laicismo es la generalidad que, en principio, permite acercarse al detalle del modo más libre posible, y por eso la nación en la globalidad, multirreligiosa, diversa, tolerante, sólo puede ser laica. ¿Qué es el laicismo ?
s, en su más simple definición, el régimen político que establece la independencia estatal frente a la influencia religiosa y eclesiástica. El Estado prescinde de todo credo religioso, no profesa religión alguna, observa una absoluta neutralidad ante el fenómeno religioso y considera que todas las creencias, como expresión de la íntima conciencia de las personas, son iguales y poseen idénticos derechos y obligaciones. El Estado no se aventura a calificar o descalificar las afirmaciones dogmáticas de ninguna religión ni entra a analizar el contenido de veracidad de sus dogmas. Cree que estos asuntos incumben exclusivamente a la teología y a los teólogos.
No es el laicismo, como a veces se afirma, enemigo de la religión. Al contrario: el laicismo garantiza el libre ejercicio de todos los cultos y además se empeña en rodearles de toda la responsabilidad posible y de alejarlos de los riesgos de las luchas políticas, que en el pasado condujeron a ciertos sectores del clero a pactar con déspotas sanguinarios o a servir a reinas disolutas.
El Estado laico estima que el concepto religioso es enteramente ajeno a sus actividades. Pertenece al fuero interno de cada persona. Respeta el que cada uno tiene, sin imponer ninguno con la fuerza coactiva del Estado. Como afirma el pensador católico español Ángel Osorio, al poner en evidencia la equivocación, tan difundida y explotada, de que el Estado laico es un Estado contra Dios: el Estado laico no está enfadado con Cristo, ni con Alá, ni con Confucio. Sencillamente, no los conoce. Cosa que puede hacer con muy buenos modos y con gran consideración para los devotos respectivos.
El laicismo, en la medida en que asegura que el Estado no profesa ninguna religión -y que no hay, por tanto, una religión oficial-, es la garantía para cada persona de que ninguna coacción política le obligará a abrazar un credo religioso o a renegar del que profesa.
* Con autorización del autor se reproduce el texto que leyó el 21 de enero de 2005 en San Pablo Guelatao, Oaxaca, donde se rindió homenaje al ilustre oaxaqueño por el bicentenario de su nacimiento. ** José Escudero y Espronceda nació en 1839 en Tanos Torrelavega, antigua Santander, España, hoy región autónoma de Cantabria. Le tocó vivir las vicisitudes del gobierno juarista, desde la intervención francesa hasta el triunfo de la República.
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||
| Comentarios y Sugerencias: e-mail: tiempo@siu.buap.mx | Tiempo Universitario es una publicación del Archivo Histórico Universitario de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla
|